Capítulo 14

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¿Cuánto tiempo llevaba así, en esa misma postura? No lo sabe ni él, pero por lo menos, veinte minutos. Sí. Julian llevaba alrededor de media hora tumbado de lado sobre su cama mirando fijamente a su teléfono, el cuál estaba justo a su lado.

Cada treinta segundos lo encendía para saber si tenía algún mensaje nuevo, pero cada vez que lo hacía obtenía la misma respuesta.

En ese momento, Julian sintió algo raro, como una punzada en el pecho. Instintivamente, desbloqueó el teléfono y entró en el chat de su chica. Su última conexión fue a las 16:14 de la tarde y unos dobles ticks azules adornaban el final de cada uno de sus últimos mensajes enviados.

Consumido por la rabia y el enfado, metió su móvil bajo la almohada y se fue hacia su vestidor para coger la ropa que llevaría esa noche. Mientras se decidía por la camisa, iba pensando en algún motivo por el que Arancha haya podido dejarle en visto, pero no se le ocurría ninguna razón. De hecho, no recuerda ni una sola vez en la que su novia haya hecho eso, siempre le respondía en cuanto lo leía.

Mientras iba ajustando la temperatura del agua de la ducha, empezaba a tener clara una cosa: su chica iba a sufrir un poquito esa noche, sí.

Poco a poco, empezaba a hacerse de noche en pleno centro de Madrid. Las luces navideñas iluminaban las calles junto a las farolas, cuyas luces pasaban a un segundo plano. Todo era precioso. Hacía algo de frío, pero la temperatura era la idónea para dar un paseo por la capital.

A Arancha siempre le enseñaron a conformarse con poco. A ella nunca le gustaron ir a cenar a sitios caros o estar en la zona VIP de las discotecas más famosas de la ciudad. Le valía simplemente con un paseo a la luz de la luna o pasar una tarde en El Retiro con sus mejores amigas.

En ese momento, ellas no estaban allí, sino un chico tan misterioso como sorprendente, al cual acababa de conocer esa misma tarde.

Estaba tan a gusto con él. Sentía como si lo conociera de toda la vida, aunque si eso fuera verdad, se acordaría. Lo miró fijamente, era un chico realmente guapo, y era huérfano, como ella. Quizás por eso se siente así, porque piensa que él es el único que puede entenderla en este mundo.

—¡Arancha! —Una mano tiró de ella de una manera tan violenta que pensó que le había roto la muñeca. Era Javier

—¿¡Te importaría decirme qué mierdas haces!? ¡Me has hecho muchísimo daño! Serás imbécil... —Gimoteó Arancha con los ojos llorosos debido a su gran dolor en la muñeca.

—¡Pues sí! ¡Lo siento, pero soy el imbécil más grande del puto planeta! La próxima vez te dejo con la cabeza en tu mundo y que te atropelle un coche, como iba a pasar ahora mismo. No te preocupes que yo no pienso salvarte otra vez.

Tras decir esto, y con un enfado monumental, el chico se dio la media vuelta y se iba alejando de Arancha. Ésta se quedó prácticamente sin habla, entendiendo que se había vuelto a pasar con él.

—¡Javier! ¡Javier! ¡Espera, por favor! ¡No te vayas! —Exclamaba la muchacha mientras realizaba corriendo el recorrido que el chico había hecho segundos antes andando. Sin embargo, él no se paró.

Fue ahí cuando comprendió que no se iba a detener por mucho que le gritase, pero no se rindió e hizo un último sprint para lograr alcanzarlo. Cuando lo consiguió, se detuvo justo delante de él, jadeante, y se miraron a los ojos, sin ninguna palabra. En un impulso, rodeó el cuello del chico con sus manos, se pegó a él y cerró los ojos lo más fuerte que pudo. Aunque esa sensación de tristeza desapareció en cuanto él le correspondió al abrazo.

—No puedo dejar que te vayas, Javier —susurró Arancha con la cabeza pegada al pecho del chico.

—Y yo no quiero irme, Bellezón —esto último hizo reír a la muchacha, y él sabía que se reiría: por eso lo ha dicho—. ¡Ey! Déjame llevarte a un sitio especial, por favor.

Simplemente perfecta [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora