Escuchaba cánticos, como de ángeles; el sonido de arpas y flautas de pan melodiosamente sonaban a mi alrededor. No veía, no quería hacerlo, mis manos cubrían mis temerosos ojos. Loa cánticos no cesaban, se hacían cada vez mas bellos y armoniosos, podría jurar que estos cantos me hipnotizaban.
Sentía calidez, en todo mi cuerpo, pero esta calidez era abismal, nada se comparaba, era como una ráfaga tranquila, eso mismo me hacia sentir, tranquilidad, no me sentía amenazada, a pesar de ello no iba de bajar la guardia.
— Frances.
Hablo una voz, una voz la cual había escuchado.
— Frances.— Esta vez esa voz termino en una risa amistosa.— no tienes de que temer.
Yo aun desconfiaba.
— Frances.—escuche mejor su voz, estaba detrás mio.
Un momento, era ella. Era Mamá.
— ¡Mamá! — exclame despejando mis manos de mis ojos y dirigiendo mi vista hacia atrás mio.
No había nadie.
Escuche un aplauso irónico atrás mio. Di vuelva lentamente mientras miraba al suelo. No sabia con quien podría toparme.
Alce mi vista. No podía ser posible.
— Nos volvemos a ver.
— ¿Ares?— pregunte.
Este se encontraba en la mitad de un salón enorme, sus paredes y techos estaban adornados por el mismo cielo, las nubes que de vez en cuando se interponían en el camino de una persona, el suelo era de oro. Pero eso no era todo.
En aquel salón se encontraban doce sillas de oro acomodadas en figura de un arco, en esas sillas solo se encontraban sentados once personas. Todas aquellas mirándome fijamente.
Casi podía distinguir a cada uno, eran los Dioses olímpicos.
— Sublime.— dije dejando escapar un suspiro.
— Ares, a un lado.— hablo una voz gruesa detrás del Dios de la guerra.
Este mismo regreso a su asiento, dejando me así, vista libre a ver quien estaba detrás de su espalda.
— Frances...— hablo el hombre de barba gris en frente mio.— ¿En verdad eres tu?— hablo este mismo, mientras lagrimas salían de sus ojos.
— Hasta donde yo se, ese es mi nombre.— hable sin expresión alguna.
Aquel hombre que aparentaba longevidad pero también fuerza se levanto de su asiento y al terminar de aproximarse a mi tomo en sus manos mi rostro y acaricio mis mejillas, como si de alguien a quien perdió se tratara.
Trago saliva— Entonces eres tú— dijo esbozando una sonrisa conjunto a lagrimas de alegría.
De un rápido movimiento el me estrecho en un abrazo.
Estaba asustada.
Al frente mio vi a una mujer la cual se sentaba en la silla izquierda del hombre que se encontraba llorando en mi hombro.
Esta mujer me miraba un una expresión de odio, no entendía el porque.
— Zeus— Hablo un Dios el cual portaba un casco aleado. Sin duda era Hermes. —Ella no sabe quien eres, y ese es nuestro deber, explicarle su llegada al Olimpo.
Me separe de... Zeus aparentemente— ¿¡El Olimpo!?— exclame horrorizada.
— Exacto. — habló la diosa de la belleza. — Ya no perteneces a la tierra de los mortales, querida. — sonrió.
— Además, tu estadía en el Olimpo es permanente. — habló esta vez el Dios mensajero.
— ¿¡Cómo!? — Exclamé.
— Es suficiente Dioses — Calmó El Dios del trueno. — Ella tiene que saber el porqué está aquí y su propósito, y yo seré quien se lo diga, no ustedes. — Volvió a sentarse en aquel trono principal del cual era de su pertenencia.
Mire a todos los Dioses de reojo mientras me sentaba de piernas cruzadas en el piso.
Escuche a los Olímpicos murmurar entre sí.
Miré fijamente a Zeus — ¿Y? Sigo esperando tu explicación.
Escuche a un Dios decir — Creí que su actitud no se heredaba.
Zeus suspiró, mirando hacia el suelo señaló con su mano al techo inexistente ya que sólo era cielo y nubes pero en aquel momento las nubes formaron una figura... Un rostro. ¡Era ella!
— ¡Atenea!
— Entonces si la conoces.
Yo solo me limité a asentir.
— Pues aquella mujer es la Diosa de la sabiduría, de las artes, de la guerra estratégica, y mi hija. — Explicó. — tu llegar hasta el Olimpo tiene un motivo.
Zeus señaló con la mirada el trono que en letras griegas se apreciaba el nombre Atenea.
Miré con confusión nuevamente a Zeus — No lo entendio.
Zeus volvió a hablar— Frances, tú eres la sucesora al puesto de Atenea.
Palidecí.
—¿Porque yo? — pregunté atónita — soy mortal, una humana, no tengo categoría de Diosa olímpica.
Hera rió.
Zeus dijo lo que faltaba para culminar mi caótica situación.
— Frances Aegea McDaniel, tú eres la sabiduría propia, las artes y la guerra abundan tu corazón de sangre mixta, tú eres unica descendiente directa de la Diosa Atenea.
Próxima temporada 5 de marzo.
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Un cuento no tan de Hadas - Peter Pan - OUAT[EN EDICIÓN]
FanfictionLa unica persona que ame. La unica persona que me amaba. La unica persona a la que le importaba. No me recuerda. - Peter Pan no puede sentir amor. - ¿Y como explicas lo que yo siento ? Y en peligro de morir. - ¡Peter! - escuché su grito desgarrador...