01 | La Hilandera

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❝Spinner's End❞

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¡PIUUUUUM!

La bengala del doctor Filibuster salió disparada hacia la ventana, atravesándola y rompiendo el sucio vidrio a su paso. Con la cara contorsionada entre una mueca de diversión y miedo, corrí a esconderme debajo de mi vieja cama con la esperanza de que papá no me encontrara. Cubrí mi boca con mi mano derecha mientras que con la izquierda sujetaba el resto de las bengalas que los gemelos Fred y George Weasley me habían enviado aquella mañana veraniega. Un instante más tarde, mi puerta se abrió y vi un par de zapatos negros cruzar mi dormitorio hacia la –ahora rota– ventana.

—¡Adelaide! —gruñó papá y me mordí la palma de la mano para no reírme.

Los anteojos resbalaron por mi nariz y solté las bengalas para evitar que hicieran un ruido al caer y descubrieran así mi escondite; sin embargo, las bengalas hicieron aún más ruido y cayeron justamente sobre una mancha de humedad que se había hecho durante los últimos meses que no estuve aquí, encendiéndose al instante y volando en todas direcciones fuera de la cama. Escuché a papá gritar mientras las bengalas estallaban por todos lados dentro de la habitación. No pude evitarlo y comencé a reírme descontroladamente a carcajadas.

Al segundo siguiente, la cama se elevó en el aire y mis risas pararon en seco por el repentino movimiento. Papá me miraba con el rostro serio y un poco rojo, sus labios estaban hechos una fina línea y una explosión le había chamuscado la punta del cabello; con la varita en alto conjuraba un sencillo wingardium leviosa para sacarme de mi escondite. Aún tendida en el suelo, esbocé una inocente sonrisa.

—Te queda bien el nuevo peinado —le dije.

—Sal —ordenó, a lo que borré mi sonrisa—... ahora mismo.

Me arrastré por la madera del piso y papá bajó la cama con cuidado. Agitó la varita en el aire y todo lo que había sido destruido volvió a la normalidad, tan viejo como estaba antes del accidente de las bengalas.

—¿Podrías explicarme... dónde conseguiste las... bengalas? —inquirió pausadamente, como cada vez que estaba extremadamente furioso.

Eso era lo curioso de mi padre: siempre que se enojaba conmigo procuraba no gritarme, mientras que a todos sus alumnos en Hogwarts les regañaba sin pelos en la boca.

—¿Las encontré por ahí? —respondí, aunque sonó más como una pregunta que como afirmación. Papá alzó una ceja; su rostro había vuelto a ser del mismo tono cetrino de siempre—. Bien. Fue un regalo adelantado de cumpleaños.

—He de suponer que fueron los jóvenes Weasley quienes tuvieron esta... grandiosa idea, ¿no es así?

—¡Oh, vamos! Los chicos pueden ser bromistas y revoltosos y traviesos y... ya sabes —me interrumpí a mí misma, agitando la cabeza—; pero son mis mejores amigos y pensaron en mí, tu preciada y única hija, el pobre angelito que más amas con todo tu corazón, que cumplirá apenas diez años en una semana...

Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora