10 | La inconformidad de papá

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❝Dad's disagreement❞

❝Dad's disagreement❞

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Grité cual banshee. Alguien me tomó del brazo, cortándome mi estridente grito, y me sacó de la habitación. Me siguieron jalando por todo nuestro nuevo trayecto. Ni siquiera sabía cómo podía correr tras aquel susto. No sentía mis piernas y mis pantalones estaban húmedos. La persona que me jalaba no se percató de que me llevó con ellos hasta el retrato de la Dama Gorda, en el séptimo piso.

—¿Dónde se habían metido? —nos preguntó ella. Oculta entre todos, no me notó.

—No importa —jadeó Harry—. ¡«Hocico de cerdo», «hocico de cerdo»!

La Dama Gorda nos dejó pasar. Tuve que dar un enorme salto para subir por el altísimo escalón del hoyo que daba a la Sala Común, pero finalmente todos se desplomaron sobre los mullidos sillones escarlata del lugar. Yo, en cambio, me dejé caer sobre una alfombra. Quizás estábamos a salvo, pero yo no estaba del todo segura: me había orinado.

Me hinqué, tan avergonzada e incómoda que sentí la sangre volver a mi rostro con mucha potencia. Los cuatro chicos todavía yacían exhaustos sobre los sofás, pero yo quería salir corriendo de nuevo; sin embargo, no podía salir a los pasillos todavía. Filch seguía al acecho.

—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio? —inquirió Ronald, rompiendo el silencio—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.

—¿Es que no tienen ojos en la cara? —nos gruñó Granger, como si fuera el mismo perro del pasillo—. ¿No vieron lo que había debajo de él?

—¿El suelo? —sugirió Harry—. No miré sus patas, estaba demasiado ocupado observando sus cabezas.

—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla. Es evidente que está vigilando algo.

Granger se puso de pie. Aunque no me gustara para nada, ella era mi única oportunidad. Tomé un cojín y me levanté tras ella, ocultando lo mejor posible la mancha de humedad en mis pantalones.

—Espero que estén satisfechos. Nos podían haber matado. O peor, expulsado —espetó—. Ahora, si no les importa, me voy a la cama.

Harry y Ronald me miraron, recordando mi presencia.

—No dormiré a plena vista —les dije. Hice un saludo militar y salí corriendo tras Granger, quien ya se encontraba subiendo las escaleras—. Oye, alambre de chocolate —dije, llamando su atención. Se giró, viéndome furiosa aún, y me volví a ruborizar, sintiendo más vergüenza que nunca—. Yo, eh...

—Deberías volver a tu dormitorio. Es lo mejor. Buenas noches.

De verdad no quería que se fuera. Volví a alcanzarla y tomé la manga de su bata rosada, logrando que se detuviera. Para ese momento, admitir tal accidente me daba tanta pena que me frustraba. Casi quería llorar de impotencia.

Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora