09 | Aventuras nocturnas

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❝Night adventures❞

❝Night adventures❞

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Ni siquiera había pasado una semana (en realidad, sólo habían sido seis días), cuando me harté de mi castigo. No sabía cómo, pero papá se las había arreglado para que yo tuviera un exceso de tarea diaria, logrando que mis desayunos, almuerzos y cenas me los pasara escribiendo sobre un pergamino o leyendo uno de mis libros de la escuela, por ende, no podía hablar con los gemelos.

Estaba tan molesta, tan furiosa, que ya ni siquiera me dignaba a dirigirle la palabra a mi padre. Durante muchas noches me había quedado despierta, pensando en las distintas maneras en las que podía escabullirme en la tarde para ver a mis mejores amigos, pero siempre llegaba a la misma conclusión: no podía porque papá había encantado la puerta.

¡Claro!, encanta la puerta para que tu hija, quien no tiene varita, no pueda abrirla. ¡Perfecta paternidad!

Papá ganaría un concurso al mejor padre del año, por supuesto...

..., pero yo definitivamente ganaría el concurso de las mejores escapadas.

El jueves a las once de la noche, rogando porque Fred y George estuvieran despiertos todavía, me levanté de mi cama y me puse la bata. Tina dormía sobre mi almohada aún, panza arriba, por lo que decidí no despertarla y emprender mi aventura por mi cuenta. Salí de mi habitación, con los mejores zapatos que tenía para no hacer ruido, adentrándome al pequeño pasillo que tenía cuatro puertas: dos enfrentadas, una para cada dormitorio, y otras dos de la misma manera, para el baño y para conectar con el despacho. Caminé el pequeño tramo hasta la habitación de mi padre y abrí la puerta con sumo cuidado. Me aseguré que papá estuviera dormido mediante sus ronquidos y luego me escabullí hasta su mesita de noche, donde pude sentir su varita. Salí lo más rápido y silencioso que pude y cerré la puerta tras de mí, volviendo a respirar. Sí que me encantaban las misiones suicidas.

Atravesé la puerta del despacho y me acerqué a la última barrera que me impedía tener libertad. Nunca había hecho magia en mi vida, o, al menos, no conscientemente. Recuerdo que había roto varias cosas por simples berrinches, como ventanas, y también recuerdo la cantidad de veces que provoqué un incendio espontáneo o que hice flotar cosas. Sin embargo, ahora, tenía que concentrarme.

Había practicado más de una docena de hechizos sin una varita, por lo que esperaba que mis prácticas verbales me sirvieran.

Alohomora —dije, apuntando con la varita a la cerradura de la puerta.

Sorprendentemente, el cerrojo cedió con un clic y me apresuré a salir al pasillo, el cual se encontraba completamente desierto y oscuro. Me ajusté mis gafas, como si así pudiera ver mejor, y comencé a caminar con la varita en mano. Papá me mataría si supiera que yo tenía su varita, pero no me importaba en aquel momento. Él había tomado una decisión exagerada, así que debía de resignarse a que su hija, la mejor amiga de los dos mejores bromistas de Hogwarts, se escapara.





Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora