13 | Papá, papá, papá

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❝Dad, dad, dad❞

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El camino al despacho de papá fue silencioso y rápido, lo que me llevó a notar la –para nada discreta– cojera de mi padre. No quise comentar nada hasta que llegamos a nuestro destino y él prácticamente me obligó a sentarme en una de las sillas, antes de rebuscar entre sus cosas algo para limpiarme las heridas que los trozos de cerámica me habían provocado en las piernas.

—¿Sabes?, podría ir a la enfermería —le dije, viendo casi con un toque de diversión y curiosidad la manera en que parecía encontrar algo útil y luego lo desechaba, pensando que yo podría ser alérgica a los componentes—. La señora Pomfrey sabe hacer muy buenos remedios para cualquier tipo de herida, desde una astilla hasta un hueso roto; eso incluye mis raspones, el ojo hinchado, una torcedura de pie..., ¡oh, como la tuya!

—Estoy bien —me interrumpió, más frío que de costumbre.

—Caminar como un trol no es «estar bien» —repliqué, haciendo comillas con los dedos.

Papá se detuvo y me miró. Ahí fue cuando supe que había metido la pata.

—Hablando de trols... —comenzó a decir, acercándose tétricamente hacia mi lugar—, ¿puedes explicarme qué hacías en «el lugar y momento equivocados»?

Por mi mente pasaron más de mil excusas, entre las cuales destacaban el usar el papel de niña desamparada (donde le relataba lo que había escuchado en los pasillos), o decir que había tenido que atender mis necesidades biológicas (con esos términos, para que viera que sí aprendo en clases de Ciencias). Sin embargo, no planeaba decirle que todo el mundo fingía quererme para agradarle a él porque sabía que me pondría a llorar ridículamente otra vez, por lo que terminé diciendo:

—Quería ir al baño.

—Eso no explica por qué no apareciste en todo el Festín de Halloween —me retó, cruzando sus brazos.

—Estaba haciendo mis deberes.

—No te vi durante toda la tarde. ¿Acaso estabas en la biblioteca?, porque yo estuve aquí todo el tiempo —me dijo, refiriéndose al oscuro despacho donde nos encontrábamos. Ni siquiera había encendido la chimenea.

—Sí, ahí estaba —contesté, agradeciendo internamente que él me diera la excusa perfecta.

—Y..., convenientemente, fuiste al baño al final del festín, solo un par de minutos antes de que apareciera el trol.

—Pues, ¡vaya! Qué coincidencia de lo más escalofriante, ¿no? —exclamé, un poco cansada de que me acusara de la situación.

Me crucé de brazos y me recargué contra el respaldo de la silla, mirando con un deje de rabia a mi papá, directamente a los ojos, de tal modo que entendiera que lo estaba retando. Sus fríos ojos negros y calculadores brillaron un segundo, también resistiendo a la batalla de miradas, y finalmente cedió. Papá descruzó sus brazos y desapareció por la puerta que daba al pasillo donde se encontraban nuestras habitaciones. Suspiré y dejé caer mi cabeza hacia atrás. Si bien no me había orinado de nuevo al enfrentarme a una cosa monstruosa como el perro de tres cabezas, me había paralizado, lo que no me gustaba en absoluto.

Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora