11 | En la enfermería

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❝In the hospital wing❞

❝In the hospital wing❞

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Un domingo por la noche, cuando logré terminar el ensayo de cincuenta centímetros que la profesora Burbage me había pedido para la siguiente clase de Historia (porque la muy descarada se la pasó platicándome sobre sus experiencias personales toda la hora y dijo que, para recuperar el tiempo perdido, hiciera un ensayo sobre el tema que debíamos haber visto ese día), me dispuse a ir al Gran Comedor para cenar. Guardé mis cosas dentro de la mochila y saqué a Tina de su jaula con las intenciones de que saliera a tomar aire, porque últimamente la dejaba encerrada todo el tiempo para que no se escapara.

Salí del despacho de papá dando saltitos hasta que llegué a las escaleras que conducían de las mazmorras al vestíbulo. Allí, al costado, había una mesa con una montaña de panqués sobre una bandeja de bronce. Como tenía tanta hambre y todavía quedaba un buen tramo para llegar al Gran Comedor, decidí robarme uno y comerlo de camino.

No obstante, apenas probé el primer bocado, mi cuerpo entero se adormeció.





Cuando recobré el sentido, sentí mi cabeza rebotar en el aire y mi cuerpo colgar de mis manos y piernas. Mis ojos se negaban a abrirse por completo, pero lo único que podía ver era el cielo nocturno; por otro lado, me percaté de que había perdido mis gafas.

—Esto está mal, esto está mal, esto está muy mal —murmuraba un chico. Distinguí que él me cargaba de los pies.

—No te acobardes ahora. Sólo quiero hacerle una bromita a la hija de Snape —le respondió la otra persona, que me sujetaba de los brazos—. Hablará con su padre para que nos vuelva a meter en la clase de Pociones cuando se dé cuenta de que la hemos metido en las orillas del Bosque Prohibido.

Me agité como gusano en cuanto escuché a dónde me llevaban. Los dos chicos me soltaron y mi espalda golpeó contra el frío y húmedo suelo de las áreas verdes de Hogwarts. No sabía dónde estaba exactamente, pero eso no me importó cuando el chico que me cargaba de los brazos –que ahora reconocía como el muchacho que me pateó la mochila el otro día– me apuntó con la varita.

—¡No, no! —exclamó el otro chico, atrás de mí. Estaba asustada, lo admitía; lo suficientemente asustada como para no despegar mis ojos de la varita que me apuntaba—. Esto ya fue demasiado lejos, Raymond. Me voy. No quiero que me expulsen.

—¡Eres un cobarde! —le espetó el tal Raymond, viendo cómo su compañero se alejaba.

Despotricó un par de cosas entre dientes, que no distinguí, y luego me miró. Su cabello rubio estaba ligeramente mojado por el sudor que la adrenalina le provocaba, pero él lo ignoraba. En su rostro se veía la furia retratada.

Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora