02 | La casa Weasley

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❝The Weasley house❞

❝The Weasley house❞

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El jueves a primera hora, cuando el sol apenas había salido por el horizonte y los gallos empezaban a cantar (¡escondan a los basiliscos!), terminé de arreglar mi baúl con toda mi ropa y luché por peinar un poco mi pelo, pero éste parecía tener vida propia y amenazaba con morderme si le pasaba el cepillo una vez más. Me di por vencida y me acomodé las gafas por milésima ocasión. Papá había insistido en arreglármelas, pero me rehusé ya que tenerlas flojas me daba un toque más rebelde.

—¿Tienes todo listo? —me preguntó papá, mirándome con los brazos cruzados en una esquina de la pequeñísima sala de estar, al fondo del pasillo principal.

—Sí. Llevo ropa, zapatos, libros, dulces...

—¿En serio? —preguntó, pero fingí no escucharlo.

—¡Oh, mira la hora! Seguro que todos me esperan ya.

—Adelaide...

—Te quiero, papá. Nos vemos en Hogwarts —me apresuré a decirle, tomando un puñado de polvos flu y lanzándolos al fuego.

Me metí con el baúl en las enormes llamas esmeralda y le sonreí ampliamente a mi padre, haciendo que él suspirara.

—También te quiero, Addy.

—¡A La Madriguera! —exclamé.

Olvidé pegar los codos al cuerpo, así que me llevé un buen golpe en los primeros segundos. Gemí y quise gritar por los jalones que sentía en el cuerpo, pero mantuve mi boca cerrada con la esperanza de cumplir mi promesa de no comer ceniza en esta ocasión. Finalmente, algo me dio una patada imaginaria en el trasero y caí sobre mi baúl, rodando hasta golpearme la frente con el suelo. Escuché un ¡crack!: las gafas se me habían roto.

—Au... —gemí.

—¡Adelaide! Querida, ¡por todos los cielos! —exclamó una mujer, llena de preocupación—. ¡FRED!, ¡GEORGE! Dios santo, ¿te encuentras bien?

Los brazos de la señora Weasley me ayudaron a quitarme de encima de mi baúl, sentándome en una silla del comedor mientras me sobaba la frente. Los dos cristales circulares de mis gafas estaban agrietados y la señora Weasley se veía dividida en dos partes distorsionadas, pero seguía apreciándose con claridad la mueca de preocupación en su rostro.

—Oh, tus lentes...

—Olvidé guardarlos —le dije, escuchando los apresurados pasos de dos personas por las escaleras—. Quería huir de papá y olvidé ese detalle. Lo lamento.

—No te preocupes, cariño. —Sacó su varita del delantal que normalmente traía y me dio un toquecito en los lentes—. Listo. Como nuevos.

—Muchas gracias, señora.

Adelaide SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora