Tirano del Tiempo (ZekexPieck)

Capítulo Sexto.

Jefe de Guerra Zeke Jaeger

El trabajo en las oficinas designadas a inteligencia podía ser extenuante. Ordenar movimientos que desencadenaban en la inevitable muerte de camaradas o enemigos - seres humanos todos al fin y al cabo - volvería loco o hundiría en un profunda depresión a cualquier humano. A cualquiera que no sea Zeke Jaeger.

Había aprendido a ocultar bien lo que pensaba y mas aún lo que sentía, hasta el punto que si debía apretar el gatillo contra la cabeza de un amigo, lo haría sin titubear en pos del deber. El señor Xaver le había dicho que una vez que su corazón terminara de endurecerse, solo era cuestión de tiempo para que se apodere del mundo y éste se rinda a su voluntad. Y con semejante poder podía liberar a su pueblo de la opresión, estaba convencido. Jamás tuvo intenciones egoístas, y aunque disfrutaba ver a los pobres nazis bajar la cabeza cuando se cruzaban en su camino, su mente estaba enfocada en conseguir justicia. Y si para eso debía matar a Hitler, amén.

Aún asi, sabía que mil ojos lo observaban atentamente, día y noche, y él tenía, tal vez, la mayor fragilidad de todas. Zeke era judío. Y no de parte de algún pariente lejano o alguna unión desafortunada en una familia aria. Su pureza se remontaba varias generaciones en el pasado, tal vez desde el inicio de los tiempos. Grisha, su padre, era un respetado médico en el pequeño pueblo de Liberio. Se casó con una joven de familia acaudalada: Dina, su madre. Eran la pareja perfecta, y con la llegada del pequeño Zeke, se convirtieron en la familia favorita de todo el pueblo. Hasta que la desgracia llamó a la puerta de los Jaeger cuando Dina se desnucó al caer de un manzano, así de absurda fue la muerte de su madre. Si bien él se entristeció, su pesar no era nada comparado al de su padre, que apenas le dirigía la palabra cuando no estaba desmayado por la borrachera. Un amigo de la familia y colega de Grisha, Tom Xaver, le aconsejó viajar.

- América es fabulosa, ya lo verás. Sus ciudades son mucho más entretenidas y avanzadas que las nuestras, a pesar de ser un pais relativamente joven - le había comentado el aventurero - Puedes incluso instalarte allí con Zeke, te aseguro que a él le encantará.

- No lo sé - Grisha le dedicó una afligida mirada al cabello rubio de su hijo, que jugaba en el suelo aparentemente distraído, pero que oía atentamente la conversación de los adultos. Zeke rió al recordar ese momento, incluso a esa corta edad era como una mosca que se anticipaba a todos los movimientos de su entorno.

- Puedes ir a probar suerte primero. Grisha, me preocupas, no te ves nada bien. Tus ingresos han disminuido - miró también al pequeño - Y Zeke necesita un padre, no un ejemplo miserable de borracho.

Grisha apretó los puños y respiró hondo. Aunque se ofendió, reconoció que su amigo tenía razón.

- Pero Zeke. Si estuviera solo, me marcharía sin pensarlo dos veces. Él...tiene amigos. Este es su hogar.

Sentado allí en su gran silla de cuero, dio una pitada más a su cigarrillo antes de llevarse el vaso de whisky a los labios. La silla era cómoda y con un respaldo alto. Estaba estratégicamente ubicada frente a la chimenea, pero inclinada de tal forma que tenía una perfecta y cómoda vista desde el gran ventanal de su sala. Desde afuera, Trost, la ciudad capital de la nación de Paradis se pavoneaba sin mucha gracia. Era práctica, si, pero no bonita como Liberio, su dulce tierra. Qué no daría por volver a ver esos sinuosos campos verdes y fértiles una vez más, aunque sea para morir. No sin antes darle una patada al manzano asesino de su madre. Le tembló un ojo ante el recuerdo, y volvió a sumergirse en el pasado.

Su padre se negó a llevárselo a América a la primera. Si todo salía bien,y después de haber ahorrado lo suficiente, volvería para buscarlo y forjar un futuro que parecía más alentador.