Se arregló la corbata como por quinta vez en la mañana. Tenía que apurarse si quería llegar a tiempo a la iglesia. Sus padres estaban esperándolo desde hace rato, y se suponía que el fanático era él.
En su defensa, siempre se levantaba temprano, por eso solía estar preparado antes que los demás. Pero ahora que ya había terminado el colegio, le costaba mucho más dormir temprano y por ende, se levantaba más tarde.
Odiaba tener que levantarse temprano para ir a la reunión, pero estaban en verano y eso significaba que al menos iba a tener la tarde libre. Aunque no tenía nada que hacer en realidad, se iba a aburrir todo el resto del día que quedaba.
Lo único bueno, era que en serio disfrutaba las reuniones, no tanto lo que tenía que vestir. Lo suyo eran los buzos grandes y los pantalones cortos, cuando usaba traje sentía que se disfrazaba. Pero nadie iba así nomás, así que él y su papá estaban obligados a usar uno.
La reunión había sido especialmente larga, burocracia por todos lados. Bebés siendo presentados, la Santa Cena, unos diplomas de gente que había finalizado unos estudios dictados por la iglesia. Para cuando la reunión hubo terminado, ya eran casi la 1 de la tarde.
La energía en su casa era muy tranquila, eso es lo que más le gustaba de ir los domingos en familia. Su mamá era cariñosa y tranquila, en vez de violenta con sus palabras. Su papá era el que más cambios presentaba, ya no era violento físicamente y parecía disfrutar estar ahí con ellos. Nada parecido a lo que era antes su familia, un lío de gritos y golpes que apenas podía aguantar.
Eran otras personas, otra familia. Se lo debían a Dios y a la iglesia. A pesar de haberse rehusado tantas veces, tenían razón, y hace 5 años sus vidas habían comenzado a cambiar.
Tampoco era que eran perfectos, estaban lejos de eso. A veces su mamá volvía a fumar y entonces sabía que algo le estaba pasando, se preparaba para los insultos. De vez en cuando su padre salía más por las noches, entonces daba con el hecho de que iba a estar de gira por al menos unos días.
Y él, como el tonto hijo de 18 años, se tenía que aguantar lo que pasaba en su casa, lo que sólo hacía que él derrapara igual que ellos. Y su derrape era peor que cualquiera, a ojos de la iglesia, claro. Para él, no.
Era mucho peor violentar a tus seres queridos con palabras y golpes, que darle un beso a una persona de tu mismo género. Pero la iglesia no lo creía así.
Entonces terminaba teniendo sexo con alguien que conoció en algún boliche sólo para que después, cuando sus padres lograran estar bien, él volviera llorando a los pies del altar en la iglesia. Algo de todos los días.
Estaba arrepentido, en serio que sí, Dios lo sabía más que nadie. Pero no era algo que pudiera controlar, las mujeres no le gustaban ni un poco. Era algo muy profundo en él, no lo podía cambiar así como así. Ni siquiera sabía si era su culpa en realidad, porque la biblia en ningún momento decía el porqué. O él todavía no leía esa parte, y tampoco se animaba a preguntar.
No sabía si tenía que poner más voluntad o simplemente llorar más fuerte arrodillado en su habitación para que le dejen de gustar los hombres. De su parte, hacía todo. Evitar hablar con hombres de la iglesia, tenía apenas un par de amigos ahí, siempre que pensaba que alguien era lindo, de inmediato se corregía. También hablaba con todas las chicas que podía, esperando que alguna le guste al fin.
Pero nada funcionaba, nada podía hacer que se detenga. La única vez que pensó que lo había superado por completo, fue porque no se había fijado en nadie, simplemente nadie le gustaba. Pero eso no quería decir que había desaparecido el sentimiento.
A eso, le sumaba que además tenía relaciones sexuales, que no debería porque no estaba casado, y que era peor porque era con un hombre. Lo suyo sólo podía terminar mal, aunque no lo sabía con certeza, sólo estaba seguro de que terminaba en llanto.