Tenía la cita ese día, al parecer era algo que no podía esperar, así que bastaron casi tres días para que consigan hacerse un espacio para él. Era miércoles y se supone que iría al finalizar la casa de paz, justo antes de la reunión. Le parecía un buen horario, por las dudas. Si se sentía muy mal, podía pasar al frente, al altar.
Le sudaban las manos, nervios buenos y malos, de alguna manera. Decirlo en voz alta no era fácil, sobre todo porque jamás lo hizo, Ezequiel fue el primero al que se lo confesó. Pero hacerlo otra vez, lo hacía querer aclararse la garganta a cada rato.
Además, no ayudaba en nada el lugar. Estaba en silencio esperando que lo hagan pasar a una de la oficina. Lo hizo recordar a lo incómodo que solía estar cuando tenía que esperar en esa especie de sala de espera.
Se notaba la diferencia entre unos mates y el frío que emanaban las poco decoradas paredes del lugar. Y en cuanto una de las puertas se abrió, se levantó de su asiento. Mientras él salía, otro chico salía con los ojos de lo que supone era llanto. Incomprobable igual, había música cristiana sonando por toda la oficina familiar, no hubiese escuchado aunque quisiera.
La sonrisa cálida que le dio el hombre ya de avanzada edad no alcanzó a relajarlo por completo. Menos que menos cuando se sentaron uno frente al otro y hablaron trivialidades, como para romper la tensión.
El hombre oró para presentarlos a ambos ante Dios y después de haber mantenido sus ojos cerrados por unos buenos dos minutos, lo miró. Tenía una tenue sonrisa.
-"Bueno, ¿estás bien?". El anciano le dio pie a la consejería.
Él sólo pudo asentir con su cabeza, la vergüenza llegando a su rostro, de repente no se sentía tan valiente como el sábado.
-"Decime, ¿te anda pasando algo?". Su pregunta trató de hacer que hable, pero su lengua estaba pegada a su paladar. "Ezequiel no me dijo porqué querías una cita".
-"Estoy...". Tragó casi en seco. "Estoy teniendo un problema hace un rato y no me animaba a decirlo".
-"¿Algo que tenga que salir a la luz?".
Asintió con su cabeza sin responder verbalmente y el hombre sonrió tratando de trasmitirle algo más de seguridad.
-"Podés decirme, está Dios acá, no te tiene que dar vergüenza. Dios jamás te avergonzaría".
-"No tengo vergüenza". Aclaró rápidamente. "No quiero que me vean raro, nada más".
-"Nadie te puede mirar raro, todos tenemos algo que no está bien".
Con ése pensamiento, todos somos pecadores en realidad, se animó a hablar.
-"Soy gay, pero no quiero serlo". Declaró, y por un momento no supo a quién quería convencer, a él mismo o al hombre.
-"Bueno, empezamos bien, porque lo primero que hay que tener son las ganas de cambiar".
Asintió sin decir nada, en completo silencio, porque ahora se suponía que tenía que escuchar.
-"¿Tu primer encuentro de ése tipo, te acordás cuándo fue?".
-"Sí... en una fiesta, había un chico y bueno". Se encogió de hombros, más por lo incómodo que se sentía que por querer restarle importancia.
-"¿Tuvieron relaciones?".
-"No". Ni siquiera lo estaba mirando, a pesar de que el escritorio que los separaba era bastante angosto. "Nos besamos nada más".
-"¿Él vos o vos a él?".
Hizo una mueca. No estaba seguro, los dos y listo. Fue mutuo.
-"No sé, yo lo había visto y me pareció lindo".