• Kapitel 4 •

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Los pasos del teniente Paul Weigel emitían un sonoro eco mientras caminaba aprisa por los pasillos del Reichskanzlei. Llevaba en una mano su gorro de oficial y en la otra un fajo de papeles. Llegó hasta unas enormes puertas de madera oscura labrada, custodiadas por dos soldados de las SS. Respiró hondo antes de llamar con un par de golpes secos.

Alguien le abrió y él entró rápidamente. En el interior de la suntuosa oficina se hallaban reunidos varios oficiales de altos rangos, sentados con elegancia alrededor del escritorio del Führer, quien levantó la vista del mapa que examinaba para mirar a Wiegel a los ojos.

–¡Heil Hitler! –saludó el recién llegado. El Führer lo contempló unos segundos y luego miró a los demás.

–Déjenos... –ordenó.

De inmediato todos se pusieron de pie y se despidieron con una reverencia, para después abandonar el cuarto. Cuando la puerta se cerró tras el último de ellos, Adolf se reclinó en su silla y cruzó los dedos sobre su regazo.

–Me alegro de verle, teniente –dijo– Por favor tome asiento. ¿Trajo lo que le pedí?

–Sí, mein Führer –contestó Wiegel acercándose– Aquí están los expedientes militares de los soldados del Proyecto R. Este fue el único que tomó la dosis.

Puso una carpeta sobre el escritorio y la abrió mostrando las hojas en ella. Adolf tomó una y leyó en voz alta el nombre completo del soldado.

–Wilhelm Joachim Eugen von Kleist... ¿von Kleist? ¿Es pariente de Ewald?

–Lo investigamos mein Führer, pero sus ramas familiares no se cruzan. Él viene de Stuttgart, es hijo de un cazador y una panadera. Él y su hermano menor se criaron en los bosques, manejan las armas desde niños.

Adolf frunció el ceño y torció los labios.

–¿Cazadores? –preguntó con desagrado.

–Así es mein Führer, pero según los registros, cuando se promulgaron las leyes de protección al medio ambiente ellos limitaron la cacería, apegándose totalmente a los parámetros establecidos. Se les investigó mucho en ese aspecto, son respetuosos con la naturaleza como a usted le agrada. Se les asignó a francotiradores en cuanto vieron su aptitud y están en el mismo escuadrón. Se podría decir que ahora cambiaron a otro tipo de "presas".

Hitler sonrió complacido.

–Ya veo... –dijo– Según el expediente, ese Wilhelm es un soldado bastante sobresaliente ¿Baumann se ha reportado ya?

–Sí, señor. Aquí está su informe transcrito.

Adolf tomó las hojas y sus ojos se movieron aprisa recorriendo las líneas de texto.

–Vaya... –dijo asombrado– ¡143 bajas confirmadas en solo dos días! ¡Y fue únicamente él! ¡Imagine lo que hubieran hecho todos de haber tomado la dosis! ¡Stalingrado sería nuestra ahora!

La emoción en el rostro de Hitler duró muy pocos segundos, pues su sonrisa fue reemplazada por una mueca de profundo disgusto.

–¡Pero tenían que acobardarse ese montón de pusilánimes buenos para nada! –rugió soltando un brusco puñetazo sobre la mesa– ¡Era una maldita inyección! ¡Maricas cobardes!

–Mein Führer... e-el proceso no fue nada agradable de ver... –susurró Wiegel temeroso de irritarlo más– Es normal que les diera un poco de miedo...

Adolf agitó su mano en señal de que se callara y se levantó de la silla para ir hasta la ventana de la oficina.

–¿Miedo? –farfulló– ¡Son soldados del Reich! ¡No deben temerle a nada! ¡Además se supone que obedecen sin cuestionar!

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