Capítulo 22

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Aliso la tela de mi vestido azul que cae por debajo de mis rodillas.
Giro el pomo de mi puerta y del otro lado, Asli está estirado sobre el sofá.
Bufa, cambia de canal por la que calculo será la enésima vez.
Me mira por el rabillo del ojo, cree que no me doy cuenta.

—¿Te gusta? —Señalo mi ropa, se encoge de hombros sin siquiera dedicarme una mirada completa.
—¿Asli? me gustaría una opinión, por favor.
—Muy guapa. —Pongo los ojos en blanco pero no me limito a eso. Me acerco al lugar donde está, me agacho para llegar bien hasta él y tomo entre mis dedos su barbilla.

Le fuerzo a mirarme y a continuación, susurro en modo de incógnita: —¿Te gusta mi vestido, Asli?

Aunque al principio se niega a hacerme caso y se esfuerza por no observarme, al final acaba por ceder.
Cuando sus ojos se centran en mí, tiene el ceño fruncido pero sus facciones se van relajando según sus iris se encuentran con los míos.
Traga saliva y baja su vista hasta mi vestido, muy despacio para después subir de nuevo hasta mi cara.

Uno de mis mechones rizados se escapan y llegan hasta él.
No sé porqué pero antes de que pueda darme cuenta, estoy sobre mis rodillas, a su altura.
Su mano derecha se mueve hasta la piel de mi mejilla y va a tocarme, por costumbre cierro los ojos pero sus dedos nunca llegan a rozarme.
Tan sólo se quedan suspendidos en el aire a un escaso centímetro de mí.

—No lo conozco pero ya sé que no te merece. Estás preciosa, Sierra. —Mis labios se estiran para sonreír plenamente.
—¿De verdad lo crees? —Sus ojos negros escanean cada célula de mi rostro una vez más.
—Lo creo. —Tengo que controlar mi respiración que se vuelve irregular y volver a mi lugar, cerca de la puerta y en la distancia.

—Buenas noches, As.

—¿Entonces llevas puesto ese vestido azul que te recomendé? el de la tela fina.
—¡Sí! ese mismo, el que es precioso y elegante y precioso.
Y creo que me repito. —Río.
¿Sierra, estás bien? pareces... muy feliz. No lo sé, mucho quizás. Esta mañana no querías ni oír hablar de esta cita. —Chasqueo la lengua.

—No es una cita, no me hagas repetirlo. Y no estoy feliz, estoy normal. Es decir... normal.
¡Tú me entiendes hermana!
—Oigo un sarcástico "ajá" del otro lado de la línea.
Venga pequeña mariposa... suéltalo.
—Asli cree que estoy preciosa y que Jay no me merece y eso es injusto porque no le conoce pero cree que estoy preciosa. —No puedo probar que está sonriendo pero sé que está sonriendo.

No porque le agraden mis palabras si no por el mero hecho de tener razón.
¿Sabes en qué estoy pensando ahora? en aquel día... después del ascensor.
Y sé que tú también lo estás.
Estabas tan feliz Sierra...
Sentía que podrías haber volado porque estabas flotando. Jamás te había visto así.
—Me detengo en mitad de la calle. Noto una punzada en el pecho.
En la distancia distingo a Jay, de pie junto a un restaurante que yo conozco muy bien.
—Estoy viendo a Jay...
te llamaré luego. Te quiero.
—Y presiono la tecla "colgar".

—¿Jay? buenas noches. —El muchacho se gira sobre sus talones y me da un vistazo rápido.
—Buenas noches, estás muy guapa.
—Creí que habíamos quedado en la cafetería. —Alza las manos en el aire y tira de las comisuras de sus labios.
—Lo sé pero sabía que tomarías este camino y pensé que este lugar te gustaría. —Sonrío, aunque en realidad no he dejado de hacerlo desde que salí de casa.

—Este restaurante es el favorito de Asli. —Creo haberlo pensado hasta que entrecierra los ojos con confusión y ladea levemente su cuello.
Lo he dicho en voz alta, estúpida yo.
Nunca puedo hacer nada bien.
—¿Quién es Asli? —¿Y ahora cómo le explico yo esto?

—¿Asli? Asli... Asli es mi compañero de piso.
También mi amigo, se mudó hace casi dos meses. —Salgo del embrollo como puedo.
—Pareces saber mucho de él.
—Abre la puerta del lugar para mí.
—Eso no es nada, sé mucho más. —No sé si sueno presuntuosa pero es lo cierto.

—¿Ah, sí? ¿por ejemplo?
—Bueno... sé que este es su lugar favorito, sé que su bebida alcohólica favorita es el vodka, que tiene miedo a los ascensores, que dice que no quiere tener hijos pero en el fondo quiere dos, que es un romántico sin remedio y que haría lo que fuera para ayudar a alguien que quiere.
—Las mejillas me duelen, probablemente por sonreír demasiado.

—He visto estrellas que brillan menos que tus ojos cuando hablas de él. —Arrugo las cejas.
—¿Qué?
—¿Por qué has aceptado esta cita, Sierra? si claramente estás enamorada de tu compañero de piso. —No me doy cuenta de que hemos llegado hasta la mesa.
Dejo el bolso y cierro los ojos.

—Creí haber dejado claro que no quería una relación.
—Y yo creí haber dejado claro que sí. —Humedezco mis labios, lista para decir mis últimas palabras antes de irme.
—Podemos ser amigos, quédate. —Parece que lee mi mente y se me adelanta.
Entonces me relajo, noto que la presión desaparece y me siento frente al rubio.

—¿Y si él te gusta por qué no sois nada? —Por mi boca se desliza una risa.
—Esa pregunta es... algo complicada de responder.
—Agarro la carta entre mis manos.
—¿No tendrás algún problema con que yo sea camarero, cierto? —Eso me ofende bastante así que retiro el cartón de mi cara para mirarle.

—¿Por qué me importaría? es asunto tuyo, ningún trabajo es indigno. Yo estoy en paro, fíjate. —Bromeo.
—¿Te has despedido? sé que trabajabas.
—Me han despedido. —Matizo la segunda palabra.
—¿Qué has hecho para enfadar tanto a tu jefe? —Río.
—Esa... es otra parte de la historia que prefiero quede para mí. —Sus labios se dibujan en una fina sonrisa que no muestra su dentadura mientras mueve arriba y abajo su cabeza.

—Guardas muchos secretos, Sierra.
—No te imaginas cuantos, Jay.

La "cita" termina no mucho después, salgo del lugar y prefiere regresar a casa por mi cuenta.
Pero mientras lo hago, las palabras de Rubí resuenan en mi cabeza como un martillo que no deja de golpear una y otra vez a su objetivo.
Y un recuerdo llega hasta mí...

—¡Sabe mi nombre! ¡Rubí! —Mi hermana por poco se atraganta con sus espaguetis.
—¿Quién sabe tu nombre y por qué me importa? —Ruedo los ojos.
—¡Mi jefe! Mersin. Él sabe mi nombre, aún no puedo creerlo.
Creí que era invisible para él.
—Me llevo ambas manos a mi pecho, no puedo contener mi felicidad.

—Sitúame, ¿no es tu jefe el moreno guapo por el que has estado colada? —Asiento con energía. —¿Y no llevas trabajando para él como... meses?
—Así es y nunca me había llamado por mi nombre hasta hoy. Vamos, te invito a comer fuera. —Agarro su mano sin ningún cuidado y tiro de ella en mi dirección.

—Ese hombre acabará con la poca cordura con la que naciste, hermanita. —Salimos de la tienda y caminamos deprisa hasta la cafetería donde mis compañeros suelen comer.

Y allí está él, cruzándose en mi camino otra vez.

Si alguna vez me recuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora