Capítulo 46 (final)

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El anillo reluce entre mis manos, le doy otra vuelta y miro en su interior.
"S&A"
El gravado sigue intacto a pesar del tiempo transcurrido.
Suspiro y masajeo mis sienes. Lo meto de nuevo en la caja, lo devuelvo a su sitio y voy a la ducha.

Como el agua cae, yo pienso y pienso como no he dejado de hacer en toda la noche.
La cabeza acaba por dolerme, me apoyo en la pared
de azulejos que está caliente por el vapor y el agua.
Humedezco mis labios aunque ya estén húmedos, cierro el grifo y pongo mis manos sobre la pared, me quedo así algunos minutos antes de decidir salir.

¿Y si Rubí tiene razón?
Tal vez debería dar otra oportunidad a Asli, dejar atrás el pasado.
Tal vez debería empezar a olvidar, pero siento que recomenzar será complicado para ambos.
Que nos costará mucho y no estoy segura de eso es lo que Asli quiere.

Me envuelvo en la toalla, hago lo mismo con mi pelo y abro mi armario para buscar algo de ropa para el trabajo.
Pero entonces, mi teléfono suena. Es mi hermana.
—Buenos días, Rubí.
—Buenos días, Sierra ¿puedo pedirte un favor? Necesito tu coche. —Arrugo las cejas.
¿Mi coche?

—¿Por qué? ¿ha ocurrido algo? —Cojo un vestido rosa holgado.
Me ha fallado mi repartidor y tengo que entregar un pedido urgente. Por favor.
Puedes ir a trabajar caminando. —Suspiro. 
—Está bien, iré caminando.
Te dejo las llaves en mi casa.

—Genial, gracias. Por cierto la calle treinta y tres está en obras, ve por la treinta cuatro. —Suelto una risa.
—Descuida, hasta luego.
—Cuelgo el teléfono.
Me pongo el vestido, peina y maquillo y un rato después, ya estoy lista.

Sobre la mesa de entrada de mi casa dejo las llaves del coche, a la vista para la ojiverde.
Agarro mi bolso y salgo.
Tal y como mi hermana me ha pedido, voy por la treinta y cuatro para evitar las obras.
En la primera calle, entro en la cafetería de Jay para pedir un café.

—Aquí tienes, Sierra. Ten un buen día. —Le doy un trago a la bebida helada y salgo del lugar, saludando con la mano al joven.
Me lo bebo rápido, apenas doy varios pasos pues con el sol de este día, no aguantará mucho.

Y en ese momento, ocurre.
Comienza a ocurrir, quiero decir.

Una mujer se acerca en mi dirección, me sonríe y se detiene justo delante de mí, interrumpiendo mi paso.
—¿Eres Sierra Gallway?
—Sí, soy yo. —De su espalda, la mujer saca una rosa y un post-it.
El post-it está escrito pero apenas cuenta con un par de palabras.

"Una rosa"  es todo lo que pone. Arrugo las cejas, miro por detrás por si tiene algo más pero no tiene nada y cuando levanto la cabeza para preguntarle a esa mujer, ella ya ha pasado de largo.
—¡Disculpe! —Pero ya no hay nada que hacer, se ha marchado.
¿Cómo sabía mi nombre?

Doy un par de pasos antes de que un hombre joven, se interponga en mi camino.
¿Pero qué...?
—¿Sierra Gallway? —Asiento.
De su espalda saca otra rosa, otro post-it y su mejor sonrisa.
Antes de leer lo que pone, me decido por averiguar lo que sucede aquí.
—¿Qué es esto? ¿me lo puedes explicar? —El joven sólo se encoge de hombros, me guiña un ojo y sigue andando.

"Dos rosas".

La tercera rosa viene con la forma de una niña de apenas diez años que además de darme una nueva rosa y un nuevo post-it, me da un beso en la mejilla. A ella no le digo nada y decido esperar para ver que sucede después.
"Tres rosas".

De un hombre de mediana edad me llega la cuarta rosa pero ésta vez, la nota tiene puesto algo diferente y soy advertida de esto por él.
—Lee la nota, Sierra. —Me pide.
—¿Puede explicarme algo? —Él niega pero no borra su sonrisa, sigue caminando con su bastón calle abajo.

"Cuatro rosas por cada hora que me esperaste en aquel altar."

¿Asli? ¿tú has hecho esto?
Sin querer, tiro de las comisuras de mis labios con firmeza en una sonrisa brillante.
¡Maldito idiota romántico!

Una mujer se me acerca, levanta entre sus manos una bolsa negra.
—Detente ahí, Sierra Gallway.
Tengo algo que entregarte.
—Ríe. Su risa me contagia y mi estómago se llena de nervios.
Me entrega la bolsa con una nota pegada. Muerdo mi labio inferior.
Dentro de ésta, hay un frasco nuevo del mismo perfume que yo utilizo.

"Un perfume nuevo por el que yo te gasté."

Mis ojos se empañan y a partir de ahí, camino casi sin ver, recordando de memoria cada paso a mi trabajo.
Una adolescente se acerca hasta mi, lleva un cartel con mi nombre escrito. Tapo mi boca con mis manos, abrumada.

Me da una bolsa, dentro de ésta hay un peluche.
Pero no es un peluche cualquiera, es el que yo le regalé años atrás para saber si me quería.
—Es precioso. —Dice la chica, sólo asiento en respuesta, incapaz de decir nada más.

"Un regalo para que no olvides que te amo. Te amo."

Maldita sea, yo también te amo.
Y el último regalo, llega con una anciana hasta la que yo tengo que llegar cuando susurra mi nombre.
—Esto es para ti, niña.
—En la última bolsa sólo hay una pequeña caja.
La abro, dentro de ella hay un anillo con un pequeño diamante que acompaña la última nota.

Noto mi corazón en mi garganta y no puedo respirar con normalidad.

"Y un anillo nuevo para que me vuelvas a decir que sí.
Cásate conmigo, Sierra Gallway."

¿Puede esto ser real o voy a morir de amor?
—Si no le dices que sí, dame su número. —Bromea la mujer, río. Prosigue con su camino y yo con el mío pero nada vuelve a ser igual.
Mi cabeza, corazón y pies están en las nubes.
Todo mi cuerpo se encuentra flotando en algún lugar lejos de allí.

Por fin diviso mi edificio y frente a él, está mi coche.
¿Qué hace ahí? ¿no debería
estar con Rubí?
A menos que...
Mi teléfono vibra con la llegada de un mensaje.

"Perdona por el engaño pero me pidieron un favor.
Espero que hayas llegado ya porque tu coche está abierto, las llaves están dentro y no me puedo permitir comprarte uno nuevo. Te quiere, Rubí.

Pd: la calle treinta y tres no está en obras."

¡Maldita traidora!
Dejo escapar una carcajada y meto las cosas en mi coche,
esta vez sí, cerrándolo.
Respiro hondo y miro al edificio donde trabajo.
Las manos me sudan y mis piernas tiemblan como nunca lo han hecho antes.
Sé que tengo que entrar
pero este camino nunca se me hizo tan complicado de recorrer.

Me seco las manos en mi vestido, trago en seco porque no me queda saliva en la boca y comienzo a andar.
Llego a la puerta, la abro y entro.
Voy directa hasta el ascensor.

Voy sola en éste pero cuando va a cerrarse, alguien pone sus manos y entra.
Mis ojos se cristalizan.
El ascensor se menea durante unos segundos y eso nos lleva a ambos al pasado.
Entonces repaso mis labios con mi lengua y sé perfectamente que decir.

—No se preocupe, no vamos a quedarnos sin aire. —Él me mira por encima de su hombro, intento mantener mi seriedad.
Sonríe.
—¿Cómo sabes que no?
¿te has tragado un libro de supervivencia? —Tengo que aguantar la risa.
—No pero he leído las instrucciones a seguir en caso de emergencia. —Asli se gira hacia mi, doy un paso en su dirección.

—¿Sierra, verdad? —Mis manos se juntan en su cuello, asiento y ahora sí, sonrío.
—Me sorprende que lo sepa...
—Sus manos se aferran a mi cintura y en ese momento, nuestros labios se juntan.

Se sellan, hacen una promesa.
Otra, quiero decir.
Pero ésta vez es diferente, porque ésta vez sé con cada célula de mi anatomía que es para siempre.
Y que nada, nada nunca ni nadie, podrá romperlo.

Si alguna vez me recuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora