Capítulo 2

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Mis dedos chocan un par de veces contra el cristal de la puerta y no espero el "adelante" antes de entrar.
Las piernas me tiemblan y temo que puedan fallarme.
Hablo tan rápido que apenas puedo entender mis propias palabras.

—¡Buenos días, jefe! le traje café. No tiene nada, quiero decir ni leche ni azúcar pero por supuesto tiene café. —Me quiero golpear la cabeza contra el cristal pero parece que él no me ha prestado atención.
Déjelo ahí. —Me ordena.
Pero en ningún momento sus ojos me miran, no los despega de su portátil.

¡Jefe! no olvide que tiene una reunión en media hora. —Con un gesto simple me hace saber que lo recuerda y salgo de su oficina.
¿Acaso estaba esperando algo más que eso?
porque las últimas siete veces no han sido diferentes.

Supongo que el señor está muy ocupado para siquiera dar los buenos días.
Maleducado.

Mi pelo está alborotado y mi cuerpo emana mucho calor.
Respiro profundo y trato de deshacerme del recuerdo.
Recojo mi pelo castaño en un moño a lo alto de mi cabeza, mis ojos de color marrón claro se contemplan a ellos mismos frente al espejo.
Me ducho y abro la puerta de mi habitación.
Y parece que por unos segundos olvido que no estoy sola.
Hasta que la realidad me golpea con dureza.
Ahí está él, sentado en la barra de la cocina, mirando a algún punto en la pared.

Sigue teniendo un rostro juvenil, ahora lleva el pelo un poco más corto y despeinado.
Siempre solía llevarlo perfecto.
Aunque su mirada es muy diferente a como solía ser.
Asli siempre fué decidido, valiente, atrevido.
Ahora es frágil, está perdido.

—Buenos días. —Saludo.
Noto su mirada en mí durante mi recorrido hasta la cocina y no deja de mirarme en ningún momento. 
—Hola Sarah. —Ruedo los ojos. Me giro para encararle pero cuando lo hago, veo algo más.
Entrecierra sus ojos y mueve su cuello un poco.
No hará falta que se lo diga.
Va a corregirse a sí mismo, está intentando recordar.

—No es Sarah... ¿cierto?
Pero es algo con S. —Apreto los labios.
El teléfono de mi casa suena y respondo.
Buenos días Sierra ¿desayunamos? Aunque ella no puede verme, niego.
—Lo siento Rubí. Hoy no. —La oigo bufar.
¿Qué tienes? ¿qué te pasa?
De reojo, miro al moreno.
—Es... es una larga historia.
Muy larga. —Y como puedo, evito responder a más preguntas.

—¿Rubí? ¿quién es? —La curiosidad le pica a Asli pero me limito a una respuesta corta.
—Mi hermana. Vístete, tenemos que ir a ver al doctor. —Le recuerdo.
—¿Por qué? salí ayer mismo del hospital. —Suelto aire bruscamente y sin disimulo, dejando ver mi hartazgo.
—Haces demasiadas preguntas.
—Le corto.

—¿Sabes que tengo amnesia, cierto? ni siquiera recuerdo mi apellido. No es culpa mía.
—Reflexiono durante unos momentos antes de responder.
—Mersin. Y tampoco es culpa mía. Vístete, Asli Mersin.

Le oigo chasquear la lengua pero no presto atención, tan sólo quiero seguir caminando.

—Sierra. —Y de repente, la boca se me seca.
Su voz pronunciando mi nombre siempre fué mi mayor debilidad.
Y ahora también lo es, pero de una manera muy diferente.

Me giro hacia él.
—Sierra, eso es. —Afirmo.
—Gracias. Por todo.
Aún no entiendo porqué haces esto pero te lo agradezco desde el alma. —Quiero reír.
Quiero hablar.
Contarle demasiadas cosas, tal vez todo.
Pero no lo hago. Sólo cierro la puerta tras de mí.

Salimos de casa y nos subimos a mi coche.
Asli me ve ponerme el cinturón y de forma sorprendente, él se lo pone de un sólo movimiento.
Le veo fruncir el ceño y mirar extrañado sus propias manos.
Me pongo en marcha.
El trayecto no dura mucho y aunque el moreno desea hacerlo, se ahorra todas las preguntas que se acumulan en su confundida cabeza.

Si alguna vez me recuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora