Capítulo 43

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—No puedes estar hablando en serio... —Mientras niego y con los ojos cerrados, pongo la mano en mi frente.
—No lo dice pero me doy cuenta, no soy idiota.
Yo tampoco puedo creer que después de todo, esté enfadado conmigo. —Seth me cuenta como Asli ha estado actuando frío con él los últimos días y mientras, desayunamos.

—Es un imbécil, Seth. No pierdas el tiempo con él, se le pasará y si no lo hace, que le den. No merece la pena. —Me termino el café y acierto de pleno en la papelera.
+1000 puntos para mí.
El rubio hace lo mismo y chocamos los cinco.
—Gracias por escucharme, Sierra.
—Un placer, Doya.

Entramos de vuelta en la oficina y lo primero que oigo son gritos.
Anthony le grita a Regina, la chica nueva.
—¿Qué ocurre aquí? —Seth interviene, Anthony está rojo por la furia.
—¡Ha vertido café sobre mi ordenador! llevaba escritas más de veinte mil palabras que ahora tendré que escribir de nuevo.
—Exclama.

—¿Regina? —La muchacha se gira para encarar al jefe y cuando le ve, todos los papeles que lleva en la mano se le resbalan y caen al suelo.
Ay, dios. Pobre chica.
—¿Ves? es muy torpe. —Miro al pelirrojo y me cruzo de brazos.
—Tres, Anthony. Rompiste tres portátiles tu primer día aquí.
No seas injusto, si necesitas ayuda con ese texto, te ayudaré encantada.
Pero deja en paz a la chica.
—Ordeno.

—Está bien, Sierra. Ayúdame.
—Le miro, desafiante.
Me agacho para ayudar a Regina y decirle unas palabras.
—Cuando acabe de ayudar a Anthony, ven a mi despacho.
—Me mira y asiente, atemorizada.
—Vamos allá, Anthony.
—Trueno mis dedos y saco mi tablet de mi bolso.

—No sé si Asli vaya a necesitarte, Sierra. —Susurra el rubio junto a mí.
—Le quedan dos reuniones.
Tengo al menos tres horas y no necesito ni media.
—Palmea mi hombro y se retira.
Regina también lo hace.

—¿Qué tengo que escribir?
—Es un texto en dos partes, haz la primera y yo haré la segunda. Se trata de responder a estas preguntas, mínimo diez mil palabras. —Tomo las hojas entre mis manos y leo la primera pregunta.
Entonces me pongo a ello y como le he dicho a Seth, me toma alrededor de media hora terminar.

Se lo entrego y me marcho de allí, paso por el despacho de Regina en mi camino al mío y con una mirada, ella entiende que debe seguirme.
—Cierra la puerta. —Le pido.
Así lo hace, veo como pasa saliva.
—Acabas de terminar la universidad, ¿no es así?
—Asiente. —Matrícula de honor. —Leo en voz alta, con sorpresa.

—¿Sabes que tu puesto es más importante que el mío, no es así? Yo sólo soy una asistente, Regina. —Repite la acción. —En ese caso, ¿por qué estás aquí?
—Por respeto, señorita Gallway. He oído hablar mucho de usted, todos por aquí alababan su trabajo y amabilidad.
¡Y yo estoy encantada de que haya regresado! —Sonrío.

—¿Por qué te pones tan nerviosa, Regina? ¿te ocurre algo, tienes algún problema aquí o simplemente eres así? —Intento indagar.
Entonces, por el pasillo veo como Seth camina con prisa.
La muchacha frente a mí pierde el hilo de la conversación y se gira poco discreta para mirarle.
Y digamos que, así es como logro obtener mi respuesta sin palabras. Río.

—Mantén la calma, Regina.
Utiliza tacones bajos o zapatos planos para no caerte.
Lleva el café siempre con tapa  para que si te chocas, no manches nada. No tengas prisa por hacer tu trabajo, tómalo con tranquilidad. —Le doy algunos consejos que mi hermana me dió a mí el primer día que trabajé aquí.

Ella lo anota todo mentalmente, va asintiendo según hablo.
Me levanto para salir de mi oficina pero antes de hacerlo, le doy un último consejo.
—Y sobre todo, Regina, no te enamores del jefe. Nunca sale bien. —Ella abre mucho sus ojos y una enorme sonrisa de emoción aparece en su rostro.

—¿¡Entonces lo de usted y el jefe Mersin es cierto?! —Me detengo en seco.
—¿Todavía se habla de eso por aquí? —Con mucha efusividad, corre junto a mí.
—Es una leyenda en este lugar, señorita Gallway. La historia de la chica y su jefe, es un clásico.
—Se lleva ambas manos a su pecho y sus mejillas toman color.
Dejo salir una carcajada sarcástica.

—Lamento destruir la leyenda pero adivina qué.
No salió bien. —Y cuando estoy hablando, en mi espalda oigo unos pasos que reconozco.
—A mi despacho, señorita Gallway. —Asiento.
Regina se acerca hasta mi oído para susurrar algo.
—No diga eso. Tal vez si no salió bien es porque aún no ha terminado. —Y ahora es ella quien palmea mi hombro y se marcha.

Yo camino al despacho de Asli, tal y como éste me ha pedido.
Cierro la puerta cuando los dos hemos entrado.
—¿Qué necesita, jefe? —Anoto en mi tablet.
—Un café, gracias.
¿Y usted, señorita Gallway? ¿qué necesita? —Sé a lo que se refiere y no está hablando de trabajo.
—Yo no necesito nada.
Pero tengo un mensaje que darle de su amigo, Seth Doya.
¿Sabe de quien hablo? —Sonríe de lado. —Me ha pedido que le diga que mañana tienen una reunión juntos.

—¿Y por qué no me lo dice él? —Recojo el aparato, quiero mirarle directo a la cara.
—Porque sería más fácil hablar con una pared. —Me cruzo de brazos. Vuelve a reír, parece divertido.
—¿Debería pedirle perdón?
—Asiento. —¿Y exactamente lo qué, por haberme ocultado cosas durante meses? —¡Já!

—No. Por haberse ido sin decirle nada, dejándole una estúpida nota, por haberle tratado mal después de que él le buscó durante meses y por ser un idiota ahora.
Seth sólo hizo lo que yo le pedí. —Defiendo a mi amigo.

—¿Eso es lo que quiere, señorita Gallway?
—Si y ¿sabe quién más merece que le pidan perdón? Rubí.
Durante meses le trató bien, cuidó de él después de todo y ahora ni siquiera le dirige la palabra. —Antes de que pueda acabar, está llamando por teléfono.

¿Asli? ¿Qué necesitas? —Es la voz de Seth al otro lado.
El moreno no aparta su mirada de mí mientras me habla.
—Lo siento, Seth. Soy un imbécil, no te mereces que te trate mal después de todo lo que has hecho por mí.
No tienes la culpa de nada.
—Sé que aunque le llama por mí, habla en serio.

¿Qué? quiero decir... gracias Asli. Está bien, hermano.
Imagino su confusión.
—De nada, tenía que decírtelo.
Llámame luego para que comamos juntos, hasta luego. —Y cuelga el teléfono.

—No tenías que-
Pero cuando quiero acabar la frase, está marcando de nuevo.
¿Quién es? —Es la voz de mi hermana mayor.
—Hola Rubí, habla Asli.
Gracias. ¿Por qué? por no haberme partido la cara cuando volviste a verme aunque me lo merecía.
Por haberme tratado bien y por haber sido mi amiga.

¿Te están apuntando con un arma? —El moreno ríe.
—Nada de eso. Pero tenía que arreglar las cosas contigo, no puedo llevarme mal con mi cuñada. —Cuando dice la última palabra, me sonríe de una manera especial.
¿Vuelvo a ser tu cuñada? Gracias por avisar. —Bromea.

—Todavía no pero dame tiempo. Dame tiempo. —Corta la llamada y yo me doy la vuelta para salir del despacho pero cuando mi mano toca el tirador de ésta, el moreno ya está detrás de mi y pone su mano sobre la mía.
Mi respiración se corta, dejo de inhalar y exhalar.

Puedo sentir su aliento en mi cuello, con un dedo me acaricia y olfatea mi piel.
No puedo moverme, su cercanía me paraliza. Y me pregunto como voy a salir de esta situación en la que me he metido yo sola.
Cuando creo que no dirá nada es cuando habla.

—No creas que he olvidado tus palabras, Sierra.
Me dijiste que el amor verdadero no termina, no se acaba. Nunca muere.
Hablabas de mí, de nosotros.
Me amabas, me amas.

Su teléfono suena y eso me devuelve el aire.
Cuando tengo el mínimo espacio para maniobrar, abro la puerta y me voy de allí sin mirar atrás.

Si alguna vez me recuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora