Nos encontramos desayunando en total silencio, el único ruido de nuestro salón es el del tráfico que entra por la ventana.
Claxones, algunos gritos y demás.
Después de una conversación corta acerca de anoche, el silencio lo ha cubierto todo.Asli mantiene su mano sobre la mesa y su mirada sobre ella, apuntando directo al anillo que allí luce.
Entonces me lanza una pregunta, mucho más importante de lo que pueda parecer en un principal.
—¿Crees que me quería? Aunque fuera sólo un poco.
—Retiro mi bol lleno de frutas y apoyo mi cabeza sobre la fría isla.—¿Por qué no lo dejas ir?
—No puedo, Sierra. No puedo.
Este anillo me persigue, día y noche. Necesito que esté cerca de mí y necesito entender porqué.
Sé que han pasado casi nueve meses pero tal vez me rechazó por otra razón. —En ese momento me veo obligada a sacar mi lado profundo y decirle lo que pienso realmente.—¿Sabes lo que creo yo, Asli?
Creo que el amor no muere.
No puede, no sabe como.
El amor no se evapora en el aire, no se funde en un día de verano. Resiste, persiste y a veces se pierde en el camino.
A veces se estira, llora y grita, a veces ríe demasiado alto y a veces duele. Se aleja, se va y vuelve. Pero no desaparece ni mucho menos muere.
El amor verdadero no puede morir, Asli.
Pase el tiempo que pase, si es verdadero, seguirá. —Y a partir de ahí, me levanto de mi lugar y me voy hasta mi habitación con el objetivo de vestirme.Oigo algunos golpes al otro lado de mi puerta.
—¿Sierra?
—Adelante. —Entra con los ojos semi cerrados. Sonrío.
—Estoy vestida, puedes abrirlos. —A pesar de mis palabras, no se fía del todo y los va abriendo muy poco a poco. Vuelvo a sonreír.—¿Salimos? No lo sé, a algún lugar por ahí. —Respondo un básico "ajá". Me observa durante unos segundos mientras termino de arreglarme.
—¿Qué miras? —A través del espejo puedo observar una sonrisa plasmada en su rostro mientras me observa.
—¿Te parece raro si digo que me gusta ver como te maquillas? Me resulta delicado, hermoso.
Es como verte... —No sabe que palabra usar.
—¿Pintar? —Lo digo tan bajo que no me oye.—¿Qué? —Sacudo la cabeza.
—Nada. Digo que para algunas personas resulta relajante pero a mí me parece aburrido. —Alzo en el aire uno de
los labiales. Ríe.
—Algún día te maquillaré, te gustará. —Le guiño un ojo.
—Sólo si me dejas escoger el color de las labios a mí.
No te ofendas pero no creo que esa tonalidad pegue con tu camisa. —Suelto una carcajada alta y con ganas.—Fuera de mi habitación, Asli Mersin. Primer y último aviso.
—Pero todo lo que hace es dejarse caer en mi cama.
Quiero tirarle con algo para que se marche pero sé que haga lo que haga, no lo hará.
Y eso me hace estúpida, una estúpida demasiado feliz.Me calzo unas cómodas zapatillas y salimos de casa.
Entonces, una pequeña de cuatro patas corre en nuestra dirección.
—¡Ouch! —Asli se asusta cuando el animal trata de subir por sus piernas.
—¡Yara! No seas mala, ven aquí. —Su dueña, mi vecina Petra, se agacha para coger en brazos a su perra.—Lo lamento mucho, ¿te ha manchado la ropa? —Sus párpados se abren más al ver a Asli por primera vez.
Éste niega, mirando a la mascota y luego a la rubia.
—No, no me ha manchado. —Le regala una de sus mejores sonrisas y la mujer no duda en imitarle.
—Soy Petra, nunca te había visto por aquí. —Estira su mano hacia el moreno.
—Yo soy Asli y me mudé hace no mucho. Encantado de conocerte. —Ella repite sus palabras y tras eso, salimos del edificio.—Trabaja como profesora de matemáticas en la universidad de Royce, por si te lo estabas preguntando. —Bromeo.
—No me lo estaba preguntando pero gracias.
¿Por qué creerías que me lo preguntaba? —Levanto las manos.
—Es una mujer preciosa, tal vez te ha llamado la atención.
—Simplifico.—No quiero salir con Petra, otra vez gracias. —Noto algo cargado el aire y decido hacer otro comentario burlón.
—Claro que no, porque te gusta Rubí. —Pero lo que viene después, jamás podría haberlo visto venir.
—No me gusta Rubí, me gustas tú. —Siento que podría desmayarme porque todo me da vueltas y necesito un ángel que me salve.
Y parece que por una vez, el cielo accede a una de mis súplicas.Mi teléfono suena y sin siquiera mirar de quien se trata, respondo.
De reojo veo como el moreno agacha la cabeza y mete sus manos en sus bolsillos.
Quiero creer que no ha dicho lo que ha dicho.
Pero lo ha dicho.—Sierra Gallway. —Susurro, casi sin aliento.
—Seth Doya, encantado
¿Qué dices, Sierra? —Una carcajada nerviosa nace de mi garganta.
—Buenos días, Seth. Lo siento, no he mirado quien era, dime qué necesitas.
—Un big mac con patatas y una coca cola, gracias.
—Ruedo los ojos.—Que gracioso eres, Doya.
—Culpa tuya, dile a Asli que encienda su teléfono y deje de preocuparme.
—Espera, te lo paso. —Así lo hago.
Y seguimos andando por la calle como si nada, porque como siempre en nuestras vidas, siempre hay un "nada" antes del meteorito que se estrella contra nuestras cabezas y lo cambia todo.En esta ocasión, nuestro meteorito tiene forma de mujer y se estrella de forma real contra el cuerpo de Asli.
Mi teléfono vuela, no sé a donde va a parar desde su mano.
Asli no tiene tiempo de reaccionar antes de oír su nombre salir de los labios de esa chica y tampoco puede hablar antes de que un par de brazos se enreden a su alrededor.—¿Quién eres tú? —Le pregunta, dándole un empujón no tan suave, en un intento de recuperar su espacio personal.
Cuando se separa de él, la veo con más claridad.
Es alta, bastante más que yo, el color de su pelo es de un pelirrojo natural. Sus ojos son como dos grandes mares de un precioso y delicado azul.
Al principio sonríe con todos los dientes, nos mira intercalando de uno al otro.
Pero cuando Asli le habla con ese tono de indiferencia y con genuina ignorancia, su
rostro palidece y su expresión de felicidad se trasforma en una de indignación.A continuación abre la boca, la cierra medio segundo después sin saber qué decir.
Pero parece que poco después se decide, pues vuelve a abrirla.
Y las palabras que dice no sólo dejan sin aire a Asli.
También a mí.—¿Asli? Soy yo, Alice. Tu novia.
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Si alguna vez me recuerdas
RomanceSierra y Asli no tenían demasiado en común; ella era una artista con un trabajo que no la llenaba. Para él, su trabajo lo era todo. Ella observaba cada detalle a su alrededor. Él apenas despegaba los ojos de su portátil. Ella vivía la vida en co...