Capítulo 31

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Cuando a veces digo que mi vida es como una espiral de desgracias sucesivas que no cesa, lo digo muy en serio.
¿Puedo tener, aunque sea, un sólo un día normal?
Entre el moreno y yo hay un espacio en el sofá pero no está vacío. Mi vestido de novia está justo en el medio.

¿Por qué? Porque soy idiota y tengo una rara manía de guardar demasiadas cosas que ya no necesito.
¿Y por qué está en el sofá, entre nosotros?
Porque Asli lo encontró sin querer, limpiando bajo mi cama.

¿Y ahora qué voy a decirle?
Esa, esa es la verdadera pregunta a la que me toca responder ahora.
—¿Por esto huyes del amor?
¿es esta tu razón, Sierra? —No puedo no reír de una manera extraña. Me cuesta saber que puedo decir.

—Es una historia muy larga, Asli. Y para ser honesta, no quiero hablar de ello. —No va a darse por vencido tan fácilmente y lo sé.
—Puedes hablarme de ello. —Se inclina hacia mí, apoyando sus manos sobre sus rodillas.
—Me dejó, ya está. Eso es todo. No hay demasiado que contar, en realidad no hay nada. Su amor era un sueño del que desperté.
—Doy por finalizada la charla pero él no lo hace.

Sus dedos se cierran sobre mi muñeca con mucha suavidad.
—¿Te dejó cuando ya tenías el vestido? —Me dejaste cuando ya tenía el vestido.
—Más bien... me dejó a siete metros del altar, con cien invitados esperando y un camino de pétalos de rosa listo para caminar por él. —Los ojos negros del muchacho se vuelven rojizos.

Va a decir algo pero no sabe que. Cierra la boca y simplemente, me deja hablar.
Supongo que es mejor así.
—Está bien, Asli. Ya sabes que soy un poco nostálgica y guardo cosas que no debería.
Por eso este estúpido trozo de tela sigue aquí. —Lo arrugo entre mis manos.

—Si pudiera romperle los huesos, te juro que lo haría.
—Río. Técnicamente, te rompiste varios huesos en el accidente así que supongo que está hecho.
Pero mis pensamientos no los digo en voz alta, permanecen para mi misma.

—Creo que la vida se lo hizo pagar... sólo un poquito.
—Bromeo.
Entonces, el moreno parece tener una idea que cruza por su cabeza pues esboza su sonrisa más traviesa y eso sólo puede significar problemas.

—¡Tengo un plan! —Palmea mi pierna y corre hasta la cocina.
Oigo algunos ruidos y tras eso, regresa con la papelera vacía.
Pone el cilindro de metal en el suelo y de su bolsillo saca una cerilla.
—¿Asli qué...? —Su sonrisa no se ha borrado en ningún momento, agarra su vestido y me lo entrega.
—Vamos a quemarlo, Sierra.
Vamos a quemar el pasado.

Abro los párpados tanto que mis ojos podrían salirse y acabar en el suelo.
Maldita sea, este hombre está loco. Loco de remate.
Y yo estoy todavía más loca, pero por él.

—No es una buena idea, As...
—Pero sus ojos están tan llenos de ilusión que no sé como detener esta idiotez.
—¡Claro que lo es! Es la mejor forma de dejar ir el pasado y de paso, de deshacerte de este trapo. —Tira un poco del vestido y pone cara de asco.

Suspiro y palmeo mi frente con mi única mano libre.
Que dios se apiede de nosotros, porque vamos a necesitarlo.
—Está bien, As. Vamos allá.
—Con un poco de su ayuda, doblo la tela del vestido, me cuesta hacerlo pues es bastante largo y pomposo.

Y viéndolo ahora, tanto tiempo después, me doy cuenta de lo feo que es, que siempre fué.
Pero supongo que aquel día el vestido era lo que menos me importaba.
Lo coloco dentro de la papelera, con cuidado y bien acomodado.

A pesar de mis esfuerzos por dejarlo menos abultado, sigue ocupando casi toda la papelera.
El moreno me entrega la caja de cerillas pero tengo la sensación de que este "ritual" no estará completo si no lo hacemos los dos.

—Quiero que me ayudes. —Le pido. Arruga las cejas para observarme.
—¿Yo? —Se señala a sí mismo.
—Si, tú. Hablas de nuevos comienzos, de dejar el pasado atrás. Entonces hazlo conmigo, eres parte de mi presente. —Sé que este juego no sirve de nada, que es ridículo y no logrará nada.
Pero tal vez, de alguna manera, me haga sentir mejor.

Asli agarra una de las cerillas, hace fuego y yo hago lo mismo.
Nos miramos durante un instante antes de que Asli cuente atrás.
—3,2,1... —Y los dos arrojamos las cerillas a la papelera, justo encima del vestido.

Comienza a arder y a desprende humo mas no demasiado.
Se quema, arde con rapidez y se va consumiendo.
En mis ojos se refleja el fuego pero el corazón me duele de la misma manera.

Asli toma mi mano, entrelaza sus dedos con los míos y de alguna manera, eso es todo lo que apacigua el dolor.

A veces creo que lo que más duele es no tener una respuesta, no conocer el gran porqué.
Y otras... otras sólo confirmo mis sospechas.

El humo comienza a ser desagradable y toso, Asli tiene el mismo síntoma.
Mierda. ¿Quién fué el imbécil al que se le ocurrió que esto era buena idea? Oh sí, a él.

¿Y quién fué la estúpida que le siguió el juego? Oh sí, yo.

No se puede esperar que nada bueno salga de un par de descerebrados con una caja de cerillas.

—¿Asli?
—¿Sí?
—Llama a los bomberos.

Si alguna vez me recuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora