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La suerte pareció intentar favorecerme el mismo día en que había decidido acabar súbitamente con mi vida

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La suerte pareció intentar favorecerme el mismo día en que había decidido acabar súbitamente con mi vida.

Había sido tan descuidado hasta ese momento que, de una u otra manera, no podría percatarme de cambio alguno a mi alrededor, pero esa no era excusa para decir que no habían estado ocurriendo cambios en realidad, porque simplemente lo ignoraba de momento, así como suelo ignorar cuanto existe en los alrededores cuando estoy presente en ninguna parte.

¿Por qué hacía tal cosa?

Era, en parte, quizá, por las aflicciones contraídas en el deambular de los cortos años de vida que tenía como si se tratase, tal vez, de un virus que bambolea a lo largo de las corrientes de aire.

Era, en parte, quizá, por el abandono llevado a cabo por mi padre y la sobre exageradas fragilidades de mi madre, su fiebre fatalista y sus ataques de depresión constante, hasta que se recuperó de ello contagiándomelo a mí, porque no me volví a levantar de la cama siendo el joven preadolescente que debía ser y que luego, tres o cuatro años más tarde, se perdería tras una pantalla para vaciarse el descontento siendo un alguien que no existe en realidad.

Una cortina de humo existencial, como me habría dicho tantas veces el cretino de mi terapeuta.

Para él esas palabras tenían, siempre, sentido y razón de ser, para mí, en todo caso, no son más que simples y superfluos equívocos de un observador, también, equívoco, porque no sabe nada de mí, porque no me conoce a mí, porque no tiene idea de quién soy yo, precisamente porque yo no existo, porque yo morí en pleno tránsito mientras mi madre terminaba de superar el abandono de un hombre cuyo rostro ya no recuerdo y que, entre una cosa y otra, entre un olvido y otro, entre un abandono (el de él) y otro (el de ella), me fui consumiendo como se consume un cerillo encendido. De mí no quedó nada más que el rostro.

¿Se trata de un recuento?

¿Se trata de una antología?

¿Se trata de un intento por zurcir las hilachas sueltas de una vida que perdió sentido ni bien había empezado a formularse?

Preguntas de terapeuta, lo sé.

Visitar a ese maldito cínico pervertido me dejó secuelas. Secuelas perecederas, pero, a veces, indescifrables. Indescifrables porque son palabras prestadas, aunque surjan de mí, que intentan contraponerse a lo que haya dicho, a lo que haya hecho o a lo que haya siquiera pensado como esperando que vuelva hacia atrás mis pasos y recapacite lo que había dicho-hecho-pensado.

Se siente como tener una mente ajena dentro de mi propia mente. Porque, según él, nunca se despertó en mí la noción de "consciencia", por tanto, mi inconsciente no me dirigía palabra alguna, fuese con la voz del ángel, fuese con la voz del diablillo.

Nada.

Nada de eso había sucedido nunca porque no soy más que un individuo carente de emociones, carente de envidias.

No solo las aves tienen alas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora