Con todo lo que saben, con todo lo que hallaron, con todas las vueltas que han dado desvalijando su habitación, yo todavía me pregunto qué mierda quieren de mí o qué carajo esperan que diga que suene distinto.
Ni volviendo el tiempo hacia atrás para deshacer todo lo sucedido se podría llegar a una resolución distinta. Él y yo teníamos eso bastante en claro simplemente porque estábamos conscientes de nuestra propia mierda: ninguno de los dos servía para nada.
Aunque él y yo no nos hubiésemos conocido nunca, aunque él no se hubiese cambiado de escuela y no hubiese aparecido nunca en aquellos pasillos, él estaba seguro que se hubiese matado como lo intentó hacer la primera vez.
Y no digo esto en balde: no es una excusa, no es una aclaratoria, no es una información anexa para sus notas policiales. Es en absoluto eso. Esto que digo es una realidad que él mismo planteó entre susurros después de una alocada noche de pasión.
Ya no se sentía feliz.
En ese momento, no sé cómo ni por qué, en él se dio un cambio drástico, un oscurecimiento sobrenatural: era como haber extraído un espectro desde el otro lado y dejarlo recostado sobre la cama para que mirase el techo mientras parlotea sobre sentimientos y emociones que van más allá de lo lúgubre.
Lloraba. Mi... él lloraba. Y su voz se entrecortaba mientras lanzaba hacia el vacío un discurso que parecía ir dirigido hacia una multitud inexistente, una audiencia fantasma, así como solía ser él casi siempre.
Aquella clase de episodios era normal en él, pero no era normal que ocurriesen cuando no llevábamos la ropa puesta.
Para mí eso fue una alarma.
Para mí, recordándolo una vez más, solo significó otro intento de traerlo de vuelta desde el infierno que llevaba dentro, ese infierno que jamás pude conciliar ni comprender claramente, pero que sabía que era más real que el infierno de los cristianos.
Se supone que él era mi Ángel. Se supone que él era mi guía hacia aquella salvación secreta que se gestaba tras las paredes de su habitación, la misma que evolucionaba con cada encuentro nuestro. Pero me equivoqué, en parte me equivoqué.
Yo también me había convertido en un Ángel sin siquiera notarlo. Me había vuelto el hilo rojo que lo traía de vuelta hacia la misma luz que él me había mostrado. Era quien lo hacía despertar de aquellas pesadillas de ojos abiertos buscando alejarlo de aquellas tan inquietantes sombras que deambulaban en su pensar.
Aquellos episodios eran como deambular en un infierno que no arde, que no quema, pero que te hiere de todos modos. Porque él se volvía espinas mientras perdía la razón, inmerso en aquel otro lado, en aquel otro mundo que solo existía dentro de sí mismo, de sus emociones y de sus no sé cuántos traumas.
Entiendo que, a pesar de todo, su madre me haya considerado el culpable de su muerte. Siento que es una manera de desquitarse las no sé cuántas veces que se topó con la imagen de su servidor mientras se lo clavaba a su hijo, y se lo entiendo.
Pero ella tiene que entender que aquello y esto no marchan en la misma dirección. Tiene que entender, al igual que ustedes, que lo claro está claro y que lo obvio más obvio no podrá ser jamás: yo lo amaba, lo amaba enserio. Lo amo, lo amo en verdad y no sé por cuánto tiempo más esto continúe siendo así.
Quizá ella no lo quiera aceptar tampoco, y eso también se lo entiendo. Pero ella no conocía para nada a su hijo. No sabía nada de él, así como también la relación madre-e-hijo de la que tanto ha hecho mención no existió jamás.
Considero ridículos su espectáculo y sus acusaciones.
Considero ridículas sus palabras y sus lágrimas.
Considero despreciables sus intentos por querer deshacerse de todas las huellas que, tanto él como yo, dibujamos a lo largo y ancho de aquella habitación.
Porque me parece más que suficiente con todo lo que él mismo destruyó antes de partir, todo lo que él deshizo de sí mismo con tal de no dejar pruebas palpables de todas sus vergüenzas, esas que compartió conmigo para humillarse, para vulnerarse.
Si buscan en mí razones para matarlo, entiendan que sí tenía, las tenía de sobra, pero se equivocan de sujeto. El Silvestre que hubiese querido matarlo sin pensarlo ya no existe, el monstruo ya no existe. Lo único que queda de él son el nombre y la cara.
De resto, y con el corazón completamente destrozado, les digo: lo único de lo que se me puede culpar aquí es de haber fracasado en querer salvarlo, de no haber llegado a tiempo.
ESTÁS LEYENDO
No solo las aves tienen alas ©
Genel KurguProyecto-Celesty (2020) Tras la súbita muerte de un adolescente, Silvestre es puesto en custodia para ser interrogado luego de ser señalado como único sospechoso. Partiendo de una promesa, Silvestre buscará deshacerse no solo de las sospechas que lo...