Puede parecer estúpido que diga algo como esto, pero, nunca había tenido el tiempo suficiente para cerciorarme del estado de mi puta suerte. Y digo puta, no porque haya sido del todo mala, sino todo lo contrario.
¿Me creerían si les dijera que las cosas, por muy bastardo que yo fuese, nunca habían estado en lo absoluto mal? Sí, tampoco yo me creería ni una sola palabra, ni se la creería a ningún otro, a menos que hubiese algún modo de demostrar tal cosa.
La pregunta sería, entonces: ¿por dónde debería comenzar? Y cualquier ingenuo respondería, obviamente, 'por el principio'. Pero esto es un inciso, un interludio, una pausa, así que, evidentemente, no sería tal cual un inicio, aunque se trate de un inicio en sí mismo.
Pero no redundemos en detalles y pormenores filosóficos: vamos directo al asunto que nos compete para así esclarecernos un panorama, un tanto, contradictorio.
Suerte: ¿buena o mala? Tal parece que de contradicciones es de lo que se vive en la eternidad porque, para bien o para mal, la mala fortuna no había sido una compañera de viajes muy esclarecida que digamos.
Podría pensarse que el monstruo que fui por tanto tiempo había sido bendecido con una suerte tan inescrupulosa como él mismo. Podría pensarse también, si queda tiempo, que las cosas que uno consideraría buena suerte no son del todo tal cosa, sino un anuncio previo al acabose, una alerta indirecta.
¿Quién podría siquiera notar semejante diferencia si el hombre, desde que es hombre, ha permanecido ciego ante el mundo, ante la verdad y ante sus propias decisiones?
Nadie, sin importar de quién se trate, podría notar fallas en la lógica de su propia suerte. Pongamos, por ejemplo, a un sujeto que ha matado a otro. El móvil de la fechoría ha sido la codicia, la traición. El hombre se enriquece vilmente y la providencia, con el pasar del tiempo, parece no cobrarle nunca su pecado, pero si lo vuelve más y más rico.
¿Cuál sería su preocupación entonces, si, al parecer, se le ha premiado su maldad con un botín que se acrecienta sin pausa?
Si yo no hubiese sido el monstruo que fui siempre, quizá hoy no plantearía la pregunta, ni menos la respuesta que he experimentado al volver mis ojos hacia el pasado y todo gracias a él, todo gracias a lo sucedido.
Porque me bañé con la sangre de muchos solo para reflejar en ellos esa estampa de dolor que yacía en mis adentros desde que tengo memoria. Esa era, esclarecida y conceptual, la premisa de mi motivación monstruosa, aunque yo no era, de verdad, un monstruo.
Pero no había quien lo entendiera, no había quién me lo dijera. No había, tampoco, un par de oídos, de ojos o una boca que se atrevieran a disipar de mí la duda razonable para, luego, requisar mis lamentaciones, una por una, y desligarme así del monstruo.
Todo era maravillas mientras pisoteaba a unos y a otros. Todo era perfecto mientras me llevaba, sin problema, muchachas a la cama para, luego, mandarlas a todas al carajo porque ninguna me interesaba después de eso. Todo era el epítome de la magnificencia mientras sentía cómo un vacío sin sentido me desgarraba desde dentro.
Nada de lo que hacía tenía una meta, un propósito, un fin. Solo eran intentos despreciables por socavar un sentimiento de borrador que, creía, me desaparecía, partícula a partícula, desde una profundidad que, en mí, hallaba insoportable.
Me hallaba insoportable y esa era, en cuestión, la manera en la que me veía ante el espejo. Era la manera en la que sentía y presentía mi propio nombre cuando me llamaban en voz alta o cuando mi madre, con su quebrada voz, intentaba condicionar mi siempre inestable presencia.
Me encontraba vacío.
Me conocía vacío.
Me interpretaba, también, vacío.
Y fue ella quien volcó un tanto la situación, porque a veces lograba decir algo que se aproximaba a lo que buscaba, a lo que necesitaba, a lo que, sin saberlo, deseaba con desespero, con un afán casi irracional. Pero no fue ella quien alcanzó aquello.
No, no fue mamá quien logró apretar los botones correctos y ensamblar, con ello, las sensaciones también correctas. No fue ella, fue alguien más, alguien que, después de un momento de crisis, después de una desaparición inexplicable, me haría entender que no era, en lo absoluto, real.
Ese alguien no existía en realidad.
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No solo las aves tienen alas ©
Fiction généraleProyecto-Celesty (2020) Tras la súbita muerte de un adolescente, Silvestre es puesto en custodia para ser interrogado luego de ser señalado como único sospechoso. Partiendo de una promesa, Silvestre buscará deshacerse no solo de las sospechas que lo...