Presa

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Steve estaba, irónicamente, muerto en vida.

Había días en los que gustaba de burlarse de sí mismo y decirse miles de veces que él debería estar bajo hielo y no ahí. Le encantaba reírse de su asquerosa vida y sentir que era un maldito miserable bagando sin motivo ni razón.

Pero, cuando estaba cuerdo y en todas sus facultades mentales, se ponía a llorar; lloraba como todas esa veces cuando James, en un antaño, le dijo que su madre había muerto, que su padre no volvería y que lo único que quedaba, era sobresalir al mundo sin ellos. Lloraba como aquella vez que sintió que el corazón se le rompió por una decepción amorosa. Lloraba, como cuando se encerraba en el baño y desquitaba toda su rabia por comentarios mal intencionados e hirientes.

Lloraba como en un pasado. Lejano y gris.

—Capitán. —La fría voz de Bucky se escucho por todo el salón.

Steve, aburrido y fastidiado, volteo a verlo con la intención de mandarlo al carajo y continuar con su rutina.

—Sargento.

Claro contra claro, indiferencia contra rabia... ¿Dónde habían quedado esos chiquillos llenos de alegría e inocencia?

—Pierce desea hablar con usted. —Seco, directo. Bucky sólo cumplía órdenes.

Arrojando la pesa, camino detrás del soldado. Las paredes lúgubres y frías, lo miraban con burla, con deleite ante la mierda de vida que llevaba. Él les sonrió sínico.

—Oh, pero si es el hombre de Hydra. —Un sujeto de desagradable voz, se acercó a él, y con una confianza que Steve no recuerda a ver permitido, lo abrazo por los hombros como si fueran camaradas de toda la vida— ¿Vida dura? ¿Entrenamientos infernales? ¿Qué me cuentas?

En un solo movimiento, ya tenía al tipo con la cara en el suelo y el brazo torcido en su espalda.

—Odio que me toquen. —Advirtió Steve, manteniendo al hombre sometido.

James, a lo lejos, miraba la escena sin expresión alguna.

—Bastardo... —Alexander Pierce, tomó una gran bocada de aire cuando sintió como Rogers pisaba su cara sin la fuerza necesaria para reventarle el cráneo.

El rubio soltó el cuerpo sin darle más importancia. Incluso sonrió burdo ante los atentos ojos del secretario.

—Hable rápido, no quiero perder mi tiempo.

Alexander se arregló el costoso traje, para después, por instinto, dar dos pasos hacía atrás.

Meterse con Rogers no era una opción.

—Tengo un negocio gordo para usted. —Dijo con una seguridad inexistente.

Steve levantó una ceja, importandole menos el asunto.

Irritado, suspiró y dio media vuelta dispuesto a irse de ahí.

—¿Conoce a Tony Stark?

Su cuerpo paró al instante. Miró de nuevo al sujeto y frunció el ceño.

Anthony Edward Stark, genio, millonario, filántropo y playboy. Ese sujeto tendía a creerse Dios por todo el dinero que cargaba en la bolsa y por todas las mujeres que podía cojerse en una noche.

Patético.

"Igual que tú" Siseo ante la voz interna que no sabía que tenía.

—¿Qué querría yo de ese sujeto? —El Capitan volvió sobre sus pasos. Lento, como un felino acorralando a su presa.

Pierce retrocedió de nuevo.

—El sujeto está dispuesto a pagar lo que sea por un encargo. —El secretario tragó con fuerza—. Él...

—No me interesa el dinero. —El rubio lo tomó de las solapas y lo acercó a su rostro—. Vamos, motiveme.

Pierce saco de entre sus ropas una fotografía de Stark, y con dificultad, se la mostró al soldado.

Steve soltó al tipo y tomó la imagen entre sus dedos.

Analizó la sonrisa egocéntrica en el papel...

—¿Qué está dispuesto a dar? —Preguntó, comenzando a interesarse por el trabajo.

—Lo que sea, Stark dará lo que usted le pida.

Miró una vez más la foto. Se lamió los labios ante las posibilidades de tener al gran y seductor Tony Stark, bajo sus sábanas.

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