Y si la vida es un sueño,
¿Y la muerte nos espera?
Anónimo.
Sábado 22 de agosto, 2017.
Cuando entreabrí mis ojos a nueva cuenta, me hallaba cubierta con un edredón pesadísimo hasta la altura de los senos, las sábanas tenían un penetrante olor a vainilla que inundaba mis fauces y me provocaba un atisbo de elocuente tranquilidad, además, no pude evitar dar mil vueltas sobre la cama sintiéndola suave y hasta reconfortante. Me cubrí de pies a cabeza y parpadeé repetidas veces para lubricar las pupilas acostumbrándolas a esa incómoda claridad que invadía el espacio. Me percaté que llevaba puesto un monísimo vestido blanco, elaborado con algo similar a la seda hasta la altura casi de mis tobillos, observé mis manos, mis piernas y las sacudí para verificar mi movilidad. Todo parecía estar en perfecto orden.
—No se siente tan grave—. Me dije sin muchos ánimos.
Me sentía extraña, como si no fuera yo. ¿Cómo se podía procesar tanta información en tan poco tiempo? ¿Qué demonios había sido todo eso? Me cuestioné un par de veces acerca de qué había hecho para merecer algo similar. Caí en la cuenta de las palabras del médico que certificó mi muerte. Paro cardíaco. Pensé. En vida fui una asidua asistente a los chequeos anuales y en tanto sentía una molestia era la primera en correr al hospital más cercano. Mamá solía llamarme Melman como la jirafa de Madagascar ¡Sé que lo recuerdan! El pobre animal era hipocondríaco, y yo estaba muy cerca de eso.
Ningún médico me lo había dicho, ya saben, ser propensa a estos malestares.
Mis muñecas empezaron a arder de pronto, bajé la cabeza para observarlas y noté que estas habían sido marcadas con tinta, una tinta espesa y rojiza, en la derecha el número doce y debajo, en cursiva, lo que suponía era mi fecha de defunción. En la izquierda, el seis. —Que extraño—. Me dije, pues el dato de la zurda no se me hacía familiar. Atiné a destaparme cayendo en la cuenta de que una habitación pulcra, organizada y reluciente me acogía ¡Tan distinta a la que ocupaba en vida!, por la ventana, frente a la cama, se colaba un claro de luz, que asumía, fue el motivo por el cual desperté de mi profundo sueño. Me senté, ubicando, al tiempo, un reloj en la pared que lucía deteriorado y golpeado por los años. —Casi mediodía—. Susurré. No me imaginé que, en el purgatorio, o donde sea que estuviera, el tiempo tuviera la misma unidad de medida que en el plano terrenal. Tampoco hubiera imaginado que fuera tan refulgente.
—P-Pero qué—. Exclamé de pronto. ¿Qué me había pasado? Frente a mí se hallaba un espejo amplio enmarcado en la más fina madera cubierto por una sábana la cuál cedió, tal vez, por una ráfaga violenta de aire que se escabulló segundos atrás. Me tomé la cara y mi boca se entreabrió en un gritito desesperado. Mi cabello había cambiado de color, se tornó grisáceo y mi piel rosada había palidecido más que la de Blancanieves; mi rostro lucía más delgado casi como si me hubieran extirpado los músculos y ¡Qué decir de mi cuerpo!, los huesos de la clavícula sobresalían de manera espeluznante. Era un muerto viviente, literalmente.
—Qué asco ¡Joder! ¿En qué clase de caricatura blanco y negro me he convertido?—. Me pregunté recorriendo mi anatomía con las yemas de los dedos intentando reconocerme. —Pero ¿Qué clase de mierda es esta? ¿No es suficiente con morir? ¿Tengo que, además, verme así?—. Grité perdiendo la poca paciencia que ya me quedaba.
—Ya, vale, asúmete, cabeza hueca—. Y sentí su voz odiosa otra vez sobre mi hombro. —Tampoco es que estés tan mal, te ha venido bien los kilos de menos, ya sabes, no es que tuvieras un cuerpo de infarto en la otra vida, incluso me parecía que estabas un poco subida de peso—. Mencionó mientras rondaba por detrás de mí a grandes zancadas.
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7 días con la muerte
RandomSer adulto no es tan fácil, pero morir en el intento puede ser entretenido. Margaret ha llegado a los temidos treinta teniendo una vida aburridísima, hasta que un buen día de agosto, la muerte viene a por ella tomándola por sorpresa ¿Quién se puede...