La muerte puede ser la mejor oportunidad de tu vida, Sergio.
Berlín - La casa de papel.
¿Qué pensaban? ¿Qué me iba a quedar callado mientras esta sarta de tonterías acontece? Pues, desde luego que no, éste es Muerte al habla, y ahora es mi turno de contar la historia como a mí me apetece. Sé que todo el mundo me aclama y ya que sus pedidos han sido revisados ¡Y escuchados!, al menos por un breve espacio en concreto, descubrirán mi punto de vista de esta jodida e irreal situación en la que me he liado. Así que siéntense, acomódense y burlémonos juntos de la vida y milagro de la señorita Margaret Santillán, cuyo deceso vino a alborotarme la vida cual huracán embravecido arrasándolo todo a su paso.Si se preguntaron por mi origen en alguna ocasión, estoy aquí para quitarles las dudas que los atormentan, por esta edición limitada de genialidad, les confesaré, queridos lectores, que yo también fui humano tiempo atrás, uno de carne y hueso, aunque asqueroso y deplorable como cada uno de ustedes seguramente lo es ciertos aspectos, déjenme decirles que han degradado la humanidad cómo no se imaginan, ¿Qué cojones le piensan dejar a sus hijos? ¿Eh? ¡Por favor, piensen un poco más! Les mata el menudo calentamiento global, los experimentos estúpidos y esperen un poco que en un par de años los azotará la real pandemia, una que dejará sólo a unos cuantos. No lo confundan con El Rapto, o con ninguna otra paradoja bíblica porque les falta mucho para llegar a ello ¿Tienen idea de todo el trabajo que me están causando? Cada vez que piensen hacer algo idiota, tengan compasión de la pobre Muerte que va a tener que ayudarlos a limpiar las tonterías que han dejado regadas en sus lastimeras vidas terrenales.
Lo siento, vómito de sinceridad.
Retomemos, alguna vez tuve una vida normal, nací en mayo de 1880 en "Un lugar de La Mancha cuyo nombre no me acuerdo" y tuve una corta, pero exitosa vida. Siendo un militar en ascenso de las fuerzas armadas españolas con una carrera impecable, fallecí en 1912 en un acto que aún considero heroico de mi parte, no fue premeditado, sino que por el contrario, saltó de lo más profundo de mí ¿Les suena el año? Por si sus pequeños y diminutos cerebritos hacen un esfuerzo y aun así no pueden recordar, morí sirviendo al prójimo ahogado en las gélidas aguas del Atlántico, intentando salvar la vida de diez personas de bajos recursos que, por efectos del destino, abordaron esa máquina adscrita al desastre, mis conocimientos de reacción frente a estados de emergencia no ayudaron demasiado, sumado al pánico y la desesperación que plagaba la inmensidad como estrellas en el firmamento. La práctica y la teoría no eran congruentes en el RMS Titanic —de la naviera White Star Line—, así que, nada más pude hacer en la fatídica noche del 14 de abril en donde se iniciaba la ruta inaugural de Southampton a Nueva York. El barco estaba maldito al igual que todos los que pasajeros, los mismos que asumimos que nuestras vidas cambiarían al tocar tierra al otro lado del mundo.
Si están romantizando mi deceso como si hubiera sido parte del elenco de la película del mismo nombre, pues no tienen ni puta idea de cómo fue ese día, un caos que incluso a la fecha me mueve la vena de impotencia. Nuestra vida cambió, claro que cambió, y no se imaginan cuanto, el cincuenta por ciento de los que estábamos allí dentro partimos a un viaje sin retorno dejando atrás todo lo que amábamos cuando salimos del puerto de Reino Unido. Queda sólo acotar, que la primera clase del barco, en la que viajaba, permitió que los de segunda y tercera sucumbieran ante la ira del creciente iceberg, mientras yo, por mi parte, puse más que mi carne para tenderles la mano a unos cuántos moribundos, y estos tengan una segunda oportunidad.
Me dejé ir cuando la Muerte llegó por mí, la original, no tuve asuntos pendientes, siempre fui un hombre a carta cabal por lo que mi ascenso al cielo era cuestión de minutos; sin embargo, antes de cruzar el túnel, mientras se iba proyectando la película de mierda, tomé de la mano a dos niños quienes avanzaban a duras penas en ese desconocido camino, desorientados hasta las lágrimas y atemorizados por los quejidos de las cientos de personas que les pisaban los talones; los guié y entregué a quien bien sabría qué hacer con ellos.
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7 días con la muerte
De TodoSer adulto no es tan fácil, pero morir en el intento puede ser entretenido. Margaret ha llegado a los temidos treinta teniendo una vida aburridísima, hasta que un buen día de agosto, la muerte viene a por ella tomándola por sorpresa ¿Quién se puede...