Capítulo 15. Amores pasados

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Mejor curada está la herida que no se dio,

que la que bien se curó.

Alejandro Dumas.


Rafael se tomó el tiempo necesario para dejarse vencer a causa del cansancio sobre los azulejos del cuarto de baño, en donde aún, yacían los pedacillos de puntiagudos cristales esparcidos por cada esquina. La colosal cicatriz que ahora portaba en la mano dejó de sangrar al cabo de unos minutos; sin embargo, el espeso líquido rojizo permaneció coloreando su piel por mucho tiempo más como si de un tatuaje se tratara. Tenía la camiseta hecha un lío, y los pantalones por las caderas mostrando incluso los grises ribetes de su ropa interior Calvin Klein, era la primera vez que lo observaba en tal deprimente estado físico y emocional, ni siquiera nuestras noches de viernes llegaban a tal desmesurado desastre.

Rafa, por alguna razón, había tocado fondo.

Muerte, por motivos de su demandante oficio, y como consecuencia a mis súplicas infundadas, me había dejado ahí, sentada con las rodillas cruzadas en forma de flor de loto y sintiéndome anímicamente derrotada, al lado de mi vil asesino; mi secuaz, por su lado, ardiendo en la ira ¿O celos? Más evidentes, tuvo que abandonarme por unas cuantas horas, ya que, según él, Gabriel y Uriel no dejaban de incriminarle lo despistado que había estado durante los últimos cuatro días de trabajo, ¿Razón? Mi despampanante belleza y sensual encanto que osaron adueñarse de ese gélido corazoncito. ¡Venga! Voy de broma.

—¿Cómo fue que llegamos a esto Don Merced?—. Pregunté para mis adentros. —Tú siendo un criminal típico de CSI y yo, luchando entre la tierra y el cielo—. Sabía que Rafa no me escuchaba, pero mi alma rogaba a gritos que así fuera, necesitaba, más que nada, un vomito de efervescente sinceridad que desahogara todo el volcán a punto de erupcionar que era mi cabeza, sentí la necesidad de hacerle probar un poquito de lo miserable que era ahora, en esa circunstancia fantasmal en la que me encontraba, aunque en él no parecía habitar ni un ápice de desasosiego, su vida iba de las mil maravillas, como siempre lo estuvo. Desde el umbral de la puerta de su impecable habitación observaba como, con cuidado, cepillaba las húmedas ondas de su cabello, mostrando un estilo desenfadado, en tanto percibía las llamativas y verduscas bolsas que se le habían formado bajo los ojos.

Después de aquella larga ducha y de una, no muy prolija, limpieza al suelo, dejando por ahí una que otra astilla, Rafael optó por hacer de su ropa un ovillo gigante y lastimero que ingresó a empujones dentro de la máquina lavadora, se preparó un café americano con dos cucharaditas de azúcar y, al menos, tres onzas de agua hirviendo, ¡Y pensar que tantas veces se lo había preparado yo por la mañana! Con desgano, revisaba cada una de sus redes sociales, e incluso, se tomaba el tiempo de publicar un par de fotos con Santiago, con quien había bebido hasta la inconsciencia. "#latepost con @SantiagoPrieto sumado al conocido Emoji del shop de cerveza.

—Bastardos—. Repliqué exhalando rendida.

Una parte de mí, la vengativa, claro está, buscaba jugarle una pasada que le hiciera poner de los nervios y hacerle llorar hasta implorar perdón de rodillas, sacudirle los pantalones, cerrar las puertas y ventanas de un solo golpe, ¡Arrastrarlo por el departamento! ¡Qué sé yo! Lo que fuera, pero esperaba que sea al más puro estilo de El Conjuro; no obstante, la Margaret que todavía recordaba los diminutos rezagos de amor pasado, se dedicaba a ser una triste espectadora omnisciente. No les ocultaré que mientras Rafa se preparaba para iniciar un nuevo día, revisé cada rincón de su morada, su estudio, la cocina, el comedor, intentando no emitir ningún ruido que le produjera extrañeza, ¡Pero nada! Nada además de esas jodidas pastillas en tecnicolor, y detrás de ellas un frasco enorme del más potente y siniestro raticida ¿Habría mezclado las sustancias? ¡Ya ni puta idea! ¡No había absolutamente nada más! Era todo un experto en el crimen organizado.

7 días con la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora