Capítulo 25. Al César lo que es del César

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¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que me amas?

Esto es urgente, porque la eternidad se nos acaba.

Jaime Sabines.


|| 02:30 AM ||

Jueves 27 de agosto, 2017.

Los giros que el amor puede tomar representan innumerables vueltas de la serendipia del destino que te llevan a descubrir quién eres exactamente; siempre he pensado que amar, no significa que dejemos de ser nosotros, que pospongamos nuestros ideales, posturas, creencias, metas o sueños frustrados, porque el otro así lo piensa, cuando amas, todo confluye en sólo camino, haciendo que dos bifurcaciones de direcciones opuestas se encuentren en un solo sendero hacía la vida. Me pregunto si ustedes, queridos lectores, creen en el concepto de la inevitabilidad, y no es que lo haya aprendido de algún filosofo o en algún documental de Discovery Channel, sino que por el contrario, lo asimilé como propio cuando a los dieciocho me recomendaron una caricatura japonesa un poco excéntrica que resumía su concepto en "No existe las coincidencias, sólo lo inevitable". He ahí que asumí esa doctrina como norte.

El fallecimiento de Rafael Merced significó un balde de agua fría en mi historia post vida y es que antes de conciliar el sueño me fue imposible dejar de autoinfligirme un examen a corazón abierto, pues era preciso escudriñar entre la maleza de sentimientos que mi palpitante músculo albergaba para hallar esa respuesta, drenando por fin el amor que reprimía desde que nací.

Muerte y Rafa eran dos polos opuestos; mientras uno afirmaba que yo era cosa de nada ante su jefe, el otro se jugaba la vida por descubrir quién cojones me envenenó, era tan simple como ello. Juzguen ustedes mismos y por favor díganme ¿Qué habrían hecho en mi situación? Cabe mencionar que, por alguna razón, pensé que quizás, sólo quizás, las señales existían y se estaban evidenciando frente a mis ojos, era increíble imaginar que tras haber conocido a Muerte, Rafa haya aparecido en este plano para reafirmarse tan mío como a lo largo de dos años, extrañísimo, pero cierto. Además, tomemos en cuenta que Muerte tendría que jugarse todo lo ganado en decenas de años de arduo trabajo, mientras Rafael y yo, podíamos ascender ¡O quedarnos aquí! Siendo los compañeros de siempre sin arriesgar nada, sin complicaciones.

El golpe de Muerte fue bajo, ni siquiera se atrevió a seguirme, a disculparse ¿Qué tan bueno era el orgullo en esos casos? No lo sabía, sin embargo, estaba claro que era mucho más fuerte que los dos.

Esa madrugada desperté varias horas antes de lo propuesto cuando un estruendoso golpecillo en mi puerta me extrajo del sueño en fase REM, casi en estado sonámbulo y maldiciendo mentalmente a quien quiera que osara despertarme con tanto afán, me incorporé ante la insistencia del llamado. Intenté que mis pesados párpados se despegaran, pues renuentes a abandonar la oscuridad, me suplicaban por cinco minutos más. Medio dormida, avancé descalza y dando tumbos cual muñequita de base redonda, de esas que no pueden mantenerse en pie y suelen ser un poco tenebrosas; considerando el contexto, era la descripción perfecta para mí. Me acerqué a una pequeña lamparita que yacía sobre uno de los muebles del dormitorio y la encendí con dificultad, la somnolencia no me permitía ni siquiera poderle dar al tomacorriente con las patitas del enchufe.

—¡Joder!—. Me dije bajito hastiada por mi torpeza hasta que la bombilla encendió iluminándolo el espacio con un tenue brillo. Alcé la cabeza como pude y vislumbré las manecillas del reloj que apuntaban a las dos y treinta de la madrugada de ese jueves que apenas empezaba. Suspiré con desgano entendiendo que era un día más en el que tendríamos mucho por ganar (en el mejor de los casos), o por el contrario, simplemente terminaríamos por perderlo todo; hundirme en esa parte del purgatorio que parecía salida de un cuento de terror del maestro Alan Poe no tenía pinta de ser buena opción, era el inicio del día D, pero heme ahí, siendo una pobre perezosa sin esperanza alguna. Caminé hasta la entrada arrastrando los pies uno tras otro con pesadumbre y tiré de la perilla esperando que el golpecillo sólo haya sido producto de mi difusa imaginación, ¡Por favor, necesito dormir más! Pensé; no obstante, su voz me hizo volver en mí para observarle rogar por una pizca de atención.

7 días con la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora