"La única que no pierde su dignidad es la muerte, por más que la traiciones, sabe que al final dormirás con ella."
Emil.
Como ordenanza divina, los amores perfectos tienden a írsenos en un suspiro.
Si me preguntan qué amor prefiero, elijo a los que te resguardan en silencio, los que marcan huellas a tu lado en la arena húmeda, los que se embriagan con vino el alma mientras las horas discurren a través de un dialogo que se orquesta cual sinfonía perfecta, esos que no hacen alarde de amarse hasta arrancarse la piel, pero se la arrancan en los confines de la intimidad, de esos que guardan el secreto y lo atesoran en botellas de cristal que luego arrojan a sus propios océanos embravecidos.
Si me preguntan qué amor prefiero, destierro el real y elijo, con creces, el amor fantasía.
Hay amores que perpetúan una cuenta regresiva hacia el final del túnel y en el preludio sofocan algo más que los sentidos, hay amores que calzan, que llenan, que engrandecen y coincidencias que no soy coincidencias cuando se analizan, cuando se desnudan, cuando se escudriñan minuciosamente. Te pensaba en silencio para que la mirada no delatara el misterio, porque la distancia apremia y la eternidad nos separa, porque nuestro hilo rojo se tensa y las memorias se difuminan la par. Las circunstancias adversas nos frenaban y una vocecilla estridente dentro de mí se desgarraba gritando «¡Para!, no es el lugar, no es seguro...» pero cuando la mente habla el corazón jamás escucha.
Y si la vida de lo da, no se deja ir...
Y si duele se supera y si cansa se toma un respiro...
Pero no era mi caso, yo debía irme al amanecer.
Esa noche conciliar el sueño se convirtió en la cosa más compleja sobre la tierra, necesitaba dormir porque los días anteriores habían sido una montaña rusa de nunca acabar, subidas y bajadas extenuantes, tortuosas, hastiantes al extremo de que los músculos de mi anatomía se percibían tan acartonados como entumecidos a causa del estrés acumulado, pues saberme muerta y además, en problemas, era toda a una sopa hirviente difícil de digerir.
Enrollada en varias sábanas cual Tempura Roll y en la soledad de mi habitación recordé la última escena que significó un antes y un después en mi memoria, ya que posterior al incidente, me dejé ir a causa de un inminente desmayo que desde siempre se las ingeniaba para hacer de las suyas. Y sí, post la muerte de Silvia, las nauseas asquerosas me tomaron por rehén como de costumbre y lo demás, fue un aglomerado incesante de destellitos deformes en una oscuridad absoluta. Le atribuía los créditos de mi buen estado a Muerte quien fungía prácticamente como una suerte de protector o guía para mí, su trabajo era impecable, pulcrísimo, a prueba de errores; siempre le superaban las ganas de que esté bien, de que nada me falte, de que logre, con holgura, lo que mi nueva vida deparaba para mí.
Me quedó el sabor amargo de la incertidumbre, de saber qué había pasado con Sil, ¿Por qué había tomado esa decisión tan de repente? ¿Buscaba que tanto ella como Xavier murieran? Quizá la culpa la carcomió de a pocos, o la locura llegó al borde de la sostenibilidad y explotó.
¿Mientras moría habrá logrado verme?
En la vida hay misterios que tal vez nunca se podrán resolver.
El sentimiento de nostalgia me invadió mientras oprimía la almohada contra mi rostro, intentado, sin éxito, atenuar las ideas poco cuerdas que formaban surcos por los rincones de una mente ennegrecida a esa hora de la noche, en la cual las almas inconformes del purgatorio ansían respuestas a viva voz. —No tienes idea de cuánto voy a extrañarte, grandísimo idiota—. inhalé profundo para ralentizar las pisadas de mi corazón que bombeaba toda máquina.
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7 días con la muerte
RandomSer adulto no es tan fácil, pero morir en el intento puede ser entretenido. Margaret ha llegado a los temidos treinta teniendo una vida aburridísima, hasta que un buen día de agosto, la muerte viene a por ella tomándola por sorpresa ¿Quién se puede...