Capítulo 31. Romper en caso de emergencia

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"El corazón callado y los recuerdos en voz alta."

Sanddy García.


—Oye, Sil, ¿Y qué tal va todo con Luciano? ¿Está apto para algo más formal? ¿Vas a casarte algún día?—. Interrogué por pura curiosidad pero noté que quizás iba demasiado rápido. —Es decir, nunca vas formal con nadie, cada novio te dura un semestre, tía, los cambias como calcetines—. El esmalte coral se deslizaba por sus uñas postizas aún descoloridas mientras, sentada en su butaca, trataba de ser lo más precisa posible para no arruinarle la manicure.

Esa noche, en julio, ambas íbamos en nuestras mejores y más llamativas pijamas en su habitación, ella con esa bata de seda roja y bordados dorados en las mangas que de seguro utilizaba para llamar la atención de cualquier pobre diablo que la visitara un viernes por la noche y yo, cómoda en mi playera oversize de Mulán, mi princesa Disney favorita compartíamos un bowl enorme de palomitas de maíz y unas latas de Heineken. En el televisor la película para adolescentes Pijamada se transmitía a todo volumen, era un clásico de fin de mes, seguida por Mean Girls y 13 going 30, sin importar que tuviéramos treinta.

—¡Vamos, Marggie, no seas tan mojigata, me darás migraña! ¿Estás viendo demasiado Jane The Virgin de nuevo? ¡Ya te dije que su historia no es real! ¡Alabaré a Sor Margaret!—. Tomó una de sus almohadas y la lanzó haciendo que me replegara colocando mi antebrazo como escudo para proteger mi rostro, ¡Y no es que no fuera a doler, ni mucho menos!, pero intentaba salvaguardar el bienestar de mi mascarilla de carbón.

—No es que vaya de puritana—. Aclaré atrapando el cojín y colocándolo sobre mis piernas. —Pero ¿No te asusta, mujer? ¿Te estás cuidando al menos?, soy de esas chicas preocupadas por la salud integral de sus amigas—. Fingí seriedad y soplé sobre sus uñas para apresurar el secado. Silvia era de esas chicas que debía estar monísima de pies a cabeza, sin opción a error.

—¿Es que quieres hablar de métodos anticonceptivos a media película, boba? ¿Prefieres que pongamos un documental de Discovery de ETS o algo así?—. Respondió cogiendo el control remoto amenazando el final de mi filme favorito para reír y pasar el rato.

—¡Paso! Me queda claro que eres toda una experta en la materia—. Zanjé. Ambas nos echamos a reír hasta que nuestros estómagos dolieron.

—Y para que quede claro—. Acotó con cierto ápice de seriedad al que no tomé interés—. Desde luego que me casaré, pero de seguro ya no estarás ahí cuando eso suceda, querida Marggie—. Sus ojos volvieron a mi labor y entonces sopló a la par restándole importancia a su comentario. —¡Te quedaron impecables!—.

Pensé que lo decía porque el indicado llegaría cuando ella estuviera en sus noventa, asumí que Silvia esperaba un real príncipe azul europeo tras tanto ensayo con quien sabe cuántos chicos, que físicamente eran su estilo, pero al parecer, ella tenía algo más entre manos. No imaginé que me mataría el mes siguiente y por ello ya no estaría ahí para verla en el altar.

Menudo detalle que pasé desapercibido.

*****

Un día hablar con el corazón deja de funcionar.

Un día cuando te levantas resulta que todo ha cambiado, que el mundo ya no es como lo recordabas al acostarte, en lo que dura un sueño fortuito cada hecho tangible dio un giro drástico y nadie se atrevió a decírtelo a la cara. Quizás alguien de buena fe intentó salvaguardar esos residuos de integridad que te quedaron tras el shot de realidad que te tomaste, el cual supuso una sobredosis de fracaso. Te embriagaste hasta tocar fondo... Pero no de ron, ni de vodka, ¡Bueno fuera! sino de penas, de desilusiones, de desencantos, de mentiras y de tantas otras cosas que la copa de la cual bebías terminó por contener un aperitivo tan mortal como el arsénico, el líquido se te hizo amargo de pronto, orillándote a llevar la jodida resaca tanto en la cabeza como en el alma.

7 días con la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora