Capítulo 26. Rey de espadas

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Ella era una rosa hermosa, 

pero con cada herida iba quedando sin pétalos, 

hasta que un día sólo quedaron espinas. 

Reina de corazones - Alicia en el país de las Maravillas


Abracé las dudas con tanta fuerza como mis extremidades lo permitieron, quería arrancarme el corazón y arrancárselo a él de una sola mordida, cual Bella Swan en sus mejores épocas, tenía ansias de estrujárselo con mis propias manos hasta que se desangre, esperaba que sienta un poquito, sólo un poquito, de lo que yo sentía. Quise rebajar con dosis de sarcasmo su nulo cariño, pero no pude. Él me ganaría una y otra vez hasta el cansancio. Me hizo sentir tan pequeñita, tan desprotegida, sus palabras dolieron a cuenta nueva y su rostro no mostraba ni un miserable atisbo de remordimiento. Muerte me había mandado al reverendo carajo, sin pasaje de retorno.

Ir contra él era tragar alquitrán y morir, por segunda vez, en el intento de quererle.

El amor era complejo y las cosas estaban claras, ¿Se suponía que todavía debía dudar ante lo inminente? Rafa me observó con una sonrisa enorme que devolvió aquel brillo refulgente a su hermoso rostro, el pulso se me detuvo nada más de verlo resplandecer como en antaño, cual ángel caído del cielo relevándome el tercer secreto de Fátima. Era el segundo asalto y él lo había ganado por knockout, tenía que aceptarlo, quizás Rafael Merced fue siempre mi única y mejor opción.

Y no, Rafa no era una perita en dulce, sabía muy bien marcar el territorio.

Sin mayor expresión en sus finas facciones Muerte nos llevó hacía el consultorio psiquiátrico que Xavier improvisó en su morada. Como era de costumbre nos envolvió en ese mágico polvo de hadas llevándonos al mundo de los vivos en un abrir y cerrar de ojos en medio de un remolino sideral. Nos teletransportó a ese espacio ya conocido, en el que esa madrugada, a la hora de los muertos, plagamos con oscuridad propia de nuestra fantasmal presencia. Xavi no parecía estar en casa, le conocía a la perfección pues sus horarios de sueño siempre excedieron la naturalidad humana, desvelarse viendo documentales médicos mientras se fumaba un par de cigarrillos y se tomaba una Coca Cola, era algo típico de él, un vicio que dudaba haya abandonado con el discurrir de los años.

—¡Wow! Eres todo un éxito, tío—. Exclamó Rafael al caer en la cuenta de las habilidades extrasensoriales que Muerte poseía, o tal vez, era sólo para joderle la existencia al manifestar su notoria alegría al haberme besado frente a él, aunque de seguro, contestarle era lo que menos quería el otro.

—¿Por qué no te callas, Batman? Hasta los cojones que me tienes con esa vocecita de niña—. Respondió con desdén. —No te sabía lesbiana, cabeza hueca—. Me atacó con el sarcasmo más puro en tanto se apartaba de nosotros para aplanar a zancadas el lugar.

—Los celos te hacen decir cosas increíbles ¿Sabes?—. Atiné a responder tomando mi lugar en las decenas de estantes que rodeaban el consultorio de Xavier para concentrarme en lo importante.

La oscuridad reinaba en el espacio; sin embargo, a través de las pequeñas aberturas de las cortinas se colaban potentes rayos ámbar provenientes de las farolas de estilo colonial que ornamentaban la calle, dándonos luz suficiente para dar con las pistas necesarias sin encender las lámparas del recinto. Cada uno tomó su camino, Rafael cruzó el telón burgundy que fungía de división entre el consultorio y la casa para recolectar tanta información como pudiera, Muerte proclamó como suya la zona del diván donde reposaban en unas desgastadas estanterías repletas un sinnúmero de medicamentos capaces de asesinar a cualquiera, y yo, me hice dueña y señora de los muebles atiborrados de documentos cercanos al escritorio de Xavier.

7 días con la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora