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- Pero mira nada más... ¡Qué belleza! - Le dijo el hombre, llevaba puesto un sombrero negro con rojo, Kara lo miró algo incomoda, sin decir palabra - ¡Esos ojos y ese cabello! ¿De donde la has sacado Sergio?

- Un orfanato en ruinas - Dijo su socio - ¿Alguna vez has escuchado eso que dice que del carbón salen diamantes? - Brandom sonrió.

¡Que injusticia! Pensó, su compañero tenía a una jugadora de ojos azules y el tendría que conformarse con los ojos verdes mala hierba de su hija Lena, además de que su cabello era dorado y el de la suya era color brea, se sintió en desventaja por un segundo, aún cuando sabía que su hija era mayor. Recordar que no era un concurso por saber cual era la más hermosa le hizo sentir mejor. Metió su mano entre su traje, sacó la inigualable cajita roja y se acercó a la pequeña.

- Esto es para ti. - Le dijo - Dame tu mano izquierda.

Kara extendió su mano, Brandom sacó el brazalete dorado de la caja y se lo colocó en la muñeca, a la niña le brillaron los ojos de felicidad al ver el hermoso aro dorado alrededor de su muñeca, cuando éste comenzó a encogerse ella gritó horrorizada ¿Qué era eso? ¿Por qué se estaba encogiendo? ¿Cómo era eso posible?

El aro brilló como la lava y Kara gritó adolorida, no suplicó que se lo quitaran, era tanto el dolor que solo podía gritar, cuando el brazalete comenzó a agrandarse ella no dudó y lo sacó de su muñeca lanzándolo al suelo, pero ni siquiera llegó a tocarlo porque éste levitó obediente hasta la mano de su dueño.

Con lágrimas hirvientes y una marca roja en la muñeca, Kara se arrinconó en la habitación del hotel, de cuclillas en una esquina mirando su tierna cicatriz y observando a los dos hombres llena de miedo.

- Gracias por venir hasta acá, Brandom. - Dijo Sergio extendiéndole la mano a su socio, el cual le correspondió el gesto. - Lamento que por su ignorancia en el tema no haya podido darte una demostración.

- Quería ver a nuestra competencia. - Dijo Brandom, mirando a la niña una vez más - Tiene mucho que aprender, es normal, hay muchos que llegan a su edad sin poder hacer hechizos por sí mismos, y creció entre comunes, seguro no sabe lo que es.

- No, no tiene idea siquiera de lo que es la nigromancia, va a ser difícil, pero como dije anteriormente querido socio... - Sergio se arregló la corbata - La entrenaré yo y entonces podrás utilizar el adjetivo "Incomparable".

***

- Primera regla. - Dijo el hombre, caminando de un lado de la habitación a otro - Mí nombre es Sergio, y no soy tu padre, por lo tanto de ahora en adelante, me llamaras Profesor Sergio ¿Entendido?

- Si. - Dijo la niña, balanceando sus pies al aire, sentada en la silla mucho más grande que ella, se sentía algo intimidada por el hombre, se suponía que después de haber sido adoptada ella tendría que llamarlo padre ¿No era así? Miró su muñeca y la marca que había en ella, comprendió que éste hombre no la había adoptado para ser su hija.

- Segunda regla. - Dijo - De ahora en adelante verás clases, todo tipo de clases, literatura, matemáticas, ciencias, historia, etiqueta, y la más importante de todas: Nigromancia.

- ¿Qué es la migro...?

- ¡La <<Nigromancia>>! - Le corrigió Sergio, ella parpadeó, asustada por el tono de voz del hombre. - Es... querida Kara, la más importante de todas, porque gracias a ella y a mí por supuesto, aprenderás a ser una nigromante del más alto nivel.

- ¿Usted es una Nigromante? - Preguntó Kara.

- Tercera regla. - Dijo Sergio sin prestar atención a la pregunta de Kara - No harás preguntas al menos que yo te lo permita, no quiero que interrumpas mi rumbo de la conversación y mucho menos que digas cosas sin sentido o mal dichas, de ahora en adelante quiero que hables con sentido y coherencia, palabras bien dichas y preguntas bien formuladas, leerás cada día y por cada palabra mal pronunciada harás cincuenta planas de la palabra bien escrita ¿Entendido?

- Si. - Dijo Kara, bajando la mirada, ella no quería un profesor, no quería hacer tarea y mucho menos leer, quería volver a casa, quería ver a sus padres y a su hermano, pero sabía que eso no era posible, se quedó en silencio con terribles ganas de llorar cuando se dio cuenta, de que estaría con ese hombre que la adoptó por el resto de su vida, escribiendo planas.

- Cuarta regla. - Dijo Sergio - No tendrás amigos hasta que yo te lo permita, no saldrás de casa a menos que yo te lo permita, puedes comer dulces solo una vez a la semana después de clases, mi asistente te llevará con una costurera una vez cada tanto para encargar nueva ropa conforme vayas creciendo ¿Entendido?

- Si. - Kara se sentía más y más triste conforme el hombre iba dictando las reglas, de todas las personas que pudieron haberla adoptado... ¡Que mala suerte!

- Quinta y última regla. - Dijo Sergio, mirando a la niña con detenimiento - Tienes prohibido mostrarle a cualquier persona lo que te enseñaré en clases, a nadie. Si rompes alguna de estas reglas las consecuencias serán graves para ti. Ahora dime ¿Entendiste?

- Si. - Dijo Kara, mirando hacia la ventana.

- Perfecto. - Dijo Sergio, miró a la niña y suspiró, ya había pasado por eso más de una vez a lo largo de los siglos, supo que hacer, eso que siempre solía alegrarlos. - No te pierdes de nada allá afuera Kara ¿Sabes por qué?

- ¿Por qué? - Preguntó Kara ¿No perderse de nada? El parque, las muñecas, la pelota, las flores, los niños... ¿Eso no era perderse mucho?

- Porque, puedes traer lo de afuera... - Dijo Sergio, abriendo la palma de su mano y mostrándosela a la niña - A tus manos.

La mano enguantada de Sergio desprendió una luz, de la luz unas pequeñas líneas verdes comenzaron a formarse, yendo del verde al rojo, haciéndose cada vez más grande en su mano, desprendiendo ese característico olor, con gotas de rocío y pétalos carmín; una rosa apareció en su mano.

The Cirque Black Moon ⋆(Supercorp)⋆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora