Capítulo XX: Desnuda.

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Dos meses más tarde del enfrentamiento entre Gael y el poeta, este último caminaba con su portafolios en la mano su saco viejo y un par de gafas rememdadas con cinta de aislar negra, pero con un cristal nuevo. Mientras pensaba en sus labores del día, divisó una figura familiar.

Una joven delgada, cabello rizado y una caminar hermoso, con una un pantalón de vestir y una blusa que mostraba el ombligo, unos tacones negros cerrados que realizaban sus piernas al igual que su blusa, se detuvo al ver al profesor.

- Amigo Poeta.
- ¡Salomé!
- ¿cómo está usted?. Mientas abrazaba.
- Muy bien Salomé. Dijo miéntras recordaba todas las formas del cuerpo de Salomé que sintió en el abrazo final de la. Azote ya hacía dos años atrás.
- Que gusto verlo.
- Lo mismo digo yo, pensaba justo en ti. Cosa que era cierta, pues para el sus labores eran responder los mensajes de Salomé, escribir de Salomé y pensar en Salomé.
- Que cosas dice.
- ¿Sabes que significa esto, verdad?
- No. Dijo con cara de duda. ¿Qué significa?
- Mi dibujo.
- Jummmm Cierto.
- Acá está mi casa cerca, ¿vamos?.
- Claro, vamos. Dijo Salomé.

Al llegar a la casa del poeta vio todo tirado, algo que no fue del agrado de Salomé, sin embargo el despacho donde escribía esta todo reluciente.

- ¿Donde, quieres que lo hagamos?
- Solo el dibujo haré. Replicó con vos seductora.
- A eso me refiero. Dijo él al entender el doble sentido de su pregunta.
- Acá.

Luego de un instante de silencio, el poeta con un u liezo al frente y un lápiz de dibujo, solo divisaba lo que pasaba frente a él.

Salomé se quito la blusa y el pantalón, así toda su ropa interior. Su cuerpo era fino, tal cual lo imagino el poeta. Se quedó desnuda solo en tacones, sus escasos 1.53 metros de altura, la hacían ver como una diosa ante el poeta, sus pechos pequeños que perfectamente cabían en la mano del poeta, el quiebre de su cintura con la cadera era más hermoso que en cualquier fantasía, su parte más íntima era el objeto de antencion del poeta. Su cuerpo con medidas de 65 de pecho, 58 de cintura y 78 de cadera dejaron noqueado al poeta. Cuando se reincorporo tomó su lápiz y al dibujar la primera línea.

- ¡Alto!, debo irme. No le puedo hacer esto a Gael, por más que se lo merezca,.
- Espera que dices, ya te vi, no hay que esconder ya, dejame hacerlos.
- No, y no se porque lo hice. Mientes recogía su ropa y se la ponía.

Se terminó de vestir y se fue el joven hombre no supo que hacer y se quedó con el lápiz en la mano, pero con la imagen del cuerpo, del bello cuerpo desnuda de Salomé.

Salomé: La historia de un amor inconsciente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora