El Fin de la Historia.

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El dolor de mis pies ya resulta insoportable. Miro a mi alrededor. Solo hay edificios en ruinas o sin terminar, la calle está prácticamente deshecha. Parece un barrio marginal. Uno más de Liverpool. No hay luz a pesar de que ya es de madrugada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Miro hacia la derecha encontrándome con una puerta que parece estar a punto de derrumbarse, sin embargo, no lo hace. Camino hacia ella con la intención de refugiarme dentro de lo que sea que se encuentre detrás.

La abro despacio, con miedo a que un movimiento brusco la venza. Está demasiado oscuro para distinguir algo. Busco mi móvil en los bolsillos, sin resultado. Me lo dejé en aquel patético sitio.

Me doy por vencida sentándome al lado de lo que se supone que era la entrada. Escondo la cabeza entre mis brazos mientras mis piernas se encogen automáticamente.

Por primera vez en horas siento que respiro con dificultad. Esto no debería afectarme tanto.

Al fondo de la habitación, en el sitio más recóndito, se oye un agudo y chirriante chillar, el de una rata. Me río sin poder evitarlo. Rata. Que ironía. Yo solía llamarle así, pues no hay mucha diferencia entre un animal sucio, asqueroso, transmisor de fatales enfermedades, rastrero; y él.

Freno mis pensamientos de repente. Realmente no puedo culparle por nada de esto. Yo sola me busqué mi situación actual.

Mi oído agudizado por la falta de visión detecta unos lejanos pasos que, al pasar los segundos, se van acercando hasta que una basta y ruda silueta abre la puerta hoscamente, lo que me sorprende bastante, pues esta no está hecha cenizas en el suelo. La luz de una linterna se pasea por la estancia hasta dar conmigo.

- Me dijeron que una desconocida andaba husmeando por aquí. ¿Eres de la policía? - solo niego con la cabeza. Lo último que quiero en estos momentos es algún tipo de conflicto con la silueta que, al parecer, resulta ser un hombre con una voz no muy tranquilizadora. - Levanta. - lo hago sin demasiadas ganas provocando que aquella bestia me agarre por un brazo fuertemente. En condiciones normales ahora estaría histérica. Pero en estos momentos no me importa mucho. Me saca a la calle y es entonces cuando puedo ver su cara llena de cicatrices, con la poca luz que desprende la solitaria luna. - ¿Qué buscas aquí?

- No busco nada, me he perdido, no sé cómo llegué a parar aquí. Le pido perdón si he ocasionado algún problema. - él se empieza a reír como si lo que yo dije fuera una especie de chiste.

- Tiene modales la chiquilla. - busco a mi alrededor a alguien con el que pueda estar hablando pero no lo encuentro, estamos solos en mitad de una carretera con apariencia abandonada. - ¿Eres una de esas pijas de los barrios ricos?

- No. Yo no soy nadie. Debería irme, es muy tarde y hay gente buscándome. - el hombre da un largo silbido como si a un perro fuera a llamar. Otros chicos surgen de entre las sombras. Estaba tan oscuro que parecían salidos de la nada. Se acercan a nosotros rodeándonos.

- Tú no puedes irte monada. Te metiste dónde no debías. Una vez que entras no sales. No tan fácil. - Genial. Ahora estoy acorralada por unos chicos marginales que me quieren reclutar en alguna de sus peligrosas bandas. Se acercan más a mí. - Aunque tienes otra opción. Tú nos haces un favor y nosotros te lo hacemos a ti. - su mano va directamente a su bragueta para dejar claro lo que quiere decir con "favor". Me río en silencio. Seré agredida sexualmente por ser una idiota.

Me quedo muy quieta esperando a que hagan lo que quieran conmigo. ¿Acaso importa? A mí ya no. Mientras se ponen de acuerdo con cual empieza y cual termina miro al cielo. Cuento estrellas. Hace tanto que no lo hago. Me siento tan pérdida que ahora ni los astros pueden ayudarme. Me pregunto si haber tenido a mis padres a mi lado habría cambiado lo que vivo en estos momentos.

Una cegadora luz me saca de mis pensamientos. Se escucha el derrape de un coche del que al parecer su dueño no tiene mucho control. Tal vez es otro pandillero al que llamaron, y este vino lo más rápido que pudo para no perderse tal acontecimiento. Las luces por fin se apagan dejándome ver que el vehículo, un Mercedes-Benz Clase M, es demasiado caro para pertenecer a alguien que viva en esta zona. Miro la matrícula, provocándome un déjà vu. Yo conozco ese coche.

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