Rememorando el pasado

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A veces me gusta ver un poco más allá de lo que mis ojos observan.

Encuentro maravilloso el mecer de las hojas de los árboles, el radiante sol que

me ilumina y la hermosura de una luna llena. Es increíble cómo cualquier

mínima cosa puede causarnos una sonrisa cuando decidimos vivir a pleno. Es

inevitable a veces mirar al pasado y observar todas las cosas que cambiaron.

Cuando uno deja de ser adolescente se da cuenta de que vivió y vive toda una

vida de transformaciones. Muchos de estos textos son de tristeza, de añoranza

o de enojo, y en este caso, va más allá de la felicidad. Porque sí, cuando uno es

feliz no hay mejor forma de expresarse que siendo uno mismo. No hay que

desmentirlo, todos tenemos épocas de luz y de sombra en nuestro camino. Pero

se puede ir un poco más allá para observar nuestra fortuna, sobre todo cuando

no es de origen material, sino que surge de la gente que nos rodea, las

personas maravillosas que hacen que cada día sea único. A veces las

defraudamos, las dejamos de lado, o simplemente quedan en el olvido. Otras

veces los enojos son de a ratos, las cosas se arreglan y siguen su camino. Aun

cuando hay lágrimas, o risas, o distancia... se trata de personas importantes,

amigos, familia, la gente que completa nuestro mundo, aunque sea con un

mínimo grano de arena. Los recuerdos con esta gente son los regalos que

siempre quedan adentro. ¿Por qué? No lo sé, simplemente vagan por la mente y

nos dejan satisfechos... y eso sí sé el porqué. Porque nos demuestran que la

vida no fue (ni es) ningún calvario. Que las quejas son cosa del momento,

incluso cuando ocurren a cada momento.

A veces me pregunto por qué cambian tanto las cosas, aquellos amigos

de los cuales nos alejamos, con quienes nos peleamos, aquellos que

simplemente no vimos más, y todos esos recuerdos que muchas veces te hacen

extrañar épocas doradas. Por suerte, uno aprende a convivir con los

recuerdos. Es cierto que las personas cambian y no somos quienes para

interponernos en eso. Tampoco podemos decir que no valoramos a la gente que

no vemos más. O que nunca nos importaron aquellos que, por algún cruce de la

vida, terminaron alejándose de nosotros. Todo lo que sentimos no se borra con

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un abrir y cerrar de ojos. Pero no es necesario que las cosas cambien tan

radicalmente.

Aún siento el viento en la cara y me siento viva. Corro por la calle como

una loca, y la gente me mira, sin entender por qué sonrío como si fuera el día

más feliz de mi vida. Amo viajar en el colectivo, ponerme a escuchar esa música

que me trae recuerdos y preguntarme: ¿qué habrá sido de ellos? De aquellos

que alguna vez fueron mis más allegadas personas en este planeta. Las noches

con amigos, las tardes interminables, el colegio, las risas, las aventuras, las

locuras, esos días que pasaron por mi vida sin pedir permiso y se fueron sin

decir adiós. No importa qué tanto lo piense, estoy cada día más convencida de

que extrañar no representa el hecho de querer volver a aquellas épocas.

Encontré cosas nuevas, me divertí de otras formas, cambié mi vida, la di vuelta

y le di media vuelta más, caí, me levanté, reboté y un poco más me ahogo, pero,

aun así, sigo de pie.

Está atardeciendo, y me siento la persona más feliz de este mundo por

todos los recuerdos que me dejaron aquellas personas que amé, que quise, que

amo y que querré. No puedo llamar nostalgia a este sentimiento que me traen

los recuerdos. Son un simple recordatorio de las cosas que viví, que bien sé

que no volverán y que, (creo yo) es lo natural, porque todo sucede por algo y

así es el curso de la vida...

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