Nadie como mamá

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Apenas eran las nueve de la mañana de un domingo. Afuera hacia un frío endiablado y estaba nevando. El apartamento de Lucas Friar estaba todo calientito gracias a la buena calefacción que su edificio ofrecía. Sus pies estaban envueltos en unas calientes medias de tela suave y llevaba el suerte más feo que tenía. A pesar de que se había levantado hacia horas, Lucas aún traía su largo pantalón de pijama azul y su cabello aún no había visto un cepillo. Todo se sentía como uno esos días donde solo querías estar en la cama todo el día, viendo películas con una enorme cobija sobre ti.

Pero para Lucas no era un día de esos. Era un día igual que cualquier otro, donde tenía que levantarse a atender a los terremotos que tenía como hijos. Las ganas de tomar a su hijo de tres años y a su hija de seis a la cama y ver películas con ellos todo el día, no le faltaban. Pero él solo estaba con ellos dos veces por semana, así que no iba a desperdiciar esos días. La mayoría de las veces, sus hijos tenían el control sobre que actividad querían hacer. Les rogaban que los llevara a sitios y que jugara con ellos y Lucas, siendo el padre mimador que era, aceptaba siempre y cuando las situación se lo permitiera. Simplemente quería que sus dos pequeños se la pasaran bien con él y vieran un fin de semana con papá como algo emocionante, como algo que esperasen con ansias.

Cabe destacar que Lucas era nuevo en esto de pasar sólo el fin de semana con sus hijos. Antes podía verlos todos los días, pues vivía con ellos. Pero hacía dos meses atrás él y su ex esposa... Bueno, técnicamente, aún esposa, habían decidido separarse. Esto obligó que la situación con sus hijos cambiara.

Actualmente, Lucas se encontraba sentado en el piso justo delante de su sofá. Su hija de seis años, Maddison, estaba sentada frente a él con sus piernas cruzadas, mientras sentía como su padre intentaba tejer su cabello en una trenza. Lucas no era experto en esto. Para nada. Nunca en sus veintiséis años de vida había intentado trenzar. La madre de Maddison se encargaba de esas cosas, así que él nunca vio la necesidad de aprender, pero en vista de la nueva situación en la que Lucas se encontraba, decidió que necesitaba aprender si no quería que su hija saliera a la calle con un nido de pájaro en la cabeza. Recibió ayuda de su mamá,  de unas cuantas amigas femeninas de su trabajo y de su esposa... Sí, su esposa. Estaba separados, pero no eran enemigos ni mucho menos.

En fin. A pesar de estar practicando en el pelo de su hija por dos meses, él seguía apestando en el trenzado, pero aún así no se rendía. La mayoría de veces su mamá visitaba y terminaba haciendo el pelo de su nieta o incluso su amable vecina del frente lo hacía, todo para evitarle a Maddison la vergüenza de salir con una trenza toda chueca.

Mientras Lucas halaba con "delicadeza" mechones castaños de Maddison, la escuchaba soltar pequeños "ouch" y él se disculpaba automáticamente.

Cuando por fin el joven padre terminó con su obra, tomó su celular que descansaba a su lado y le tomó una foto a su trabajo. Con una sonrisa en sus labios, le pasó el celular a su hija para que viera el resultado final.

Maddison, aún dándole la espalda a su padre, mantuvo el silencio por unos segundo. Después de volteó lentamente. Traía una sonrisa, que en vez de sonrisa parecía una mueca. Eso le dijo a Lucas al instante que había fallado en su tarea... Otra vez.

—Está chueca —informó la joven Friar, pasándole el celular a su padre.

—Rayos... —murmuró Lucas.

Cuando Maddison le dijo que aprovecharan que su hermanito aún dormía para que ellos dos jugaran al estilista con su maquillaje falso y peine de plástico, Lucas pensó que era momento de poner en práctica todo lo que había aprendido y mostrarle a su hija que él ya sabía tejer el pelo. ¡Pero que va! Seguía apestando igual que el primer día.

Lucaya One shotsWhere stories live. Discover now