Terror Nocturno

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Terror nocturno

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Hermione estaba sentada cerca del alféizar de su ventana, había encantado la puerta para que nadie entrara al dormitorio. Contemplaba el cielo y las lágrimas caían sobre su rostro... Era una estúpida por confiar en alguien que nunca le había demostrado más que indiferencia y patanería.

Vamos, sólo es Malfoy, ¿desde cuándo te gusta?, no seas ridícula.

Miró el cuaderno que tenía en su regazo y comenzó a hojearlo, era su diario. De las últimas hojas cayó un hurón de papel brillante. Lo tomó con sumo cuidado y le jaló una patita; el hurón se desplegó en un dibujo de Harry siendo electrocutado al jugar Quidditch. Malfoy se lo había enviado a Harry previo a un partido en tercer año y aunque su amigo lo había hecho bola y arrojado al suelo, el papel se había vuelto a convertir en un hurón impecable. Recordaba que le llamó la atención el hechizo detrás de eso, así que, con suma discreción, recogió el papel y lo guardó, dispuesta a estudiarlo más tarde.

Resultó ser un prodigio de encantamiento que aprenderían hasta quinto. Era sumamente complicado y Hermione estaba gratamente complacida que alguien fuera tan competente para realizar semejante proeza, aun viniendo de Malfoy.

Siguió hojeando sus primeras páginas y fue como revivirlo.

Hermione tenía once años, el pelo tan alborotado que su madre había insistido en cepillar en el auto un par de veces antes de llegar a Kings Cross y un baúl lleno de dentífrico e hilo sabor menta. Sus padres y ella atravesaron el muro hacia el andén pese haber leído suficiente sobre Hogwarts, no pudo omitir un "wow" que llamó la atención de su madre.

—¿Qué pasa, cielo? ¿Ya no quieres ir? —preguntó ansiosamente su madre mientras le acariciaba el cabello.

—Es... increíble —sentenció ella con los ojos brillantes—. Vamos, no pienso llegar tarde.

Y encabezó la marcha hacia lo largo del andén, con la cabeza bien alta, había leído suficiente para saber que debía subir, entrar a un vagón y fingir que no moría de miedo mientras veía a sus padres quedarse atrás. Inhaló profundamente y se alejó un poco de ellos, no quería que pensaran que estaba asustada o algo raro le pasaba en la barriga que quería vomitar.

Su padre sonrió, mientras el nudo del estómago se le aflojaba un poco.

—Bueno, conejito... resulta que tu destino no es ser dentista como nosotros —bromeó su padre mientras miraba a unos magos pasar con una lechuza—. Sé que igualmente no querías serlo, pero es bonito soñar con ello.

—Quería ser primer ministra, papá —señaló ella.

—Los magos... también se rigen por  un Ministro, ¿cierto? —preguntó su madre mientras sonreía.

—Entonces serás la primera ministra de magia, Hermione —resolvió su padre—. Y dentista.

Hermione se aferró a la mano de su padre y el aire le faltó, tenía miedo de estar tan lejos, en un mundo que no conocía.

—Serás mejor que buena—le susurró su madre mientras le arreglaba por quinta vez el botón de su chaleco—. Ahora ve y demuéstrales lo que una Granger puede hacer.

La niña abrazó con fuerza a sus padres mientras el tren comenzaba a sacar vapor.

Subió su baúl evitando la ayuda de los adultos, pues quería sentirse segura, autosuficiente y completamente dentro de lugar. Miró el pasillo largo, atestado de adolescentes y por primera vez desde que tenía memoria, no supo qué hacer.

Arréglame o Destrúyeme/Nuestro SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora