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Alana apretó mi mano y la miré. La acaricié para darle seguridad pero en ese mismo momento yo necesitaba un poco de consuelo.

—Bueno, vamos a ver que dice —dijo la doctora y comenzó a abrir el sobre.

Cada pequeño sonido que hacía al abrirse llegaba con mucha intensidad a mis oídos. Respiré profundamente y solté el aire levemente.

—¿Y? —dijo nerviosa Alana mientras veía que la mujer leía.

Ella levantó la mirada hacia nosotros y su rostro no nos dijo nada. Es lo que más odio de los médicos. Nunca sabes lo que sus rostros te dicen.

—Felicidades —mi corazón se detuvo en es mismo momento —No estas embarazada.

Me apoyé pesadamente contra la silla.

—Pero... —dijo Alana y la miré —Tengo un atraso.

—Si —le dijo la mujer —Aquí me muestra que tienes una alteración hormonal... ¿has estado comiendo mal?

—Puede ser... —susurró ella.

—Pueden estar tranquilos solo fue una falsa alarma —nos dijo.

—Gracias al cielo —suspiré.

Alana se puso de pie y tomó sus cosas. —Muchas gracias por atenderme en tu horario de trabajo y sin turno Emma. —le dijo hablando rápido. La miré extrañado.

—No es nada linda. Cuando necesites me llamas de nuevo —le dijo.

Alana asintió y sin decir nada salió de allí. Me puse rápidamente de pie y miré totalmente confundido hacia la puerta.

—Pero, ¿Qué pasó? —la pregunta salió de mi boca.

—Esta lastimada —me dijo la mujer.

Me giré a verla. —¿Qué? —le pregunté.

—A pesar de haber estado más asustada que contenta con la idea, ella había albergado muy en el fondo de su ser la idea de estar embarazada. A todas nos pasa... es como una sacudida de sentimientos y cuando sabes que no es cierto te sientes por un lado vacía y torpe. Así que corre a buscarla y dile que tú también albergaste la idea muy en fondo de ti —me dijo.

Asentí un tanto confundido y salí rápidamente de allí. Vi como la puerta del ascensor se cerraba. Busqué las escaleras de emergencia y comencé a bajar rápidamente. Llegué al estacionamiento y la divisé a punto de subirse al auto.

—¡Alana! —le grité.

Ella no se detuvo. Entonces corrí más rápido y la alcancé. La tomé del brazo y la jalé hacia mí.

—Déjame —susurró con un hilo de voz.

La abracé contra mi pecho. —Tonta —le dije y la apreté un poco más.

—Tú eres el tonto —dijo sin dejar de llorar, pero no se alejó de mí —Lo siento...

—No, no hermosa —la calmé y besé su cabeza —¿Por qué lo sientes?

—Soy una estúpida —musitó —Yo...

—¿Te habías ilusionado un poco? —le pregunté.

Ella alejó su cabeza de mi pecho y me miró a los ojos. Levanté mi mano y sequé su rostro. Asintió levemente con la cabeza. Y en ese momento supe que yo también me había ilusionado. Cuando en el auto me había dicho que quería un chocolate la tonta idea de un antojo me hizo sentir muy bien —Yo también...

—¿Enserio? —preguntó mientras soltaba unas cuantas lágrimas más.

—Si —asentí con la cabeza —Pero no es el momento.

Mi Pequeña Obsesión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora