24. DAVID y MAX

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Max miró la casita frente a él con ojo crítico.

Era una edificación muy pequeña y destartalada pegada a un diminuto jardín trasero lleno de hierba salvaje y barro.

Estaba seguro de que solo su caseta de  la piscina, donde sus jardineros guardaban los filtros y el cortacésped,

ya doblaba el tamaño de la casa.

—¡David! —gritó una mujer. David corrió hacia la puerta y abrazó en cuanto salió a una mujer regordeta con cara de buena persona.

—Abuela ¡Te echaba de menos! —le dijo muy feliz de volver a estar en casa, con su familia.

Max miró la escena desde lejos, y sintió un ligero pinchazo de envidia. Su madre nunca le había dado un abrazo tan cariñoso, como si no quisiese soltarse de su nieto por miedo a perderle, a punto de romperle las costillas por la intensidad.

Max apenas sabía lo que significaba una familia, se había pasado años autoconvenciéndose de que las escenas familiares de películas eran pura farsa, fantasía, mentiras.

Pero no. Porque frente a él se respiraba el cariño y el amor de una familia.

Y deseó tener aquello. Le importaba poco la casa del tamaño de una caja de zapatos, estaba dispuesto a pagar millones por un abrazo así.

—¿Cielo, este es tu amigo? —le preguntó la mujer mirándole.

Max reconoció los ojos de David en su rostro, la pieza que faltaba para ser igual que su padre.

David sonrió y asintió. Se fue junto a Max.

—Este es Max, abuela,Max esta es mi abuela —le dijo David haciendo las presentaciones.

—¿De verdad eres el hijo de Margerite Leblanc? —le preguntó ella con los ojos brillantes de ilusión contenida. Max asintió. La mujer esbozó una sonrisa y casi dio un saltito. David frunció el ceño contrariado por ver a su abuela como una fan adolescente- ¡Es mi escritora favorita! ¡No puedo creerlo!

Max esbozó su sonrisa de agradecimiento más usada en las fiestas de ricos.

—¿Y el abuelo? —preguntó David intentando aligerar ese ambiente tan extraño, notaba a Max realmente incómodo.

—Está en casa de tu tío Juan —le dijo ella como si eso no tuviese mucha importancia— ¿Mando a Eric para que vaya a buscarle?

—¿Está Eric aquí? —exclamó David muy feliz. Su primo, su mejor amigo— ¿Dónde está?

—En el jardín —le dijo ella sin prestarle demasiada atención mientras colocaba un mantel en la mesa del comedor— Le puse a hacer trabajos forzados. Alguien debe encender la barbacoa.

—Vamos a verle —le dijo David a Max. Max asintió dejándose llevar como un niño bueno.

—Encantado de conocerla, señora —le dijo por pura costumbre, de forma encantadora y enormemente educada.

Ella asintió con complacida por sus buenos modales.

David tiró de Max, que caminaba con paso vacilante, hasta la parte trasera de la casa, cruzando un salón lleno de objetos; jarrones, figurillas de porcelana, cuadros, muñecas. Demasiado recargado, era el museo del kitsch. La casa era tan pequeña que no hizo mucha falta caminar para llegar al otro lado.

BAJO LA PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora