EPÍLOGO.

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Una década.

Tres mil seiscientos cincuenta días que habían pasado en un pestañeo para el grupo de amigos, que pese al tiempo transcurrido no habían perdido el contacto. Y por eso, cuando a todos les llegó una invitación de boda ya sabían la noticia desde hacía meses.

David elevó la mirada para ver pasar a Max, que acababa de salir de su ducha con una toalla amarrada a su cintura. Su amigo, que ya era un hombre atractivo a los diecisiete años (cuando nadie es atractivo deformado por la adolescencia) se había convertido en un hombre de veintiocho años que se llevaba todas las miradas a su paso

Sabía que cuando Max entraba en una reunión para venderle una idea millonaria de marketing de publicidad a un empresario la mayoría del trabajo lo hacía su atractivo. Era un buen empleo, desde luego, Max era un embaucador nato.

-¿Es que no vas a arreglarte, David? -le dijo cuando pasó a su lado de camino a su habitación para molestarle.

El niño que se sentaba en su rodilla izquierda se rio tapándose la boca por lo que acababa de decir su padre. David aspiró aire sonoramente fingiendo estar muy ofendido y se llevó la mano al pecho como si le hubiesen golpeado.

-¡Papá, pero si el tío David ya está vestido! -le dijo riendo, defendiéndolo con su inocencia infantil.

-No le hagas caso, Daniel -le dijo al niño con un mohín- Tu padre está tonto.

Max se asomó por el marco de la puerta mientras se colocaba los pantalones.

-No pongas al niño en mi contra, que ya bastante tengo con su madre -le dijo señalándolo con un dedo acusador.

-Mamá dice que papá es gilipollas -le informó Daniel a David. El rubio rio mirando con una exagerada actuación de ojos sorprendidos al niño de cabello castaño y luego le hizo un gesto con la mano para decirle "más o menos". El niño soltó una risa cómplice disfrutando de su broma privada, con la maldad propia de un niño que hace algo prohibido.

David disfrutaba siendo ese "tío guay" que llenaba de sonrisas el rostro de diablillo de aquel niño cuando iba de visita. Daniel había heredado los ojos claros de su padre y su sentido del humor, a medida que crecía David iba descubriendo más y más de Max en él. Por ejemplo en la manera de elevar una ceja cuando algo le resultaba extraño, su expresión traviesa o su mandíbula marcada.

-Dile lo que te ha dicho tu madre antes de venir -le dijo Max desde la habitación abotonándose la camisa.

Daniel suspiró y con los ojos en blanco, un gesto muy de su madre, se giró hacia David para decirle en voz baja.

-Mamá me ha dicho que esa boda va a ser una convención de maricones -le dijo el niño en voz baja, que era lo suficiente inteligente para saber que eso no estaba bien.

David le quitó importancia con una mano.

-Solo te dice eso para molestar -le dijo a Max elevando la voz para que le oyese bien, que hizo un ruido exasperado desde el dormitorio. Alicia sabía bien como molestar a Max. David se giró hacia el niño que era su ahijado- Daniel, tú sabes que ser maricón no es malo ¿A que sí? Lo mismo da que una persona sea gay, hetero, lesbiana o bisexual como el tonto de tu padre. Tú puedes ser lo que sea que seas, y da igual lo que tu madre diga porque te vamos a querer igual.

BAJO LA PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora