Capítulo 2

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"La destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal... Su criterio no es la difusión de los y los principios sino el provocar el mayor impacto." Robert Spaemann

Pasé a buscar a Benito a la veterinaria. Una pequeña clínica ubicada en una casa de dos pisos en la comuna de Peñalolén a diez cuadras de mi departamento. La fachada se encontraba pintada de verde, el patio era apenas un antejardín. En su interior, un cartel con todos los tipos de razas de perros y gatos existentes. Además de afiches con consejos para una tenencia responsable. El mesón blanco y pequeño, sobre él unas cuantas cajas de medicamentos de muestra. Por lo general, Alejandra daba muestras gratis a sus pacientes, las cuales salían de sus bolsillos. Evidencia de su buen corazón y amor por los animales. Basta decir que la mayoría de sus pacientes eran animales sin hogar, lesionados por algún accidente y con alguna enfermedad propia de una mala nutrición. Casi todos recogidos de la calle, que alguno que otro muchacho bien intencionado le llevaba para que lo atendiera. Nunca rechazaba a un paciente, incluso cuando no tenían con qué pagarle. Eso le hizo tener la fama de ser la "veterinaria del pueblo". Al menos, así la llamaban en redes sociales. En efecto, así era. Cada jornada animalista, feria de adopción, marcha por los derechos de los animales, siempre estaba presente. Varias veces la invitaron a unirse al partido Ecologista Verde, pero se negó. La razón era sencilla: no le agradaban las filiaciones políticas, prefería trabajar con la libertad que te da saber que no le debes nada a nadie, menos a un partido que en cualquier momento te obligará a votar por un candidato sólo para pagar algún favor político. Como siempre dentro de la consulta se escuchaban los ladridos, maullidos y gemidos de los internados, en su mayoría sin hogar y que corrían por gasto suyo. Esta forma de vida altruista implicaba que Alejandra llegara cada final de mes muy corta de fondos, para no decir justa o en números rojos. Si bien yo no me considero una buena persona, siempre he sentido más empatía por los animales que por la gente. Con ellos todo es sinceridad, no hay dobleces, ni mentiras. Sabes a qué atenerte. De modo que, sin saber bien cómo, me termine volviendo una especie de patrocinador de su modesta clínica veterinaria. Afortunadamente, esa tarde no había ningún paciente, eso no quitaba que tuviera trabajo. No pasaron más que unos segundos cuando la vi salir. Con su bata blanca, cabello negro, tez clara, casi pálida, figura delgada, pero bien formada. No cabía duda, no requería de retoques cosméticos para verse atractiva. Su belleza natural era innegable.

-Ya me estaba preocupando que algo te hubiera pasado- indicó con una coqueta sonrisa en sus labios.

-Lo siento. Tuve una reunión importante, no pude salir a la hora de costumbre- respondí algo molesto, no con ella, sino con el hecho, pues la verdad es que si hay algo que siempre me ha molestado es llegar tarde a cualquier lado.

Respondió con un ademan restándole importancia al hecho.

-Está bien, después de todo Benito es un excelente paciente. Casi no ladra, obedece las órdenes al instante y es sumamente bien educado.

-Lo entrené bien- respondí con aires de grandeza.

Ella devolvió el comentario con uno de esos gestos típicos de las mujeres cuando parece que hablan con un niño engreído. Dio media vuelta, se perdió por una puerta y al cabo de unos minutos volvió con Benito a su lado. No puedo negar que jamás he visto a un ser más agradecido que ese perro. Movía su cola como si no nos viéramos hace años y sus ojos eran una mezcla de felicidad y nostalgia. Si bien, para cualquier otro no era más que un callejero de pelaje casi rubio y tamaño pequeño, para mí era la única familia que tenía. Me entregó la correa.

-Tengo que decir que deben tener más cuidado. El vómito y los llantos se debían a que este muchacho se comió un trozo de lápiz.

- ¿Cómo fue que lo expulsó?

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now