Capítulo 13

1 1 0
                                    


"Quien no tiene alas no debe tenderse sobre el abismo." Zaratustra

Mientras caminaba hacia la Estación del Metro las palabras del anciano Policarpo retumbaban en mi mente.

- ¿Cuál es el siguiente nombre en la lista que te dejo Andrés?

-Zaratustra, pero no figura ningún número o forma de contactarlo.

-Para eso estoy aquí... -tomo su libreta, movió un par de hojas y agregó- solo lo diré una vez. Puente Alto, la parroquia Nuestra Señora de la Mercedes. Cuando llegues ahí pregunta por Zaratustra. Pero ve ahora o no lo podrás encontrar nunca.

Asentí. No sé bien la razón. En realidad, si lo sé, quería averiguar si todo esto era real o una simple locura de un grupo de ancianos dementes. Salí lo más rápido que pude, cuidando de que nadie me siguiera. Hasta donde pude ver nadie iba tras de mí. Tomé el metro y me dirigí a mi destino. A medida que avanzaba mi estómago se revolvía, como si me acabara de subir a un ascensor que baja muy rápido. Estaba nervioso, como nunca antes en mi vida. No sabía lo que me esperaba, si en efecto ese tal Zaratustra era una persona de verdad o si al llegar a la parroquia me encontraría con que todo era nada más que una tomadura de pelo. Para ser sincero no sabía qué era preferible; que me estuvieran jugando una macabra broma o que en efecto existiera un grupo de rebeldes que luchaban contra un grupo que buscaba dominar el mundo, implantando un nuevo orden y acabar con millones de personas. Al llegar a la Estación Puente Alto, bajé lo más rápido que pude. Con cada paso que daba sentía que la tensión en mi cuerpo aumentaba. Sin darme cuenta termine corriendo por las escaleras y buscando la famosa parroquia. Nunca me han gustado los celulares, creo que separan a las personas y que alienan la mente, pero en ese momento WASE fue de mucha ayuda. Un par de perros me salieron al encuentro entre ladridos desde una esquina. Al pasar por una calle unos niños de no más de siete años gritaron "sapo" y luego entraron a sus casas. Pero fuera de eso nada extraño sucedió. A otro le habría resultado inquietante andar por esas calles. En especial debido a sus signos, zapatillas colgando del alumbrado público y grafitis, señales de las pandillas y grupos de narcos dominaban esos sectores. Para mí nada de eso era nuevo. Cuando creces en el SENAME te enseñan a percatarte de pequeños detalles. En cosa de unos minutos ya estaba en mi destino. Ingrese por una puerta a un costado de la parroquia, la que daba a una pequeña oficina. Adentro se encontraba una mujer de unos sesenta años. Un frío subió por mi espalda. Si bien poco me importa lo que la gente piensa o dice de mí, al ver a esa mujer me preocupe, como si me atemorizara el simple hecho de hacerle una pregunta. Me arrojo una mirada por sobre los gruesos vidrios de sus anteojos como si el tener que tolerarme un instante más fuera saturar su incipiente paciencia. Tras ella una pesada puerta de metal se erguía como la única forma de ingresar.

-Busco a...

-Hable joven- ordeno.

-Busco a Zaratustra.

Frunció levemente el ceño. Asintió. Tomo un citófono.

-Está aquí.

Al instante la puerta metálica sonó abriendo paso al interior de la parroquia. Un largo y oscuro pasillo se extendía ante mí. Avance paso a paso y a medida que lo hacía las luces iban prendiéndose. No pude evitar pensar que en cualquier momento aparecía desde la oscuridad una figura con un cuchillo y sencillamente yo desaparecería entre las tinieblas para siempre. En eso una mano se posó sobre mi hombro. A duras penas logre ocultar el temor que me embargo.

-Soy Zaratustra, usted debe ser Bastián.

Era un anciano de unos setenta años, su mano algo temblorosa se sumaba a una lentitud que hacía parecer que se movía en otra línea de tiempo. De ojos tranquilos, una barba de dos días mal cortada y una calva que dominaba su cabeza. Se veía absolutamente común a excepción por un detalle. Llevaba sotana con un crucifico colgando de su cuello. No sabía qué decir, cómo presentarme ni qué preguntar. No fue necesario nada de eso. Dio media vuelta y sin decir nada se perdió entre las esquinas del pasillo. Lo seguí sin decir palabra alguna. Al cabo de un par de vueltas llegamos a la parroquia misma, en donde se celebraban las misas. Su interior no se diferenciaba de cualquier otra, con extensas hileras de bancas de madera, figuras de santos, vitrales que señalaban cada una de las estaciones de la pasión de Jesús. A lo lejos una luz prendida sobre una especie de caja fuerte de madera indicaba que se encontraba el santísimo en su interior. Zaratustra se detuvo, señalo un confesionario. Abrió la puerta y ambos entramos en él. Debo decir que esa era una de las cosas más extrañas que había hecho hasta ese momento en mi vida. Que un agnóstico, hago la aclaración de que no soy ateo pues en esencia el ateísmo presenta contradicciones intrínsecas, entrara a un confesionario acompañado de lo que a todas luces era un sacerdote de nombre Zaratustra era casi una locura digna de una película de los hermanos Coen.

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now