Capítulo 22

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"Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia." Apóstol Pablo.

Recuerdo ese día como si fuese ayer, pero prefiero no hacerlo. Ver morir a alguien frente a tus ojos es una experiencia que no le deseo a nadie. La sangre bajando por su pecho, sus ojos fijos en la nada, un suspiro final antes de caer al suelo y darse un tumbo contra la mesa. No creas en el cine, lo que te muestran jamás se compara con la vida real. La sensación que sigue a un evento como ese es solo comparable con la parálisis de sueños en donde pese a querer moverte se vuelve imposible, no importa cuánto luches. Solo al cabo de unos segundos fue que pude salir corriendo y perderme en medio de la multitud que avanzaba arrasando con todo a su paso. Imagino que piensas que luego de esto comencé a investigar acerca de la muerte del tal Smith. Para tu desilusión no lo hice. Conocía la razón, al menos una parte. Él tenía información, verdadera información sobre lo que ellos están haciendo, sus planes y estrategias. Se volvió un peligro y de seguro todo aquel que llegara a saber lo mismo que él también lo sería. En ese momento, mientras escapaba en medio del horror que se extendía por las calles porteñas decidí dejar toda esa locura de buscar la verdad, no investigar más acerca de la Élite ni sus planes. Fue así que retorne a Santiago a mi trabajo absolutamente comprometido con la idea de nunca hablar de lo que durante esos días había visto o escuchado. Al cabo de un par de semanas todo había quedado en el pasado, bien enterrado y así habría de quedarse. Al menos eso era lo que yo pensaba.

-Bastián necesito ese informe de inmediato. Tienes veinte minutos de retraso y todos lo están me reclaman a mí por tu lentitud.

Era Sandra Poblete la encargada de la oficina de la OMS en Chile, una mujer joven, no más de treinta años, pero con la actitud de una anciana y la soberbia de quienes jamás han tenido que esforzarse por algo y creen que todo lo merecen. Ahora trabajaba para ella o en realidad en su oficina, pues al final de cuentas todos trabajamos para Michelle. Pero Sandra era lo más cercano que tenía a un jefe y bastante desagradable por lo demás. Cómo fue que pase de a D.H. a la OMS, supongo que no te sorprenderá saber que en esas organizaciones no gubernamentales de orden internacional los funcionarios somos poco menos que simples peones dentro de un tablero de ajedrez. Nos mueven de lugar sin consultarnos o sin considerar las promesas que nos han hecho. En último término si no te gustan sus condiciones te puedes ir, pero es bien sabido que nadie te volverá a contratar, al menos para ninguna función que tenga algún ápice de prestigio. Para ir al grano, cuando volví a mi trabajo Michelle me estaba esperando, pero ahora con una propuesta muy diferente, así como su trato. La simpatía que aparentaba tener desapareció bajo un manto de frialdad e indiferencia. Ella no dijo nada, pero yo sabía que estaba informada de mis andadas. No sé bien cómo fue que ocurrió, pues esa mujer tiene una increíble capacidad para manejar a la gente, siempre con una sonrisa en el rostro y a la vez una cuota de tensa cordialidad. Al cabo de un rato yo estaba firmando un nuevo contrato de prestación de servicios en el que por el mismo sueldo era transferido a la OMS para realizar la misma tarea que efectuaba en la D.H. Si bien la función era muy parecida su complejidad era distinta, pues los temas no eran sociales, sino médicos, lo que significa que me vi obligado a aprender una terminología científica que me resultaba sumamente lejana y a momentos incomprensible. De no ser por mi memoria habría sido una tortura reformular los comunicados de la OMS.

-Lo tengo conmigo- respondí con mi habitual circunspección, esa mujer me resultaba especialmente molesta, además tenía un alto cargo que sería propio para un médico con una especialidad o doctorado, en cambio ella no era nada más que una recién egresada de licenciatura de historia. Pero eso no me sorprendía, como en todo orden de cosas esos cargos eran favores políticos- Te lo haré llegar a penas entre a mi notebook.

Sandra tenía la molesta costumbre de exigir que le enviaran los documentos que requería justo antes de que llegaras a tu escritorio, no solo conmigo, eso lo hacía con todos. Le fascinaba mantener a sus subalternos en un constante estado de presión. Dar la apariencia de que se estaban haciendo cosas y que todo funcionaba como un reloj suizo. Lo gracioso es que ella se la pasaba la mayor parte del tiempo en páginas web de tiendas haciendo compras online. Todos lo sabían y ella no se molestaba en ocultarlo.

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now