Capítulo 23

1 1 0
                                    


"Los anhelos de vida, de conocimiento de mayores posibilidades que le permitan alcanzar los fines y destinos del universo es una indicación de que el hombre ha sido creado para una vida superior." Loraie Boettner.

Esa tarde como siempre pase a buscar a Benito donde Alejandra. Si bien aún no era evidente para todos, el COVID 19 ya comenzaba a mostrar sus primeros efectos y eran los independientes quienes lo resentían primero. Los cafés cada vez tenían menos visitantes, los emprendimientos como peluquerías o gimnasios iban cerrando. En el caso de la veterinaria de Alejandra los efectos se sintieron de inmediato. A las pocas semanas la gente dejo de llevar sus mascotas a los tratamientos, en algunos casos los dejaron en clínicas abandonados. Ella se veía confiada, más de lo que yo podría haber estado. No sabía la razón, pero las circunstancias no parecían afectarla, al menos no en el sentido que al resto de las personas. A momentos me daba la impresión que ella miraba la vida como si estuviera por encima del Sol, como si hubiera algo más allá, algo lejano esperándola. Por mi parte yo seguían con mi vida estable, pero poco a poco me iba debilitando. Como una llama que se va quedando sin combustible. En efecto así era como me sentía. Desde que volví de mi viaje, dejando a medias aquel camino, una pesadez se fue apoderando de mí. Como si llevara una carga sobre mis hombros, una mochila de la que no podía ser liberado. Supongo que así se siente cuando abandonas la verdad por temor a las circunstancias. La cuestión es que si bien veía a Alejandra cada vez que le llevaba Benito para que lo cuidara y así poder ayudarla con algo de trabajo; procuraba hablarle poco, a decir verdad, no podía mirarla a los ojos. Era como si la vergüenza me comiera por dentro, semejante a una gangrena que carcomía mi voluntad.

-Aquí está el mucho- como siempre su voz era suave y melódica, como una sinfonía hablada.

-Gracias por cuidarlo- respondí con tono seco y alicaído.

-Por nada, de no ser por Benito yo a duras penas podría sostener este lugar. Supongo que tú eres un ángel enviado a cuidarme- me regalo una bella y radiante sonrisa.

Negué con el rostro.

-Te puedo asegurar que si hay algo que no soy es un ángel.

Ella mi miró y por un instante sentí que sus ojos me penetraban. Era como estar frente a un espejo desnudo, sabiendo que tras él alguien te observa, alguien que te conoce mejor tú mismo.

-Hace tiempo que quiero invitarte a tomar un café. No nos tomamos uno desde la vez que salimos juntos.

-Estoy ocupado - respondí con sequedad- Tengo mucho trabajo.

-Entonces hazte un tiempo, deja de lado lo urgente y enfócate en lo importante.

No sé bien como, pero esas palabras me descolocaron y al cabo de unos minutos nos encontrábamos al interior de la clínica, atravesando una puerta y llegando a su casa. En realidad, toda la casa era la clínica, solo que esta sección sería lo que equivalía a un modesto y sencillo living comedor. Una mesa de madera ya desteñida y un par de sillas se sumaban a una mesa de comedor en la que a duras penas cabrían cuatro personas. No había cuadros ni plantas. Todo parecía estar adaptado para priorizar a los animales, listo todo por si era necesario habilitar ese espacio para recibir a un paciente más. No hacía falta decirlo, Alejandra amaba a los animales, mucho más que cualquier otra persona que jamás hubiera conocido. Su amor era desinteresado, unilateral y sobre todo incondicional. En sus manos exhibía uno que otro rasguño de algún gato inusualmente agresivo, en su tobillo tenía una mordedura hecha por algún perro pequeño, de esos que compensan su tamaño con una actitud iracunda. Tomamos asiento en el pequeño living.

-Solo tengo ECO - dijo mientras iba a la cocina y volvía con dos tazas calientes, yo asentí- Sabes hay algo que quiero hablar contigo desde hace tiempo.

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now