Capítulo 6

2 1 0
                                    


"El cuerpo humano es algo esencialmente distinto a un organismo." Martin Heidegger

Llevaba un buen rato trabajando en los últimos lineamientos del enfoque las noticias debería seguir el año 2020. Cabe destacar que me era casi imposible de hacerlo. No lograba sacar de mi mente a Michelle, no me refiero a sus palabras, tampoco su rostro, era algo más, su presencia. Algo en ella era macabro y oscuro. Con todo logre finalizar el documento. La idea central era sencilla. Los noticieros deberían validar la figura de los manifestantes violentos. Paulatinamente ese proceso ya se venía dando. Los antisociales pasaron a ser llamados encapuchados y para el año 2020 se les denominaría esclavos emancipados. De esa forma sus actos violentos serían considerados como muestras de un proceso de emancipación, en el que los oprimidos finalmente lograban la liberación ante los grupos económicos que los mantenía sometidos y esclavos. Debo reconocer que la idea no es mía. La había extraído de un texto de Gramsci "Los intelectuales y la organización de la cultura". El espíritu radicaba manejar el lenguaje para llevar a los grupos sociales descontentos a aceptar ideas actos socialmente reproblables al rebautizarlos con términos que estuvieran cargados de virtud o heroísmo. Nada muy difícil de hacer, en especial en una época en que los medios de comunicación estaban literalmente en la palma de la mano. Envié el mail al Michelle. Mire la hora, eran las 14:00. Me levanté y como nunca salí temprano de la oficina. Una que otra mirada de molestia se dejó caer sobre mí. Desde una esquina pude ver como Martina me observaba con aquellos ojos suspicaces y penetrantes. Estoy seguro que apenas salí de la oficina fue de inmediato a informarle a Michelle, así es ella. Basta decir que junto a Marcela se destacaban por ser no solo las organizadoras de los pelambres sino también por ser las comedoras de chocolates oficiales. Práctica que les valió el nombre de las M&M. Todavía no se la razón por las que Andrés las mantuvo en la oficina durante tanto tiempo. Supongo que alguien les debía un favor político. Tú sabes cómo son estas cosas, en todos los lugares hay una que otra persona que se encuentra en su puesto por razones muy diferentes al del mérito o idoneidad laboral para las funciones. Si hubieran sabido en unos días más pasaría a ser su jefe me habrían tratado con más respeto. No puedo negarlo, saber que tendría poder sobre ellas era un excelente móvil para aceptar el cargo. Si lo reconozco, la venganza es un plato que me agrada probar, aunque por sanidad mental prefiero evitarlo. He visto lo que viene con ella cuando te acostumbras a su sabor y nunca es bueno. Comencé a caminar casi por inercia, tomé un taxi. Le murmure una dirección. Cuando baje del vehículo me encontraba frente a un enorme edificio de veinte pisos ubicado en las Condes. El guardia anuncio mi llegada por el citófono. Una voz femenina indico que subiera. Avance por un pasillo donde se encontraba el ascensor. Presione el botón, "piso 16". Si bien no me tomo más de unos segundos en llegar, sentí como mi estómago se movía y mi cerebro daba vueltas en mi cráneo. A decir verdad, nunca me han gustado, cada vez que subo a uno siento como si estuviera dentro de una batidora. Al salir me apoyo en la pared, la cabeza me da vueltas, me tomo unos segundos para recuperarme y avanzo hasta el departamento de Andrés. En ese momento no me explique cuál era la razón de ir a su departamento. Después de todo él ya estaba muerto y aun cuando de seguro vería a su esposa en el funeral dentro de un par de días, algo me impulso a ir hasta allá. Toque el timbre. Al interior se escucharon unos pasos, su tono era tranquilo y cansado, como si quien se acercara acabara de despertar. La manija giro dejando a la vista a la esposa de Andrés, su nombre Rebeca, una mujer de unos cuarenta años de edad. De ojos pardos, cabello oscuro, figura delgada y bien cuidada para su edad.

-Andrés... -indico al instante- Bienvenido, pasa.

Yo obedecí. Aquella no era la primera vez que la veía, antes ya en una que otra actividad de la oficina nos habíamos visto. Claro que como siempre para mí ella no era más que la esposa de mi jefe. De modo que poco o nada me interesaba hablarle. Aun así, debo reconocer que en aquella ocasión fue muy agradable.

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now