Capítulo 18

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"La peor lucha es la que no se hace." Karl Marx

Cuando subí al bus dejé caer mi cabeza en el respaldo del asiento y me perdí en mis sueños. Imágenes extrañas y oscuras me embargaban, figuras de sombras que trataban de capturarme, una que otra voz que daba la impresión de estar llamándome desde la lejanía. A duras penas logro recordar qué fue lo que soñé, pero una cosa tengo clara. Me sentía aterrado como un niño pequeño en un largo y lóbrego pasillo. A momentos abría los ojos solo para encontrar que todo el bus se encontraba sumido en la misma oscuridad que teñía mi sueño, luego cerraba los ojos con la esperanza poder descansar, pero para mi sorpresa las voces y el temor me embargaban nuevamente. En eso me vi correr por un sendero lleno de piedras y un acantilado a un costado. Era profundo, tanto que no lograba observar el fondo. Pero sabía que si caía sería mi fin. En eso escuche un sonido, el rugido de un animal que parecía venir tras de mí. Mire por sobre mi hombro y note un par de ojos rojos que se acercaban. Apresuré el paso, pero los ojos parecían estar a punto de alcanzarme, en eso mi pie izquierdo se dobló y sentí como todo mi cuerpo perdía el equilibrio y yo caía directo por el precipicio. En eso di un salto y abrí los ojos. Tenía la frente empapada, la respiración agitada y la mandíbula apretada. Para ese momento ya habíamos llegado a Valparaíso y el ayudante del chofer comenzaba a despertar a los pasajeros. Para mi sorpresa la ciudad puerto se encontraba muy diferente a como la recordaba de mis visitas anteriores. Negocios cerrados a pleno día, grafitis en cada esquina, restos de fogatas en medio de las calles. Cuando bajé del bus tuve la impresión que me encontraba en medio de una película de Mad Max. Solo fue necesario que caminara un par de cuadras hacia el congreso para encontrar una turba que avanzaba manifestándose sobre todo lo que alguien pudiera imaginar. Carteles apoyando una sociedad más justa, otros que exigían una nueva constitución, varios que tenían escrito "NO Más AFP", unos que llamaban a acabar con el heteropatriarcado y el capitalismo, varios reclamando derecho de soberanía sobre el propio cuerpo, unos que decían "En Chile violan y matan", así como esos, decenas de grupos elevaban carteles con diferentes demandas. Dentro de todo debo decir que hubo dos que me resultaron graciosos. Una muchacha iba con una pancarta que decía "Las mujeres somos iguales a los hombres." y junto a ella otra elevaba un cartel en el que se leía "Los hombres son unos cerdos." Si esa era la lógica que usaban todos los grupos para expresar sus demandas, difícilmente podrían tener algún tipo de unidad real, además de la simple expresión de sus deseos. Pero claro que eso era algo que yo sabía. En más de una ocasión me vi en la tarea de asesorar grupos que llegaban a la oficina de D.H., en especial cuando se trataba de reclamar por alguna supuesta violación a los derechos humanos. Aún recuerdo que hubo una vez en que llevaron a un muchacho de no más de quince años para que recibiera asesoría nuestra. La razón era que fue tomado detenido por carabineros al tratar de huir de un supermercado con un carro lleno de productos de línea blanca. Lo gracioso de todo era que el joven argumentaba que no estaba robando; que había sacado el carro para que otras personas tuvieran la oportunidad de tomarlas, pero él no robaba. Por lo que señalo cuando carabineros llego lo tomaron detenido y entre forcejeos le doblaron un brazo. Claro que él golpeo a uno de ellos en el estómago y trato de apuñalar a otro. Pero según su relato la policía había violado sus derechos al haber usado fuerza excesiva en su detención, que por lo demás resultaba injusta, pues él afirmaba no estar robando. Como sea nuestra asesoría fue tan buena que no solo logramos evitar que lo condenaran, sino además dieron de baja a los policías. Según nuestra lógica se utilizó fuerza innecesaria y excesiva con un menor de edad, quien al no tener completo uso de discernimiento se veía libre de ser condenado, pues no sabía lo que hacía. De esa forma un evidente culpable salía libre y quienes aplicaron la ley fueron cesados del cargo, perdiendo todos sus beneficios. Así como ese hubo muchos otros casos en los que tergiversamos los hechos para defender a quienes eran incuestionablemente culpables de un crimen. Los derechos humanos funcionaban bastante bien como fuerza defensora de delincuentes, pero se encontraban muy lejos de apoyar a quienes sufrían los daños materiales y psicológicos de estar viviendo o trabajando bajo semejantes niveles de estrés. Las personas que tenían negocios ya no percibían ganancias, pues el comercio porteño había desaparecido casi por completo. Mientras que aquellos que vivían en los edificios del centro estaban siendo constantemente atemorizados por grupos vandálicos que les impedían el acceso a sus viviendas. Evidentemente no se encontraba dentro de nuestras prioridades salir en defensa de esas personas. No se encontraban dentro de la agenda que entregaban y tampoco formaban parte de los grupos que debían ser puestos en los medios de comunicación. Hasta ese momento jamás tuve problemas éticos respecto de apoyar a esas personas. Para mí era únicamente un trabajo más, uno bastante bien remunerado. Sin embargo, ese día, algo me hizo ver las cosas desde otra perspectiva. La agenda impuesta por la ONU se volvía macabra y cruel. Indiferente a las reales y verdaderas necesidades de la gente. A su vez yo no era más que un simple peón en un tablero de ajedrez. Recordé un documento que leía mucho antes de que iniciara mi viaje. Era un comunicado que emanaba desde la misma ONU. Indicaba la necesidad de acabar con el libre mercado. Al parecer era una traba dentro de las etapas que llevarían a imponer un gobierno mundial. Por lo que exponía la existencia de empresas privadas independientes de las grandes transnacionales permitía que los países tuvieran mayor estabilidad económica y a la vez impedían la imposición de políticas públicas globalistas. De modo que los desórdenes que impidieran el desarrollo de la empresa nacional eran parte de las estrategias para obtener el control de las nacionales a nivel económico. Puntualmente al ir a quiebra la empresa nacional chilena significaría que el Estado debería endeudarse con la ONU, el Fondo Monetario Internacional o transnacionales para hacer frente a las demandas sociales y la gran cantidad de cesantes, así como empresas en quiebra. Eso aumentaría la deuda externa y por lo tanto llevaría al país a asumir compromisos con los grupos que forman a la Élite. En términos sencillos para imponer el orden mundial era necesario acabar con el libre mercado y el capital de los privados nacionales. Los planes iban tomando forma. Más rápido de lo que podía imaginar la sombra de un nuevo gobierno se cernía sobre el planeta. Hasta ese momento jamás me importo, pero ahora algo en mí comenzaba a cambiar. Una sensación de urgencia y responsabilidad por todos aquellos que saldrían heridos a causa de la maldad de unos pocos que se ocultaban entre tinieblas y sombras. Además, se sumaba la presencia del COVID 19. Un temible virus que por lo que parecía en poco tiempo se transformaría en una pandemia. Dejé escapar un largo y profundo suspiro, luego me dirigí a mi destino.

La Gran ConspiraciónWhere stories live. Discover now