¿Qué ganas?

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Cuando estuvieron todos preparados, salimos a tomar algo y luego a una discoteca enorme que los chicos habían conocido a través de sus otros contactos en Madrid.

Reconozco que yo no era mucho de bailar y que cualquier otra actividad se me daba mejor que mantener el ritmo y seguir unos pasos.

Afortunadamente, los chicos conocían a bastante gente y pude quedarme sentada en uno de los sofás, mientras ellos bailaban con otras chicas. Comprobé que los cuatro lo hacían muy bien y que, especialmente Villa, me parecía muy sexy. Qué alivio poder permanecer al margen. No daría la talla.

Al poco rato, Villa se me acercó y me ofreció su mano.
- No es buena idea, te lo aseguro.
- Venga, no le dé pena. No se va a quedar aquí solita. Yo le enseño o es que no confía en mí.
- ¿Y tú? ¿Estás seguro? Te arrepentirás.
- No lo creo.

Le acepté la mano que me tendía y tiró de mí con fuerza hasta la pista de baile. Por lo menos, la canción era alegre, movida.
- Déjate llevar. Disfruta de la música - me animó, tomándome de las manos y haciéndome girar.

No sé cómo lo hacía, pero con Villa todo era más fácil y sencillo. Al cabo de un tiempo, me encontraba en mi salsa bailando con unos y con otros y tambièn todos a la vez. No recordaba haberme divertido tanto nunca.

Pero de pronto la música cambió. Se volvió lenta y demasiado romántica. Me vi perdida, por lo que inteté huir con la excusa de otro trago.
- ¿Me buscaba? - apareció Villa de frente cuando me escabullía entre un mar de parejas abrazadas.
- Necesito beber algo. Estoy seca.
- Permíteme acompañarte después de este baile.
- No es buena idea - le aseguré.
- Eso dijo la última vez.

Con una sonrisa se acercó aun más a mí y me sujetó por la cintura. Instintivamente, coloque mis brazos sobre sus hombros, alrededor de su cuello.

Nos movíamos, nos rozábamos. Ninguno de los dos articulaba palabra. Estaba nerviosa. Hacía tan poco que nos conocíamos... ¿Cómo podía tener un sentimiento tan intenso? Siempre me había caracterizado por mi raciocinio y mi capacidad por no dejarme llevar por impulsos o sensaciones. Clau siempre me decía...

¡Mierda! ¡Clau!! La había olvidado totalmente. De repente me detuve.
- ¿Qué sucede?- preguntó él.
- ¡Me tengo que ir! - exclamé mirando la hora en mi reloj de muñeca.

Me separé de él y me encaminé a toda prisa a la salida.
- ¡Espera!- oí su voz a mi espalda - Te acompaño.
- No hace falta, Villa, de verdad. No quiero ser aguafiestas.
- Y no lo eres. Prefiero que no vayas sola a estas horas.
- Esto no es Bogotá.- intenté demostrar seguridad y de paso convencerme a mí misma.
- No, pero es Madrid.

Recogimos nuestras cosas de la cosigna y salimos a la calle. Hacía fresco y yo estaba en tirantes. Villa se quita su cazadora y me la puso sobre los hombros. El típico gesto de caballerosidad de las películas. Nunca imaginé que se sintiera tan agradable.

- Gracias.
- ¿Me va a contar el porqué de tanta prisa?
- Me tocaba cuidar de mis sobrinos porque mi hermana tenía una cena de trabajo, así que Clau propuso quedarse ella. Como haya vuelto mi hermana y la vea allí a ella en vez de a mí, me mata.- me sinceré.
- Calma. Todavía no es la medianoche, cenicienta. Si puedo servirte de ayuda.
- Ya lo estás siendo... Siento haberte estropeado la fiesta.
- Usted no me estropea nada.

Me miraba tan fijamente que me avergonzaba. Así que decidí que había que cortar como fuera aquella tensión que había entre nosotros, como una corriente eléctrica que nos mantenía en intensa conexión.
- ¡La llevas!- exclamé pegándole una chapada en el hombro y echando a correr.
- ¿Cómo? - le pilló de improviso, pero enseguida lo entendió - ¿Esas tenemos? ¡Ya va a ver!! - salió detrás de mí.

Me alcanzó cuando llegábamos a mi casa y me abrazó por la espalda.
- ¡Ya eres mía!!

Estaba exhausta y me dejé caer sobre su pecho.
- Voy a dormir bien después de esta carrera- dije volteándome.

Estábamos muy cerca. Era tan guapo... Esa cara de niño bueno... El silencio era el rey de la noche. El silencio y sus labios.

Nos besamos y me sentí levitar varios palmos sobre el suelo. Fue un beso tímido al principio. Luego ya no. No me hubiese separado de esa boca en lo que quedaba de noche, pero en un alarde de razón, lo hice.
- Tengo que irme.
- Claro.
- Lo he pasado muy bien.
- Yo también.
- ¡Nos vemos! - me despedí alejándome, pero él me sostuvo suavemente de la mano.
- ¿Vio que soy profeta? Ya auguraba que Cupido me flecharía si bailaba con usted.

Volví a acercarme a él y le besé en la mejilla. Sonreí y le dije adiós con la mano.

Al otro lado del banjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora