Di que no te vas

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Ese huequito no llegó ni siquiera para comer juntos. Su viaje exprés era realmente apretado y Villa se dedicó a pedirme perdón por teléfono cada día de los diez que pasaron entre Madrid y Barcelona. Yo me dedicaba a quitarle importancia. No quería que se sintiera triste.

El último día sí (¡por fin!) quedamos para ir a Barajas. Salían temprano por la mañana, pero de madrugada, mi móvil empezó a vibrar sobre la mesilla de noche. Era Villa.
- ¿Va todo bien? - fue lo primero que me salió decirle.
- Siento la hora. Es cuando he logrado escaparme. Estoy en tu portal. ¿Puedes bajar?

Me puse algo de abrigo sobre el pijama y tras lavarme la cara, bajé asustada, a toda prisa.

- ¿Estás bien? - pregunté acariciando su mejilla. Tenía aspecto de cansado.- ¿Quieres subir?
- No, no... Siéntese aquí conmigo- me pidió, tomando mi mano y conduciéndome a las escaleras.
- ¿Qué pasa?- me puse seria.
- Usted sabe que la amo ¿verdad? Y que ahora la amo más que antes.- le fui a decir algo, pero me hizo un gesto para que no le interrumpiera- Sin embargo, quizás el amor no lo pueda todo. Tengo que pedirle perdón. Tengo la sensación que últimamente es lo único que hago con usted. Ni siquiera hablamos de otra cosa que no sea de mi música... Perdóneme. Perdóneme porque no he podido darle el lugar que usted merece. Me siento como un miserable...
- No digas eso. Lo entiendo. Entiendo todo lo que estás viviendo.
- Pero yo no le quiero dar las migajas de mi vida. No tengo derecho. Merece algo mejor...
- ¡No! Yo te necesito a ti- protesté, temiéndome lo peor.
- Esto no es una relación. Al menos, no es una relación completa. Le juro que pensé que sería diferente, que jamás imaginé que fuera tan frenético. Y tampoco lo estoy disfrutando al cien por ciento, porque hay un ámbito de mi vida al que no le estoy dedicando tiempo.
- Comprendo.
Podría haberle dicho que no necesitaba más, aunque ni siquiera sabía si era cierto, pero el problema no solo estaba en mí, sino también en él. La relación le estaba suponiendo una carga y era una idea que no podía soportar ni pensaba tolerar.
- No podemos decir que no lo intentamos.- añadí.

Me miró y me besó en la frente mientras me abrazaba tan fuerte que creí que me iba a estrujar.

- Podemos... Podemos ser amigos- lancé la opción, conteniendo las lágrimas.
- Lo siento- contestó él con la voz quebrada.

Se levantó y se fue.

Eran las 2.47 de un 19 de octubre.

A la mañana siguiente, mis amigos me encontraron durmiendo en el portal. Sólo pude avisarles de que el plan de ir nuevamente al aeropuerto se cancelaba. Y no hizo falta decirles nada más.

Al otro lado del banjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora