"Presiento"

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La semana se me pasó volando entre los preparativos a la fiesta y los cuidados a Manuel. Era increíble la velocidad con la que se recuperaba. Era un niño muy guapo, inteligente, siempre disponible, un tanto rebelde, pero incluso eso le hacía encantador.

- Señorita, no debería haberse quedado. Yo sé cuidarme solo- me dijo cuando se despertó la primera noche. Descubrimos que no aguantaba un trato excesivamente amable. Temía llegar a dar lástima. Y sin embargo, parecía que pedía a gritos que alguien le cuidara y que no le abandonara.

- ¡Manuel!- le llamé la mañana del viernes. Había sido imposible que entrara en las clases. La adaptación tenía que ser poco a poco - Ya te encuentras bien ¿no?
- Sí, señorita.
- Ven. Ayúdame con estas cajas- le pedí.
- ¿Por qué está siendo tan buena conmigo?- me preguntó cuando depositamos las cajas en las mesas donde seleccionaban y ordenaban la comida.
- Sólo te he pedido ayuda. Eres tú el que eres bueno conmigo.
- No, yo no soy bueno... Ya usted sabe...
Me incliné hasta ponerme a su altura.
- Escúchame. No quiero volver a oírte decir que no eres bueno. Mentirse a uno mismo está feo- le sonreí- Creo que eres uno de los niños más buenos que conozco. ¿Cuánto tiempo me das para demostrártelo?
- Me iré enseguida de acá...
- Pero seguiremos viéndonos ¿no? ¿O qué? Todavía no nos hemos despedido y ya estás deseando perderme de vista.
- No diga eso- dijo y me abrazó.

Me arrodillé frente a él para devolverle el abrazo. Nunca había sentido nada igual. Ese niño me necesitaba como un bebé necesita a su madre. No me separé hasta que él lo hizo y transcurrió un rato.
- No me habían dado un abrazo tan bonito en mi vida.- le agradecí.

Al mediodía, Yurleidis me agarró del brazo y me llevó aparte. La niña tenía esa costumbre de llevarte a un lado para que toda tu atención fuera para ella, sin distracciones.
- Hoy el chico nuevo me mandó al carajo- se chivó.
- ¡Vaya!- exclamé con sorpresa- ¿Y tú que le contestaste?
- ¡Ay, no, nada! ¡A mí me valió monda! Entiendo que él no aprendió a querernos todavía.- contestó con simplicidad.
Me quedé gratamente asombrada ante la sabiduría sencilla de la pequeña.
- Yurleidis eso está muy bien. Estoy muy orgullosa de ti.
- Por eso, usted pasa tanto tiempo con él. Para enseñarle. Para que sepa lo que es el cariño y él también lo pueda entregar.
- ¿Quién te ha dicho eso?- le pregunté. Era imposible que eso saliera de una niña tan pequeña, aunque ya nada debía sorprenderme de mis pequeños genios.
- Nadie. Yo saqué mis conclusiones. Villaco nos contó ayer que usted le estaba curando el corazón.
- Y ¿sabes qué? Tú curas el mío. ¿Me regalas un beso?
Yurleidis se tiró sobre mí para darme mil besos.

Aquella tarde me dediqué enteramente a los niños. Manuel se estaba haciendo a ellos. Villa también estuvo. Y Alejandro.
- Oiga, tenemos que ensayar nuestra canción para el concurso de mañana- me notificó Villamil cuando mandamos a los niños a dormir.
Mierda. El concurso. No me había preparado nada. No obstante, no entendía a qué se refería Villa.
- ¡Qué pena con usted! ¿No le dije? Nos inscribí a nosotros tres juntos- se hizo el loco.
- Ah... Y me lo dices ahora.- le regañé.
- No hubo tiempo antes. Venga. Vamos a ensayar.
- ¿Qué canción es?
- No podía ser otra que la que cantamos con Aitana. "Pretendo", ¿la conoce?
Asentí. No tenía opción. No había pensado en nada.
- No tengo la voz ni la elegancia de Aitana, pero... Intentaré que quede decente.
Estuvimos ensayando hasta tarde.
- ¡Uy, qué pecao! Es tardísimo.- exclamó Villa mirando la hora.
- ¡Es verdad! Daros prisa. Antes de que os cierren la puerta.

Cuando me acosté, ante la oscuridad y el silencio de la noche, estuve pensando. Esta última semana había sido demasiado intensa para mí. Tenía una sensación de alegría en la que no tuve que indagar mucho para acertar el motivo: Villa. Él daba luz a todo mi día, de por sí bonito. Sin embargo, no podía dejarme llevar. Ya tenía experiencia de lo que pasaba cuando lo hacía. Debía mantenerme como hasta ahora: siendo su amiga. Aunque sabía perfectamente que mis sentimientos iban más allá. Disfrutábamos tanto juntos... Negué para mis adentros. No iba a cometer más errores. Él tenía novia. Y yo, por nada del mundo, traicionaría a otra mujer. Él había elegido y su felicidad debía ser la mía, aunque me doliera. Afortunadamente, estaba tan ocupada durante todo el día que apenas tenía tiempo para estos pensamientos.

Me dormí con el presentimiento de que mañana sería un gran día, lleno de emociones.

Al otro lado del banjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora