Ladrona

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- Vendré a despedirme mañana- me dijo Villamil cuando nos dejó en Benposta.
- Ni se te ocurra- le advertí.
Me miró con sorpresa. Habíamos estado todo un día y toda una noche juntos. Habíamos intimado más y nos habíamos dicho cosas muy bonitas, pero prefería no alargar el tema del adiós.
- Entonces, supongo que nos despedimos hoy.- dijo acercándose y acariándome la mejilla.
- Supongo que sí- le quité las gafas de sol y me las puse.
Le abracé fuerte.
- ¡Oye!
- Te quiero.
- Yo también la amo mucho.

No pude preguntarle cuánto tiempo duraría su estancia en L.A, ni desearle suerte. Esa noche pasada, cuando desperté en medio de la oscuridad y lo vi a mi lado, me golpeó la certeza de que nunca podría querer a nadie igual. Nunca. Jamás. Un corazón no era capaz de querer así más de una vez en la vida.

~ Juan Pablo Villamil ~

- Yo, la verdad, no entiendo qué pasa con ustedes. Se quieren, pero no están juntos. Duermen juntos, pero ni se besan...- Isaza parecía afectado por nuestra situación.
- Si llego a ser usted, la agarro y le planto un beso que no se le olvide...- bromeó Marto.
- Aaah... ¡No entienden nada!- me quejé- Con ella eso no sirve. Se lo digo por experiencia. Además, intenté besarla y se apartó. A veces, creo que no quiere nada conmigo... Y otras... ¡Joder, marica!
- ¡Mirenlo! Si es un romántico... Ay, Villita...- se burló Marto.
- ¡No se puede hablar con ustedes!
- No le molesten. Está enamorado. Y ella también. Estoy seguro, Villaco. Lo único que tiene miedo. Usted lo está haciendo muy bien, dándole tiempo y distancia. Es lo que le está pidiendo..- me animó Monchi.
- Gracias, parce.

Tras varios días de grabación y trabajo, conociendo gente en L.A, una noche decidí llamar a Afri. Habían pasado varios días, así que supuse que no le agobiaría si la llamaba.
- ¡Chssst! Calla, calla un momento- le oí susurrar- ¡Hola guapo!! ¿Cómo estás?- me saludó en un tono que me pareció impostado.
- ¿Con quién anda a estas horas?- le pregunté.
- No, estoy sola. Por aquí, seguimos el ritmo de siempre. Álex vendrá a verme cuando finalice el proyecto y nos haremos una tour por todo Colombia. Álex dice que Cartagena de Indias es otro mundo, pero que los paisajes del Eje Cafetero son preciosos.

Uy. Algo sucedía. Demasiada palabrería gratuita. Lo hacía cuando se ponía nerviosa.
- Afri, ¿está bien?
- Sí, sí... Cansada. ¿Cómo os va a vosotros?
- Muy bien. Trabajando mucho. Haciendo música. Tenemos una nueva canción. Se la enseñaremos a la vuelta.
- Genial. Saludos a los chicos- noté que quería cortar.
- De tu parte. Me alegro de oírla. Cuídese.
- Tú también. Un beso.- y colgó.

¿Qué sucedía? ¿Estaba con otro? ¿En Benposta? Imposible. A no ser... ¿Estaba paranoico? ¿Celoso? No me iba a quedar con la duda. Llamé a Guillermo.
- Tío, Villa... ¿sabes qué hora es? ¿Pasa algo?- fue lo primero que me dijo con voz de dormido.
- Disculpe, Guillermo... Es que... Quería saber si ocurría algo... Llamé a Afri y la noté extraña. Hablaba con alguien, pero me dijo que estaba sola.
- Ahora que lo dices, lleva un par de días muy rara... Agotada. Como si no durmiera bien... El día que volvimos de estar con vosotros, nos enteramos que el día anterior, Manuel se había escapado. Desde entonces, está como ausente.

El corazón me empezó a latir tan rápido que creí que me daría un infarto.
- Guille... ¿a usted le importa mirar en su habitación?
- Estoy en ello- su voz ya no sonaba dormida sino alarmada- No está, Villamil. ¡Joder! Voy a buscarla.
- No vaya solo. Avise a alguien de la comunidad. Es peligroso.
- Te dejo. Cualquier cosa, te informo.
- Por favor. Estaré atento al celular.

Colgó. Ambos sabíamos que había ido en busca del gamín. Caminar de noche por las calles de Bogotá no era seguro, menos para una mujer europea. Y menos aún por las zonas donde dormían los gamines.

~ África ~

Amanecía cuando Manuel despertó. Se había quedado dormido sobre mi regazo. Lo vi tantear el suelo en busca de la bolsa de droga, que hacía unas horas yo había tirado al riachuelo que pasaba al lado del puente bajo el que dormía. Me quité la chaqueta y se la puse por encima. Hacía frío.
- No me debe robar mi polvo, señorita.- se quejó con un hilo de voz.

Llevaba días buscándolo desde que anochecía. No había pasado tanto miedo en mi vida. En cuanto lo vi, no dudé en quedarme con él. Le habían pegado. Tenía un moratón en la mejilla y el cuerpo maltrecho.
- Debería irse antes de que alguien venga.
- Yo no me voy sin ti.
- Le harán algo si no cumplo. Eso me han dicho.
- ¿Quién?
- El Negro y el Sicario
Sólo de escuchar esos nombres se me ponía la piel de gallina.
- ¡Vámonos, Manuel!
No respondía. Le costaba moverse.
- Déjeme acá. Me voy a morir- dijo derrotado.
- Ni hablar.
Lo cogí en brazos con temor de hacerle daño.
- ¡Afri, Afri!- nunca me había alegrado tanto de escuchar una voz conocida. Era Guillermo, acompañado por el director de Benposta- Menudo susto nos has dado. ¿Estás bien?
- Sí, pero él no. Necesita ir al hospital. Puede que tenga alguna costilla rota.
- Vengan. Hemos aparcado cerca- dijo el director.
- ¡Qué nadie se mueva!- escuchamos una cuarta voz.

Dos chavales jóvenes. De mi edad o poco más, se aproximaban a nosotros. El Negro y el Sicario, supuse. Me los había imaginado mayores.

Manuel se soltó de mis brazos y se dirigió a ellos con valentía, demostrando dignidad y una fuerza de la que carecía por su estado de salud.
- Permitan que se marchen. Yo me quedo con ustedes- negoció.
- ¡No, Manuel!
- Parce, le hemos dado bien de oportunidades y usted no ha respondido bien con nosotros, que le hemos mantenido toda la vida. Aparece una carita linda que le ofrece alimento y cobijo y nos abandona así no más. Es un traidor- le echó el discurso uno de ellos y tras un gesto al otro... Todo sucedió muy rápido. Apenas, vi el destello afilado de la navaja. Y un momento después, la sangre manchó la camisa de Manuel.

El resto lo recuerdo como en flashes. Los dos hombres huyeron. Metimos a Manuel en el coche y lo llevamos al hospital. Había perdido mucha sangre. Recuerdo la sala de espera de urgencias abarrotada, al director de Benposta caminando de un lado para otro haciendo llamadas y Guillermo y yo, muertos de miedo en una esquina, a la espera de noticias del doctor.
- Está grave. Ha perdido mucha sangre. Afortunadamente, no ha resultado dañado ningún órgano. Hemos logrado estabilizarlo. Tiene tres costillas rotas.
- ¿Podemos pasar a verle?- pregunté.
- Sólo una persona.

Entré yo. Estaba entubado e inconsciente.
- Manuel...- susurré acariciando el dorso de su mano.

Por más que me insistieron en que tenía que dormir, esa noche me quedé yo. No hubiese podido dormir de todas formas. Las imágenes de lo acontecido brotaban en mi mente una y otra vez. No podía estar con Manuel, pero me avisarían de cualquier novedad.

A la mañana siguiente, vi a Villa observándome desde el marco de la puerta de la sala. Corrí a abrazarlo.
- ¿Qué haces aquí?
- No te iba a dejar sola.
- ¿Y el disco?
- Ya casi está, pero eso no importa ahora.
- Me has salvado la vida. Guillermo me contó lo de tu llamada y por qué salieron a buscarme. Me llega a pillar allí sola y...- se me quebró la voz.
- No pienses en eso.- pidió volviendo a abrazarme- Todo va a salir bien. Manuel es un pelao, pero es fuerte, como de acero inoxidable.
- Gracias por venir y estar aquí- le agradecí.
- Te prometí que siempre podrías contar conmigo. Y no pienso incumplir ninguna más de mis promesas.

Al otro lado del banjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora