Sola

29 5 2
                                    

El no dormir por setenta y dos horas, tal vez más, realmente afecta.

Mi cuerpo se siente cansado y mi fuerza vital se siente vacía.

Mis ojos se cierran con cada sonido del reloj de pared.

No he comido por dos días y realmente no me place hacerlo.

No tengo las ganas para tomar al menos un alimento.

Nada me pasa, eso estoy segura.

Me siento bien emocionalmente, me siento feliz en cierto modo.

El único defecto en mis son la carga laborar y mi falta de apetito.

Al llegar a casa solo tiro las llaves en el primer lugar que encuentre, dejo los zapatos donde primero caigan y desgarro mi ropa con odio.

El ser sexo servidora no es bello, más cuando es ilegal.

Es asqueroso y me odio por esto.

Trabajar para sobrevivir es mi maldito lema que me sigue día con día.

He tenido clientes desde los más jóvenes y atractivos, hasta los más gordos y asquerosos.

Cuando suelo entablar conversación con mis clientes me dicen que estoy demasiado joven y hermosa para este trabajo, a lo cual siempre les respondo que no todos corren con la misma suerte.

Lo curioso es que soy maestra de preescolar pero el campo laboral decae y los trabajos no existen.

Esto era lo único que quedaba.

Era lo único que deja para estos tiempos.

Mi pequeño cuarto realmente perdió el nombre de casa.

Es algo más parecido a un basurero.

Paquetes de galletas vacías y latas de sodas por todo el suelo.

Me siento asquerosa por eso, no me importa solo quiero descansar.

Entro a la bañera, a la sucia y asquerosa bañera, llena de pedazos de metales en mal estado, llenos de manchas negras y amarillas.

Abro el grifo y el agua fría toca mi piel desnuda.

El chorro es menor así que quedo expuesta por unos minutos.

Me observo, mis piernas alargadas con las cicatrices a la vista.

Aún recuerdo aquel tormento, cuando uno de mis primeros clientes jugaba con mi cuerpo, me cortaba por el simple hecho que la sangre lo hacía sentir más vivo.

No le importaba mi dolor y mi sufrir, decía que entre más llorara y suplicara más ganaba él.

— ¡Corre!— decía, mientras yo, asustada, miraba a todos lados para poder salir de ese lugar.

Lo curioso, es que no había salida.

Me mintió dando las falsas esperanzas que podría salir de allí.

—Eso es, corre preciosa— lo escuchaba gritar mientras mi cuerpo desnudo dolía, mientras mis pies tocaban el frío suelo.

No lloraba, para esos tiempos el dolor se volvía algo normal.

Trate de sobrevivir.

Lo hice, es naturaleza del ser humano hacerlo.

—¡Corre! ¡Corre!— grita extasiado, pero estoy demasiado lejos que es difícil escucharlo.

—Piérdete en la oscuridad del bosque— me dice mi voz

No veo, no lo escucho, si lo hago moriré.

Dark MindsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora