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Acomodó su delantal y con un suspiro, miró hacia el frente. Arregló su flequillo sacudiendo levemente su cabeza y con sus manos, estiró su delantal. Caminó hacia la sala principal para tomarles la orden a los dos clientes nuevos que habían llegado.

—Buenos días —saludó con una amplia sonrisa y con su libreta entre sus manos, comenzó a tomar la orden de esa adorable pareja de ancianos. Dos té con leche y un plato de medias lunas.

Caminó devuelta a la cocina y dejó la orden pegada en uno de los percheros. Ordenó nuevamente su delantal y mientras esperaba más clientes, comenzó a limpiar las mesas. Recordó la sonrisa que le brindó su novia cuando, tomando su mano, le acomodó el cabello y le dijo con total alegría que la esperaría a la salida para comer algo.

Inconscientemente, una sonrisa asomó por sus labios y no pudo evitar comenzar a limpiar con algo más de efusividad las mesas, alegrándose de solo pensar en la sonrisa de la mayor.

El sonido de la campana desde la cocina le indicó que el pedido ya estaba listo, por lo que luego de limpiar sus manos con una toallita desinfectante, tomó la bandeja entre sus manos y caminó hacia la mesa de la pareja de abuelos.

Era hora de barrer el segundo piso, pero el sonido de la entrada la hizo girarse nuevamente. Jackson Wang cruzó el umbral de la puerta con la cara roja y jadeando de cansancio. Otra vez había llegado tarde.

—¿Voy a morir? —preguntó quitándose los mechones de cabello de su frente, mirando rápidamente hacia la cocina.

—Averígualo —contestó reprimiendo una sonrisa, mientras el pelinegro corría hacia la oficina de la supervisora que probablemente no esté nada contenta con su tardanza.

La señorita Park podía ser lo más amable del mundo, pero con respecto a su trabajo, era exigente, estricta y seria, demasiado seria. Más de una vez Jackson soltó algún chiste en medio de la cocina que no logro mover el más mínimo músculo en el rostro de la supervisora. Y eso que sus chistes eran buenos.

Con respecto a Jackson, se alegró bastante al descubrir que el pelinegro no sólo salía de fiesta hasta emborracharse en medio de la calle, sino que también trabajaba para costear sus propias fiestas. El mejor amigo de Jaebum había logrado alegrar sus días desde que llegó y eso era algo que agradecía.

Ahora tenía que dejar los trapos en el cuarto de limpieza, pero eso incluía cruzar la oficina de la señorita Park y con eso, presenciar la posible reprimenda que le estén dando al pelinegro. Finalmente decidió limpiar las mesas del segundo piso y luego barrer.

Algo que le gustaba de la cafetería era su segundo piso, perfectamente cuidado hasta el más mínimo detalle. Si no veías tu reflejo en el piso, para la señorita Park no era un buen trabajo. Además, desde ese lugar se podía ver toda la plaza en la cuadra del frente y con esto, las personas caminando con tranquilidad o los perros corriendo de un lado a otro con rapidez. El sol ya estaba en su punto máximo y limpiar el segundo piso no era quizás la mejor idea, pero a la japonesa le detestaba sentirse inservible por lo que hacia lo posible por mantenerse ocupada.

Unos pasos desde su espalda la hicieron girarse y, aún con el trapo en su mano miró como Jackson caminaba derrotado hacia ella con una escoba entre sus manos. No hacía falta que le diga nada, su rostro hablaba por él.

—Tendré que hacer horas extra —soltó al fin el pelinegro, barriendo el sector más alejado de las escaleras con sus hombros bajos.

—Normal —comento con obviedad la pelinegra—. No puedes llegar tarde tantos días seguidos y que no te digan nada.

El sonido de la pequeña campana situada arriba de la puerta en el primer piso la puso en alerta y a sabiendas de que Jackson tendría que hacerse cargo de todo el segundo piso, dejó el trapo y el desinfectante arriba de una de las mesas para así bajar a atender a los nuevos clientes.

Limpiando sus manos en su delantal, tomó su libreta y buscó su lápiz para tomarle la orden al cliente, sumida en sus pensamientos y con la cabeza gacha. Frunció el ceño al no encontrarlo y decidió finalmente memorizar la cuenta y luego transcribirla con otro lápiz.

Alzó la vista y sólo con chocar sus ojos con los de la contraria su libreta cayó al piso y sus ojos se abrieron con sorpresa. Tragó saliva como pudo y parpadeó un par de veces, incluso pensando en pelliscar su brazo para asegurarse que no era un sueño.

Sentada frente a ella, Minatozaki Sana cruzada de brazos la miraba con seriedad mientras jugaba con el recipiente del azúcar. Una sonrisa burlesca salió de sus labios cuando la pelinegra tuvo que recoger su libreta con nerviosismo, chocando su cabeza contra el borde de la mesa en el acto.

—Un chocolate caliente y dos medialunas grandes —habló como si nada, recargándose en la silla y alzando una ceja al notar la reacción de parte de la menor.

—Sana, yo-

—Tengo hambre, Mina —soltó con molestia la más alta, y aunque su tono de voz pudo asustar a la japonesa, mientras más la miraba menos recordaba a la Sana de hace cuatro años atrás.

Caminó, prácticamente corrió a la zona de descanso y rebuscó entre sus cosas un lápiz que si escribiera, encontrándolo en el fondo junto a sus llaves. Anotó la orden de Sana y la llevó al tendedero donde se colgaban.

El mismo tiempo, un Jackson bastante cansado junto a su escoba de madera bajaba las escaleras mientras acomodaba su cabello hacia atrás.

—¿Mina? —la llamó el pelinegro, acercándose es ella— ¿es tuyo?

Entre sus manos estaba el famoso lápiz negro que no había logrado encontrar y sin pensarlo, lo tomó entre sus manos para guardarlo donde correspondía. Debió caerse mientras limpiaba las mesas del segundo piso.

Soltó un suspiro cansado, desde donde estaba se podía ver claramente la imagen de Sana viendo su teléfono con concentración.

—Gracias —le dijo al pelinegro, dándose media vuelta y caminando hacia la pareja de ancianos que ya habían terminado su comida.

Angel » MinayeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora